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Élites y crimen organizado: Marco conceptual - Crimen organizado

COLOMBIA / 24 MAR 2016 POR STEVEN DUDLEY ES

Este proyecto define crimen organizado como: Un grupo estructurado de personas que se asocian de manera regular y prolongada para beneficiarse de actividades ilícitas y mercados ilegales. Este grupo puede ser de naturaleza local, nacional o transnacional, y su existencia se mantiene usando la violencia y amenazas; corrupción de funcionarios públicos y su influencia en la sociedad, la política y la economía.

Desde un punto de vista legal, nos basamos en la Convención de Palermo de la Organización de las Naciones Unidas, que definió “grupo delictivo organizado” como: “un grupo estructurado de tres o más personas que existe durante cierto tiempo y que actúe concertadamente con el propósito de cometer uno o más delitos graves o delitos tipificados con arreglo a la presente Convención con miras a obtener, directa o indirectamente, un beneficio económico u otro beneficio de orden material”.1

Desde un punto de vista académico, nos basamos fundamentalmente en Joseph Albini y Jeffrey McIllwain, quienes escribieron que el crimen organizado es:

Una forma de actividad criminal en un sistema social conformado por una red (o redes) social centralizada o descentralizada de por lo menos tres actores involucrados en una empresa criminal en proceso, cuyo tamaño, alcance, liderazgo y estructura de la red están determinados por la meta última de la empresa misma (es decir, cómo se organiza el crimen). Esta meta aprovecha las oportunidades generadas por leyes, regulaciones y costumbres y tradiciones sociales, buscando beneficio financiero o la obtención de alguna forma de poder que tenga efectos en el cambio o la movilidad sociales mediante el aprovechamiento y la negociación del capital social, político y económico de las redes. Los integrantes de la red pueden venir del mundo del hampa o de la alta sociedad. En ciertas formas, se emplean la fuerza o el fraude para explotar o extorsionar a las víctimas, mientras que en otras los miembros de la red proveen bienes y servicios ilícitos a clientes del mercado, donde suele permitirse dicha actividad mediante el establecimiento de prácticas que promueven la conformidad o la aquiescencia de funcionarios corruptos de los sectores público y privado, quienes reciben su remuneración en la forma de favores políticos o en la forma de contraprestaciones directas o indirectas.

Nuestra amplia interpretación de crimen organizado nos permite explorar el tema desde una perspectiva académica y política. Nos permite ver el crimen organizado como una presencia dominante en la sociedad, en la que participan ricos y pobres, élites y marginados, políticos y plebeyos. En esencia, como Albini y McIllwain, nuestro concepto de crimen organizado reposa en la noción de que es una empresa estructurada, con múltiples accionistas que depende de una red o redes de todas las clases que se crean con el tiempo en las esferas legal e ilegal.

Nuestra definición de crimen organizado también incluye la provisión de bienes y servicios. El crimen organizado responde a las necesidades de la sociedad en la que funciona.3 Estos bienes y servicios pueden coincidir con la actividad económica estatal y privada. De hecho, en algunos casos, el crimen organizado sirve como uno de los pocos motores de la actividad económica, puede proporcionar un medio para obtener una condición social y económica imposible de conseguir de otra manera, y, como lo veremos, también puede desempeñar funciones de gobierno cuando el Estado no puede hacerlo.

Los académicos difieren bastante en cuanto a cuál es el denominador común más importante entre los grupos criminales, pues varían mucho de un lugar a otro. Y reconocemos que hay numerosos tipos de organizaciones criminales: las que tienen fuertes vínculos familiares o étnicos, las que provienen de una región o barrio específico, las que vienen de contextos militares o policiales; los que comparte una ideología religiosa o política, por nombrar sólo unas cuantas. Sin embargo, intentar establecer un solo origen, estilo o procedencia es de poca utilidad y puede ser contraproducente, como lo señaló Albini con toda razón.4

El crimen organizado, como lo afirma Albini, se entiende mejor en un contexto más amplio y, en últimas, hace parte de su “sistema social”: “Al servir como fuente intermediaria entre los sistemas normativos legal y social en la sociedad, el delincuente que hace parte de un cartel dedica su energía y sus talentos a levantar una estructura que, aunque ilegal, llega a ser parte funcional del sistema social con el cual opera”.5

El cómo esa estructura se organiza y funciona depende casi exclusivamente de sus metas finales. En línea con D.R. Taft y R. W. England, al igual que con Albini,6 vemos dos tipos de organizaciones principales. Uno es depredador o parásito. Vive de la extorsión, el robo y otros mecanismos de extracción de renta de la zona en la que opera. Dicha extracción se expresa con frecuencia en términos como "protección", que, como lo veremos, no siempre es un eufemismo. Ese tipo de organización se establece por lo general de manera que le permite controlar el territorio físico, y depende de la exhibición regular y abierta y de la amenaza de la fuerza para ejercer su dominio. El segundo tipo de organización está más orientada a los servicios (o transaccional) y busca llenar una demanda del mercado. Este tipo de organización tiene una estructura diseñada para satisfacer esa necesidad, ya sea drogas ilegales, contrabando, prostitución u otros bienes o servicios ilícitos.

Existen dos formas en las que estas organizaciones pueden crecer: captar más participación en el mercado en un negocio o negocios específicos; ganar control de más territorio para "gravar" a los negocios legales e ilegales. Ambos tipos de negocios crean y emplean una amplia red de patrones y clientes para mantener y expandir su influencia. Por supuesto, algunas organizaciones son a la vez parásitas y orientadas a los servicios. Esos son los más complejos de los grupos criminales, pero también algunos de los más volátiles e inestables. Como lo sugieren los términos “parásitos” y “orientados al servicio”, sus negocios tienen por lo general fines contrarios.

Las estructuras de cualquiera de las categorías antes mencionadas pueden ser jerárquicas u horizontales. Pueden ser grandes o pequeñas en número. Algunas tienen reglas formales, ritos de iniciación y otras normas. Pero muchas organizaciones no tienen códigos de comportamiento tan estrictos y desafían la visión tradicional de la mafia mostrada en las películas o los medios de comunicación. Este tipo de crimen “desorganizado” genera redes más amorfas, cuyos miembros interactúan entre sí sólo de manera intermitente, y tienen una lista de socios o aliados que pueden cambiar de manera casi constante.7

Estos grupos del crimen organizado deben estar dispuestos y en capacidad de emplear la violencia.8 El uso regular de la violencia por el crimen organizado; tanto internamente como forma de disciplina, como externamente, para mantener el control económico y con frecuencia el social, así como su recolección regular de "impuestos", es lo que lo pone en competencia más directa con el Estado, cuyas funciones esenciales son brindar protección a sus ciudadanos a cambio de sus impuestos. El uso de la violencia en el crimen organizado puede socavar en sus bases ese contrato social o implementar una especie de contrato social paralelo. En los casos más extremos, los grupos criminales se convierten en los guardianes de áreas geográficas específicas, que dan a estos grupos un capital social y político inmenso, con base en el cual construyen una fortaleza virtual a su alrededor.

Sin embargo, no debemos exagerar el uso de la violencia. La violencia es un medio, no un fin, en el crimen organizado. Puede verse como una debilidad, tanto como una fortaleza. “La violencia no es necesariamente concomitante al crimen organizado”, escribió  Michael D. Maltz. “En lugar de eso, puede considerarse un sustituto del poder económico y político para quienes carecen de acceso a estos mecanismos de coerción más sutiles”.9

Más aún, la relación entre el crimen organizado y el Estado es complicada y dinámica, y no unilateral. Es famoso el desglose que hizo de ella Peter Lupsha en tres etapas: depredadora, donde los actores criminales buscan la expansión a costa de todos los actores externos, incluyendo el Estado; parásita, cuando los grupos criminales absorben y usan los recursos del Estado; y simbiótica, cuando las organizaciones criminales trabajan conjuntamente con el Estado.10 Lupsha describió esta relación como secuencia, pero no lo es necesariamente.

LupshaTestEspanol

Lo que es más, también debe considerarse al crimen organizado desde la perspectiva del Estado, es decir, como uno que buscan los actores estatales o las élites con vínculos estrechos con el Estado. En el frente económico, los grupos criminales pueden representar una fuente de ingresos, crecimiento económico y oportunidades políticas. En el aspecto militar, pueden representar un aliado complaciente, dispuesto a comprometer recursos para ayudar a asegurar territorio o espacio de un actor violento o destructivo en formas en que el Estado no puedo o no quiere.

En estos casos, la función de los criminales no se considera predatoria, sino más bien simbiótica; el Estado necesita a los delincuentes para lograr lo que no puede lograr por sí solo. Finalmente, el crimen organizado puede servir al Estado como constructo ideológico, un contraste político útil cuando el Estado —o una élite particular— busca expandir su rol y su poder. En nuestros estudios de caso, exploraremos las circunstancias en las que los grupos criminales organizados y el Estado interactúan en innúmeras formas, en ocasiones en conflicto con otro y en ocasiones en sincronicidad.

Crimen organizado: nuestra tesis guía

Este estudio se desglosa por país, pero hay algunas tesis básicas sobre el crimen organizado que se aplican a lo largo del estudio y es importante delinearlas desde el inicio. Dichas tesis configuran nuestra noción de cómo creemos que se originan los actores criminales, el rol que pueden desempeñar en el desarrollo del Estado, en la economía y en la sociedad en la que operan. Son, en otras palabras, la base de la que podemos extraer muchas de nuestras conclusiones preliminares sobre cómo y porqué el crimen organizado y las élites interactúan y se intersectan en los campos económico, político y social. Sin embargo, también son falibles, y los estudios de caso nos permitirán ponerlas a prueba.

Tesis 1: El crimen organizado prospera donde los Estados son ausentes, ineptos o corruptos, o hay una combinación de los tres

El crimen organizado realiza dos servicios básicos pero fundamentales: brindar protección o la apariencia de una autoridad legítima donde no hay un organismo gobernante reconocido o legítimo; suministrar bienes y servicios que no pueden obtenerse dentro de los límites legales. En nuestros estudios de caso, veremos ejemplos de grupos que suministran uno o ambos servicios. No hay, sin embargo, razón para creer que entrar a un lado del negocio lleva indefectiblemente al otro lado y, de hecho, hay muchos grupos que se especializan en “protección” y otros que se especializan en el suministro de bienes y servicios ilegales.

Pero tienen algo en común. Cada tipo de organización surge y florece en el mismo contexto: donde se ha roto la confianza entre el gobierno y el pueblo o no existe, por la corrupción, la ausencia o la ineptitud de los funcionarios y las instituciones de gobierno.

La falta de una entidad estatal de confianza explica, por ejemplo, porqué el reputado estudioso del crimen Diego Gambetta centra su tesis sobre la mafia en el concepto del suministro de protección. Con “el negocio de la protección privada”, como suele llamarse la tesis, el argumento central de Gambetta es que el crimen organizado surgió para proteger la esencia de la economía: las transacciones comerciales.11 Para Gambetta, la mercancía que la mafia, como denomina el crimen organizado, vende al público, puede describirse en una palabra: confianza. “En lugar de producir automóviles, cerveza, tuercas y tornillos o libros, ellos producen y venden seguridad”, escribe Gambetta.12

Las transacciones garantizadas por la mafia ocurren donde el Estado no tiene suficiente presencia física, donde está corrupto o donde adolece de medidas regulatorias para garantizar transacciones seguras y equitativas. No hay, en esencia, árbitro efectivo, y las organizaciones criminales llenan ese vacío. “En esencia, las mafias operan en aquellas transacciones y arreglos económicos donde la seguridad, aunque de vital importancia, es no obstante frágil, y donde o es ineficiente o no puede ser suministrada por el Estado: por lo general, en transacciones ilegales de bienes que de otro modo serían legales o en todas las transacciones de bienes ilegales”, escribe.13

Con este propósito, las organizaciones criminales asumieron las dos funciones críticas que tradicionalmente se asocian con el Estado; a saber, la de recaudar "impuestos" (ya sea en cuotas regulares o como porcentaje de las transacciones), y la de crear un monopolio de la fuerza para garantizar estos acuerdos comerciales. En su esencia, este es el contrato social que los ciudadanos tienen con el Estado: protección a cambio de renta. El crimen organizado puede suplantar dicho contrato con su propio contrato paralelo.

Por supuesto, el mundo del hampa rara vez garantiza transacciones regulares y justas. Los mafiosi están sujetos a los mismos caprichos y procesos arbitrarios de toma de decisiones que hacen impopulares a los dictadores. Sin embargo, en algunos casos, esto es preferible a la naturaleza impredecible y extractiva de algunas autoridades gubernamentales. Los mafiosi pueden, como lo señala Gambetta, desempeñar un papel positivo en la economía también, promoviendo relaciones comerciales donde de otro modo podría haber muy pocas. Cuando la confianza es baja, el garante es la diferencia entre asegurar una transacción y no realizar ninguna transacción en absoluto, añade.

El resultado fue el surgimiento generalizado de estos garantes en muchas partes del mundo. Para Albini —quien también escribió sobre los orígenes de la mafia en Italia— estos garantes eran lo que en la Sicilia del siglo XIX se llamaba “gabellotto”. El papel del gabellotto trascendió con mucho el del déspota de la comunidad. Según Albini, los gabellotti eran el enlace entre los campesinos y sus señores. En la opinión de Albini, ellos podían por consiguiente ser patrones o clientes, o ambos. Como clientes, desempeñaban una función crítica para sus grandes amos latifundistas: mantener a raya a los obreros y asegurarse de que los agricultores pagaran sus cuotas. Lo hicieron creando y promoviendo pandillas armadas, que también eran responsables de la "protección" de las comunidades locales.

Intro

Esta es la primera de una serie de varias partes que estudia la relación entre élites y crimen organizado. Descargue la introducción completa (pdf). Vea las otras partes de la serie aquí.

Esto allanó el terreno para lo que Albini llama una “industria de la violencia”.14 Estas pandillas ayudaban a extender la base de poder de los gabellotti, ya fuera por robo, intimidación o mediante favores para los señores locales. Eso les permitía convertirse ellos mismos en terratenientes y patrones. Sus clientes eran los mismos campesinos que decían proteger. Así se estableció el patrón para que esta “mafia” emergiera y se extendiera.

Los gabellotti ganaron aún más poder cuando Italia impuso el sufragio universal. De pronto, controlaban votos y podían asegurarse poder político, así como control social y económico. También eran los interlocutores para que los campesinos expresaran sus quejas a los señores y a sus representantes políticos. Hacia la década de 1860, escribe Albini, los gabellotti de Sicilia tenían todo lo que necesita una mafia actual mediante: “1) el uso o la amenaza de violencia, 2) una organización (sus bandas privadas) para ejercer dicha violencia, y 3) la garantía de protección gubernamental mediante su nuevo rol de proveedores de votos”.15 Con el tiempo, los gabellotti usaron este poder y esta influencia para abrirse las puertas al ascenso social para su descendencia. (Esta idea de la movilidad vertical mediante empresas criminales es un tema corriente en los estudios sobre el crimen organizado, y algo que cubriremos de manera sucinta más adelante en este capítulo).

La Latinoamérica de hoy en día, como lo veremos en nuestros estudios de caso, tiene dinámicas perturbadoramente similares a las de la Italia del siglo XIX. Los terratenientes locales tienen un control casi feudal sobre el territorio y la mano de obra. Interactúan con los políticos y otros actores estatales, que regularmente interactúan con criminales de diferentes grados de sofisticación, tamaño y alcance. Estos actores criminales a menudo recaudan “impuestos” de los residentes y brindan servicios de protección por una cuota. Dichos actores criminales también suministran votos (y financian campañas) para los políticos (o crean sus propios vehículos políticos para alcanzar poder político). Finalmente, los actores criminales también sirven con frecuencia como interlocutores entre los “campesinos” y el Estado y otros dueños de la tierra; y con el tiempo, los actores criminales pueden a su vez convertirse en terratenientes.

Por supuesto, el crimen organizado también satisface otras necesidades, las que por lo general se asocian con él. Ofrece bienes y servicios que son ilegales o se definen como contrabando. Los actores criminales son, por ejemplo, responsables del suministro de gran parte de las drogas ilegales que se consumen, así como de cigarrillos de contrabando, prostitutas y otros vicios. Venden prendas de vestir, películas y videojuegos piratas. Roban y venden derivados del petróleo, y explotan y trafican con oro y minerales. Ejecutan fraudes con seguros, roban y revenden propiedades e intimidan a empresas y trabajadores mediante el control de los sindicatos. En resumen, son pocos los espacios comerciales donde no hay elementos del crimen organizado.

Como lo puntualizó Albini, el poder que conlleva ser interlocutor para las comunidades también implica que los criminales puedan llenar importantes brechas económicas, políticas y sociales. Puede otorgar préstamos donde los bancos no pueden. Puede presionar a diputados políticos para que respondan a las necesidades de la comunidad en la que opera. Llena vacíos sociales financiando proyectos como festivales de ciudades pequeñas o la construcción de instalaciones deportivas. Puede suministrar mano de obra donde se necesite o suprimirla cuando se subleve. En todos los casos, el denominador común es un Estado ausente, corrupto o inepto que perdona, trabaja en connivencia o es el motor de la actividad criminal.

Tesis 2: El crimen organizado puede menoscabar el Estado y distorsionar la economía, pero también puede ayudar a plantear caminos hacia una posición social y económica más elevada; ayudar a impulsar una economía; y, en algunos casos, ayudar a fortalecer el Estado.

Aunque Gambetta y Albini se centran en el impacto que esta presencia criminal pueda tener en las esferas local y subnacional y nos dan esa noción de las relaciones individuales y comunitarias con los grupos criminales; es decir, en el comercio, la industria y la política en los pueblos locales, otros, como Charles Tilly, ilustran cómo este fenómeno puede materializarse en un ámbito macro en lo que respecta a la formación del estado-nación. Para Tilly, comienza con la idea de que el Estado es una forma de “negocio de protección”: Su monopolio en el uso de la fuerza dentro de un territorio le permite cobrar por este servicio, que es necesario para el desarrollo del comercio y de los intercambios comerciales regulares.

Para llegar a este punto, sin embargo, fuertes líderes de clanes y feudos dependían por lo general de actores criminales de la periferia. Al igual que Albini, Tilly sostiene que estos actores criminales a menudo desempeñaban papeles políticos y militares para estos líderes feudales y de clanes. Pero Tilly va más allá, cuando afirma que estos grupos ayudaron a sentar las bases de los modernos estados-nación centralizados en Europa. Lo interesante es que Tilly afirma que estas alianzas no fueron buscadas con el propósito específico de crear un estado-nación. En lugar de eso, fueron resultado natural de un proceso mediante el cual la guerra ayudo a apropiarse de territorio, lo que generó extracción de recursos, lo que generó fuerzas militares de mayor tamaño, lo que generó más guerra y así sucesivamente. “La guerra, la extracción y la acumulación de capital interactuaron para forjar la creación de los estados europeos”, escribe.16

En la superficie, esta tesis no contradice el concepto clásico de Max Weber sobre el Estado como detentor de un monopolio sobre la violencia. Lo que diferencia a Tilly es que él no distingue entre el monopolio sobre la violencia que ejerce el gobierno y el monopolio sobre la violencia ejercido por otros actores en sus territorios o esferas de influencia, en especial porque atendía a la necesidad de una autoridad centralizada y al desarrollo del mismo estado-nación. Esos otros actores en esencia operan como el Estado bajo un apelativo distinto. Y en ciertos casos, dichos actores ayudan al proceso de construcción del Estado, aun cuando estén cometiendo actos ilegales para acceder al poder y mantenerlo. “El bandolerismo, la piratería, la rivalidad entre pandillas, el mantenimiento del orden y la guerra caen todas en el mismo continuo”, afirma Tilly.17

El proceso mediante el cual podríamos, pues, determinar quién era una fuerza "legítima" y quién era una fuerza "ilegítima" ocurrió lentamente y estaba cargado de contradicciones, anota el autor. Los piratas en el mar y los saqueadores en tierra fueron los motores económicos de algunas de las primeras ciudades-estados. Era normal que se esperara que los soldados se alimentaran a sí mismos saqueando a la población civil. Y Tilly señala que la transformación de Robin Hood en “arquero real” (esto es, en un paramilitar avalado por el Estado) era normal en esta difusa línea entre lo "legítimo" y lo "ilegítimo",

Esta tensión —que por un lado desafiaba al Estado y a la economía y que por el otro los apoyaba— es constante en los países en desarrollo. Tal como los reyes europeos concebían sus interacciones con autores criminales como medios temporales para un fin, también lo hacen las élites contemporáneas en las Américas. Investigadores como Vanda Felbab-Brown refuerzan esta opinión, en especial en lo que se refiere a las economías modernas del mundo en desarrollo. Los grupos criminales, afirma ella, proporcionan empleo, en ocasiones a escala masiva y en diversas industrias; y seguridad mediante canales regulares e irregulares, al igual que resolución de conflictos; son capaces de edificar capacidades y suministrar el tipo de servicios que se supone debe proporcionar el Estado. Como lo afirma ella:

Es por esto importante dejar de pensar en el crimen exclusivamente como una actividad social aberrante que hay que suprimir, sino más bien pensar en el crimen como una competencia en la construcción del Estado. En estados fuertes que responden con efectividad a las necesidades de sus sociedades, las entidades no estatales no pueden desplazar al Estado. Pero en zonas de marginación sociopolítica y pobreza, en muchos países latinoamericanos —condiciones que fácilmente superan el tercio de la población— las entidades no estatales a menudo desplazan al Estado y se aseguran la lealtad de grandes segmentos de la sociedad.18

Lo que es más, el capital económico generado por estos proyectos ilícitos representa porciones enormes de estas economías y puede también desembocar en alianzas entre el crimen organizado y los forjadores del Estado. Peter Andreas plantea que el crimen organizado, en particular el contrabando, fue de vital importancia para el movimiento independentista y para el subsiguiente desarrollo económico de Estados Unidos en numerosos aspectos. Desde el contrabando de melaza en la época colonial hasta el actual movimiento de trabajadores inmigrantes ilegales que son vitales para la economía moderna, Estados Unidos ha fomentado muchas de estas actividades económicas.

Andreas tiene un interés especial en “cómo el Estado genera el contrabando y cómo el contrabando genera el Estado”.19 Esta relación entre el crimen organizado y el Estado es parte esencial del presente estudio. Como Andreas, acogemos la premisa de que ésta es una relación difícil y compleja que depende en gran medida de las normas y leyes, así como de la oportunidad y de los líderes políticos del momento. “Esto no quiere sugerir una interacción simple, mecánica”, escribe Andreas de esta danza casi constante que el Estado debe realizar con la economía ilícita.

No hay nada natural o automático en eso. A lo largo de la historia estadounidense, vemos la gama completa de interacciones del Estado con el contrabando, desde la connivencia y la tolerancia hasta la disuasión y la condena. Es por esto que la política es una parte tan vital de la historia… Más allá de la mecánica del comercio ilícito, incluye la carga moral de la política de lo inaceptable y el vicio que tan a menudo está implicada en el asunto del contrabando y la vigilancia del contrabando. Aquí, la política, la economía y la cultura se intersectan y mezclan, a menudo en formas explosivas y con repercusiones imprevisibles y duraderas para la sociedad estadounidense y las relaciones exteriores de Estados Unidos.20

Andreas no es el primero que advierte la ironía del desarrollo estadounidense. Albini y McIllwain describen las colonias estadounidenses como un lugar rebosante de piratas que vendían contrabando, en gran parte debido a los altos impuestos y los elevados precios de los bienes provistos desde la Madre Patria británica. Escribiendo sobre la época colonial, Albini y McIllwain señalan: “Este sistema de cooperación entre delincuentes, funcionarios de gobierno, comerciantes y los ciudadanos que compraban bienes ilegales constituye los ingredientes básicos para una de las formas más destacadas del crimen organizado estadounidense, que hemos dado en llamar crimen organizado sindicalizado”.21

Los estados modernos también se han desarrollado con alianzas políticas-de negocios-criminales que se extienden más allá de las fronteras legales. En Taiwán, Ko-lin Chin sostiene que uno de los traficantes de influencias más tradicionales del país, el partido KMT, buscó mantenerse en el poder aliándose con “heidao”, o figuras locales de la mafia.22 Es posible que otros partidos, añade el autor, también se hayan alineado con los heidao. Los heidao eventualmente comenzaron a respaldar a sus propios candidatos, entre los que se contaban destacados empresarios que buscaban entrar en política persiguiendo sus propios fines. El triunvirato de intereses que resultó entre los tres partidos es, como lo veremos, similar en algunos países de las Américas.

El desarrollo del Estado y la economía rusos en la actualidad, afirma Patricia Rawlinson, también está ligado de manera intrínseca al crimen organizado.23 Las empresas criminales se mezclaron con negocios legítimos que llenaron el vacío dejado por el Estado tras la caída del comunismo. Rawlinson cita un estudio del gobierno ruso que señala que 40.000 empresas eran controladas por el crimen organizado a mediados de la década de 1990. Tal dependencia de las empresas criminales y empresarios de dudosa reputación ha hecho imposible hacer negocios sin interactuar con los intereses criminales. También ha hecho "indiferenciables" entre sí la política y el crimen.24 Los actores criminales han tomado el lugar del Estado en muchos aspectos, suministrando, por ejemplo, protección y servicios de recaudo de deudas.

“El crimen organizado ha suplantado muchas de las funciones del Estado, y en la actualidad representa la única institución social en pleno funcionamiento”, opina Rawlinson.

La inferencia es que el crimen organizado mata dos pájaros de un tiro para el Estado. Puede servir como motor económico de desarrollo y como fuerza de seguridad que permite desarrollar el estado-nación, ampliar sus fronteras y aumentar su rango de acción; o puede servir como justificación para el desarrollo de las fuerzas de seguridad, que en sí puede ayudar a promover una nueva élite, que llamamos élite burocrática. Más aún, en nuestros estudios de caso podemos ver ejemplos en los que ambas tendencias —aparentemente con fines contrarios--— en realidad sirven un único propósito para una élite particular. En otras palabras, aunque es posible que condenen la actividad delictiva en un ámbito, usan el crimen organizado en sus distintas manifestaciones —económicas, políticas y militares— en otro.

Tesis 3: El crimen organizado no está limitado por clase, filiación política o condición social, y, en su esencia, tiene que ver con el poder.

Con demasiada frecuencia consideramos el crimen organizado como una actividad de abajo hacia arriba, una que surge en lo más bajo de la sociedad, en circunstancias de extrema pobreza, y se abrió camino hasta los escalones más encumbrados de las estructuras de poder político y económico. Esto, como puntualizan Tilly y Albini, es un argumento conveniente que les da una licencia a las élites. Pero la visión más común de estos grupos criminales es la de depredadores. En esta opinión, los criminales son marginales. Surgen de las clases más bajas de la sociedad. Los motiva la codicia, una juventud errónea y una educación inadecuada. En las descripciones más distorsionadas, son criminales por naturaleza, o por razones “culturales” o étnicas. Y con frecuencia son caracterizados como arribistas sin escrúpulos, en parte debido a sus orígenes socioeconómicos bajos.

Hay por supuesto casos que se acomodan a ese molde, el más famoso de los cuales es Pablo Escobar. Escobar fue el marginal por antonomasia. Era un ladrón de autos que escaló puestos en la escala criminal, primero como transportador de drogas ilegales y contrabando, y más tarde como distribuidor internacional de drogas. Ganó grandes sumas de dinero, pero más adelante buscó el poder político, adhiriéndose a un ala del Partido Liberal en Colombia. También intentó ganar acceso a la élite tratando de unirse al exclusivo club campestre de Medellín y enviar a sus hijos a colegios de lujo.

La élite colombiana frustró sus esfuerzos políticos y sociales. Marginado y herido, contraatacó con una campaña brutal y pública. Secuestró a las élites y explotó bombas en centros comerciales; sus hombres detonaron una bomba en un avión en vuelo, lo que mató a todos sus ocupantes. Hasta cierto punto, sus métodos funcionaron. Pudo cambiar la constitución del país. Pero nunca logró lo que en realidad quería: el poder que conlleva hacer parte de una élite.

Ese poder se refleja en la manera como consideramos las transgresiones de la élite. Las élites tienen su propia categoría legal en lo que respecta al crimen organizado: delitos de cuello blanco. Pero la diferencia entre el crimen organizado y el crimen de cuello blanco es difusa en el mejor de los casos. Técnicamente, el Buró Federal de Investigaciones (FBI) se refiere a él como “fraudes cometidos por profesionales de los negocios y del gobierno”, o “mentiras, estafas y robos”.25 Sin embargo, la lista de actos delictivos de cuello blanco del FBI —que incluye la suplantación de identidad, el lavado de dinero, la piratería y el robo de propiedad intelectual— bien podría aplicarse a nuestra lista de actividades del crimen organizado.

El crimen de cuello blanco suele diferenciarse del crimen organizado porque no se considera violento, si bien las drogas ilegales, la prostitución e incluso el chantaje no son necesariamente violentos. Entretanto, un delito de cuello blanco como el lavado de dinero puede ser un negocio muy violento. De hecho, fundamentalmente, la única diferencia real en la ley y en muchos sistemas judiciales entre el crimen organizado y el crimen de cuello blanco —según Edwin Sutherland, el hombre que acuñó el término— es la clase.

“Los aspectos en los que los delitos de ambas clases difieren son los elementos secundarios más que los esenciales de la criminalidad. Difieren principalmente en la implementación de las leyes penales que se les aplica", escribió. “Dicha diferencia en la implementación de la ley pena se debe principalmente a la diferencia en la posición social de ambos tipos de delincuentes”.26

Para este proyecto, no haremos diferencia entre el crimen de cuello blanco y el crimen organizado. La delincuencia de cuello blanco y el crimen organizado son, como lo afirma Vicenzo Ruggiero, lo mismo.27 Ambos actúan de acuerdo con sus necesidades y emplean técnicas similares para alcanzar sus metas, lo cuales, sostiene Ruggiero, deben estudiarse de la misma manera, independientemente de las "características sociales o la extracción de los perpetradores”.

Es por esto que nuestro enfoque conceptual es que los grupos criminales nacen de todos los estratos de la sociedad. Sus miembros incluyen a los ricos, los pobres y los que están en medio. Pueden haber estudiado en las mejores universidades o nunca haber asistido a una escuela. Son políticos y empresarios; líderes de sindicatos y de la iglesia; oficiales del ejército y capitanes de policía; ladrones y pillos. Y sus actos criminales deben estudiarse de la misma manera.

Andreas, por ejemplo, señala que John Hancock, uno de los contrabandistas de melaza más notorios de Estados Unidos, fue el primero firmante de la Declaración de Independencia y uno de los arquitectos de la venerada constitución de Estados Unidos.28 Esta alianza entre Hancock y las demás élites políticas y empresariales en las colonias británicas fuer resultado de la integración de Hancock de un servicio de transporte en barco que incluía productos lícitos e ilícitos. En esencia, Hancock era lo que en la Centroamérica actual se llamaría un “transportista”.

Ejemplos de esto abundan también en nuestros estudios de caso. En dos de nuestros estudios de caso, son las élites mismas las que diseñan e implementan las empresas criminales. En los otros, son las élites quienes se benefician de ellas, usándolas para expandir su influencia política, su alcance económico y su base social. Hay pocos que cuestionen esta participación de las élites en actos criminales hoy en día (razón por la cual nos embarcamos en este proyecto) y hay incluso menos que hayan enfrentado acusaciones por sus actos contra la ley.

Las vías que estas élites toman para obtener riqueza y poder no sólo son una ilustración de la manera como las élites también toman parte en el crimen organizado, son fundamentales para comprender porqué otras no élites también lo hacen. Como la crónica contada por Daron Acemoglu y James Robinson, estas élites son con frecuencia las mismas que están desarrollando (o no, según el caso) las mismas instituciones que gobiernan estas sociedades. En esencia, las élites pueden desvirtuar la naturaleza y la misión del gobierno para prepararlo para proteger lo que Acemoglu y Robinson denominan un sistema “extractivo”, que es parásito a su peculiar manera destructiva.29

Estos sistemas retardan el desarrollo económico y político en el largo plazo, pero también abren la oportunidad para que el crimen organizado florezca. Los estados “extractivos” desvirtúan la manera como el Estado implementa sus recursos de seguridad, recauda sus impuestos y aplica la justicia. El resultado es que el ascenso social, del tipo que buscaba Pablo Escobar, queda bloqueado. En otras palabras, el sistema “extractivo” impide la movilidad ascendente, dejando pocas oportunidades para que quienes están afuera del reducido grupo de élites políticas, sociales y económicas ingresen a su club. La actividad criminal, en la medida en que opera a lo largo de las márgenes de las esferas económica y política, puede nivelar el campo de juego en formas crudas pero efectivas creando oportunidades para obtener enormes cantidades de capital en lapsos de tiempo minúsculos,  y ofreciendo servicios de protección  a esas élites gobernantes, entre otras formas.

Como sucedía en la Sicilia del siglo XVIII, estos servicios pueden abrir puertas y ofrecer lo que Daniel Bell describió de manera célebre como una “extraña escalera de movilidad social”.

“El crimen, en la jerga de los sociólogos, tiene un rol 'funcional' en la sociedad, y los negocios urbanos: la actividad ilícita organizada para tener ganancias continuadas más que actos ilegales individuales, es una de las extrañas escaleras de movilidad social”, escribió Bell.30

Estos “trepadores sociales” casi siempre enfrentan repercusiones negativas de quienes llegaron antes que ellos, observa Bell, aun cuando quienes llegaron antes usaron las mismas tácticas para lograr su estatus.

Los pioneros del capitalismo estadounidense no se graduaron de la Escuela de Administración de Empresas de Harvard. Los primeros colonizadores y padres fundadores, así como quienes "ganaron el  oeste" y acumularon ganado, minas y otras fortunas, a menudo lo hicieron mediante la especulación dudosa y una nada despreciable cantidad de violencia. Ignoraron, evadieron o infringieron la ley cuando se interpuso en el camino del destino de Estados Unidos, y el suyo propio, o fueron ellos mismos la ley cuando respondía a sus propósitos. Esto no les impidió a ellos ni a su descendencia sentir la correcta afrenta moral cuando en las diferentes circunstancias de los atestados entornos urbanos recién llegados emprendieron tácticas igual de bárbaras.31

El modelo se repite en nuestros estudios de caso. Las élites establecidas denigran de las no élites. Hasta el día de hoy, Pablo Escobar y su familia siguen siendo los sacos de arena que golpean las organizaciones noticiosas de propiedad y bajo la dirección de las élites e Colombia. Los banqueros, los terratenientes, las compañías mineras, los ganaderos y otros que se establecieron y establecieron a sus familias socavando el Estado de derecho se levantan para enjuiciar a los Escobar que buscan el ascenso social por la vía del “crimen organizado”. Pero esas familias han transitado caminos similares. Ambos implican medios infames, subversión del Estado, violencia (aunque en grados variables) y otras tácticas. Lo más importante, ambas tienen el mismo objetivo: poder.

La búsqueda de poder, no riqueza, está en el centro de este proyecto.32 Para nosotros, esa es una diferencia importante. El crimen organizado se asocia más comúnmente con actos criminales específicos que con frecuencia reportan grandes sumas de dinero a sus participantes. Pero el crimen organizado, del tipo en el que nos concentramos, tiene que ver mucho más que con la simple acumulación de capital económico. Aunque sin duda es un factor importante en la dinámica del mundo del hampa y para la capacidad de obtener poder, los recursos económicos, como lo descubrió Pablo Escobar, no confieren poder de manera automática.

Para el crimen organizado, obtener poder requiere relaciones o redes. Para comenzar, el crimen organizado necesariamente involucra fuerzas de seguridad. El crimen organizado usa estas diferentes conexiones para facilitar los negocios reales, así como para proteger de procesos judiciales a sus actores principales. Como lo observa Albini, “El suministra de servicios ilegales... debido a que precisan del contacto entre el criminal y el cliente de manera continua, no puede llevarse adelante fácilmente sin caer pronto bajo escrutinio público o policial”.33 Estas conexiones también incluyen fiscales, jueces, funcionarios de bajo nivel en ingresos portuarios y aeropuertos, entre otros.

En sus formas más sofisticadas, el crimen organizado coopta a funcionarios de gobierno de alto rango, y promueve a políticos e incluso a partidos políticos. En algunos de nuestros estudios de caso, estos funcionarios de gobiernos, políticos y grupos criminales hacen todos parte de la misma organización criminal, o por lo menos trabajan con los mismos fines. El capital político que acompaña estas relaciones les permite a los grupos criminales ejercer poder en formas específicas que les permitan evitar ser juzgados, avanzar y expandir sus intereses de negocios, y sientan una base desde la cual ejercer poder sobre los recursos del Estado, como lo demuestra Rawlinson en el caso de Rusia.

Finalmente, el crimen organizado obtiene poder intersectándose con las comunidades en las que opera, lo que le permite obtener un capital social importante, añadiendo así una capa de protección más contra procesos judiciales y el escrutinio público. Esto, como se mencionó antes, puede derivarse de la suplantación del Estado como perro guardián del vecindario, es decir, su policía y a menudo su sistema judicial. Además, como lo ilustran algunos de nuestros estudios de caso, los grupos criminales construyen respaldo proveyendo empleos y servicios a la comunidad. El capital social también puede, como lo muestra Desmond Arias, venir por el contacto directo y el trabajo con líderes comunitarios, ganándose su confianza y apoyando sus proyectos. Y el capital social puede acumularse patrocinando fuentes de orgullo comunitario, como festivales o equipos de fútbol.

En nuestra opinión, la acumulación de capital económico, político y social son las bases del poder, y es este poder, como lo veremos, lo que permite que el crimen organizado surja, se expanda y sostenga sus operaciones. En algunos casos, este proceso se ve truncado, y somos testigos de la caída de un imperio criminal o de su líder. Estos casos forman la base de la mayoría de nuestros estudios de caso. En otros casos, continúa a buen paso, constituyendo la base por la cual pueden crearse nuevas familias, surgir nuevas élites y construirse nuevos estados-nación. En todos los casos, es un proceso destructivo y heteróclito que involucra a múltiples actores, tanto estatales como no estatales, élites y no élites, ricos y pobres, citadinos y campesinos, criminales y civiles inocentes. Esas son las historias que se ofrecen a continuación.

Notas al pie

[1] Oficina de las Naciones Unidas para las Drogas y el Delito (UNODC), "Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional y sus Protocolos", Organización de las Naciones Unidas, 2004. Disponible en: https://www.unodc.org/documents/middleeastandnorthafrica/organised-crime/UNITED_NATIONS_CONVENTION_AGAINST_TRANSNATIONAL_ORGANIZED_CRIME_AND_THE_PROTOCOLS_THERETO.pdf

[2] Joseph Albini y Jeffrey McIllwain, Deconstructing Organized Crime: A Historical and Theoretical Study (Londres, 2012), pp. 81-82.

[3] Esta idea se remonta por lo menos a la obra de Walter Lippmann. Ver: Lippmann, "Underworld: Our Secret Servant," Forum, 85 (1931), pp. 1-4, 65-69. (citado en Nikos Passos (ed.), Organized Crime (Dartmouth, VT, 1995), p. 9.

[4] Joseph Albini, The American Mafia: Genesis of a Legend (Nueva York, 1971), pp. 34-35.

[5] Ibíd, p. 10.

[6] D.R. Taft y R. W. England, Criminology (Nueva York, 1964), citados en Joseph Albini y Jeffrey McIllwain, Deconstructing Organized Crime: A Historical and Theoretical Study (Londres, 2012), p. 18.

[7] Ver: Joseph Albini y Peter Reuter, Disorganized Crime: The Economics of the Invisible Hand (Cambridge, MA, 1983).

[8] Ver: Diego Gambetta, The Sicilian Mafia (Cambridge, MA, 1993).

[9] Michael D. Maltz, "On Defining 'Organized Crime': The Development of a Definition and a Typology", en Crime & Delinquency, julio de 1976, p. 341. (Citado en Passos, p. 18).

[10] Ver (entre otros): James Cockayne, "State Fragility, Organised Crime and Peacebuilding: Towards a more Strategic Approach", Norwegian Peacebuilding Resource Centre, septiembre, 2011.

[11] Diego Gambetta, The Sicilian Mafia (Cambridge, MA, 1993), pp. 19-20.

[12] Diego Gambetta, "Fragments of an economic theory of the mafia," the European Journal of Sociology (o Archives of European Sociology), XXIX (1988), pp. 127-145.

[13] Ibíd.

[14] Joseph Albini, The American Mafia: Genesis of a Legend (Nueva York, 1971), p. 129.

[15] Ibíd, p. 134.

[16] Charles Tilly, "War Making and State Making as Organized Crime", en Peter Evans, Dietrich Rueschemer y Theda Skocpol (eds.), Bringing the State Back (Cambridge, 1991), pp. 169-191.

[17] Ibíd, p. 171.

[18] Vanda Felbab-Brown, "Conceptualizing Crime as Competition in State-Making and Designing an Effective Response", de una conferencia dictada en el Congreso sobre Actividades de Tráfico Ilícito en el Hemisferio Occidental Posibles Estrategias y Lecciones Aprendidas, 21 de mayo, 2010.

[19] Peter Andreas, Smuggler Nation: How Illicit Trade Made America (Nueva York, 2013), p. 2.

[20] Ibíd, pp. 2-3.

[21] Joseph Albini y Jeffrey McIllwain, Deconstructing Organized Crime: A Historical and Theoretical Study (Londres, 2012), p. 12,

[22] Ko-Lin Chin, Heijin: Organized Crime, Business, and Politics (Nueva York, 2003), pp. 14-15.

[23] Patricia Rawlinson, "Russian Organized Crime: A Brief History", en Phil Williams (ed.), Russian Organized Crime: A New Threat? (Londres, 1997), pp. 28-52.

[24] Ibíd, p. 57.

[25] Federal Bureau of Investigation, "White-Collar Crime". Disponible en: https://www.fbi.gov/about-us/investigate/white_collar

[26] Edwin H. Sutherland, "White-Collar Criminality," American Sociological Review, Vol. 5, No. 1 (Feb., 1940), pp. 1-12.

[27] Vicenzo Ruggiero, Organized and Corporate Crime in Europe: Offers that Can't be Refused (Vermont, 1996), p. 21.

[28] Andreas, pp. 4-5.

[29] Daron Acemoglu y James Robinson, "Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity, and Poverty" (Nueva York, 2012), p. 393. (Edición para Kindle).

[30] Daniel Bell, "Crime as an American Way of Life," The Antioch Review, Vol. 13, No. 2, verano 1953, p. 133.

[31] Ibíd, p. 152.

[32] Nos hemos basado en la definición de poder formulada por Steven Lukes: "A ejerce poder sobre B cuando A afecta a B de manera contraria a los intereses de B". Ver: Steven Lukes, Power: A Radical View (MacMillan, 1974), p. 31.

[33] Joseph Albini, The American Mafia: Genesis of a Legend (Nueva York, 1971), p. 56.

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*El trabajo presentado en esta investigación es el resultado de un proyecto financiado por el Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo de Canadá (IDRC, por sus iniciales en inglés). Su contenido no es necesariamente un reflejo de las posiciones del IDRC. Las ideas, pensamientos y opiniones contenidas en este documento son las del autor o autores.

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