Las FARC siempre han tenido una relación de amor y odio con las drogas. Aman el dinero que produce, fondos que les permitieron sobrevivir e incluso amenazar con derrocar al Estado a finales de los años noventa. Odian la corrupción y el estigma del narcotráfico que también han llegado al movimiento guerrillero.

El acuerdo firmado este mes en las conversaciones de paz en La Habana en materia de drogas, podría tener un enorme impacto en el tráfico de drogas de Colombia, si llegara a ser implementado. Los guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) están en la posición de asfixiar el comercio de la cocaína o de transformarse en la organización más poderosa de tráfico de drogas del país.

Este artículo es la primera parte de un reportaje en cuatro entregas sobre la historia y el futuro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), ahora que parece posible el final de casi 50 años de conflicto con el Estado colombiano. Lea los otros capítulos aquí.

Sin embargo, hay una falta de claridad sobre la naturaleza exacta de la relación entre los guerrilleros y el tráfico de drogas. Por más de una década, las FARC a menudo han sido descritas como “narcoterroristas” en los comunicados difundidos desde el Ministerio de Defensa, pero los guerrilleros niegan enfáticamente ser narcotraficantes.

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Lo que ellos admiten es el “gramaje”. Esto es esencialmente un sistema de impuestos que grava los diferentes eslabones de la cadena de las drogas en sus zonas de control, e incluye:

  • Un impuesto a los productores (los cocaleros) —que por lo general no supera los US$50 por kilo de base de coca.
  • Un impuesto sobre los compradores —hasta US$200 por kilo de base de coca.
  • Un impuesto sobre la producción en los laboratorios ubicados en sus áreas de control —hasta US$100 por cada kilo de cocaína producida.
  • Un impuesto sobre las pistas de aterrizaje y los vuelos que salen de su territorio —de nuevo otros US$100 por kilo.

Esto significa que los guerrilleros admiten ganar hasta US$450 por cada kilo de droga que se produce y se mueve a través de su territorio. Incluso si ésta fuera su única participación en el tráfico de drogas, les daría como ganancia un mínimo de US$50 millones al año, sólo del comercio de base de coca en sus áreas de influencia, y hasta US$90 millones producto del movimiento de cocaína.

Estas cifras se calcularon con base en las estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre la producción de cocaína colombiana, que fue ubicada en 309 toneladas al año en 2012, y de las cuales las FARC controlan dos tercios. Sin embargo, estas cifras no sólo son una gran subestimación de la producción de cocaína en Colombia, sino que la participación de los guerrilleros en las drogas es mucho más grande y no se limita a la cocaína, ya que también incluye la heroína, y un reciente y cada vez más lucrativo desarrollo: la marihuana. Una estimación conservadora de las ganancias de las FARC producto del tráfico de drogas sería de US$200 millones.

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Aparte del gramaje, otras actividades de tráfico de drogas no son reconocidas ni sancionadas explícitamente por el Secretariado de las FARC, integrado por siete miembros. Esta es la forma mediante la cual el alto mando guerrillero busca negar cualquier vínculo directo con el tráfico de drogas. Esta falta de control central sobre las actividades relacionadas con las drogas por parte de los guerrilleros es también la razón por la cual las FARC no dominan el comercio de cocaína en Colombia.

Las operaciones de las fuerzas de seguridad y las actividades de los grupos criminales han permitido vislumbrar cuán profundo se ha extendido la participación de las FARC en el tráfico de drogas durante los años, y aquí hay algunos ejemplos:

“Negro Acacio” y la operación “Gato Negro”

Tomás Molina Caracas, alias “Negro Acacio”, era el jefe del Frente 16, ubicado en el Vichada, y quien se sentó a horcajadas sobre la triple frontera con Venezuela y Brasil. En 2001, el ejército desplegó su nueva y eficiente Fuerza de Despliegue Rápido, compuesta por las Fuerzas Especiales equipadas y entrenadas por Estados Unidos, y movilizada en poderosos helicópteros Blackhawk. La operación se denominó “Gato Negro”. Los resultados fueron el decomiso de documentos pertenecientes a las FARC donde se detallaban la producción, procesamiento y transporte de aproximadamente dos toneladas de cocaína, cada una produciéndole a las FARC una ganancia de US$2 millones. Había informes de por lo menos siete de dichos envíos. La segunda evidencia abrumadora fue la captura del principal comprador de drogas, el narcotraficante brasileño Luis Fernando Da Costa, alias “Fernandinho Beira-Mar”. Da Costa es miembro del grupo criminal más antiguo de Brasil, el Comando Vermelho. De hecho, Da Costa puede hoy ser el máximo líder del Comando Vermelho. Estaba claro que el Negro Acacio, hasta su muerte en un bombardeo aéreo en 2007, fue el principal recaudador de fondos para el Bloque Oriental de las FARC, respondiendo directamente a Víctor Suárez, alias “Mono Jojoy”, el comandante del Bloque, miembro del Secretariado y el mariscal de campo guerrillero. También quedó claro que el dinero de la droga alimentó el crecimiento del Bloque Oriental a 6.000 combatientes en 2002, convirtiéndose en el más poderoso de la división militar del ejército guerrillero.

“Carlos Bolas” y drogas por armas

En junio de 2002, Eugenio Vargas Perdomo, alias “Carlos Bolas”, fue detenido en Surinam y rápidamente extraditado a Estados Unidos. Allí fue condenado por tráfico de drogas, bajo la acusación de administrar más de 200 toneladas de cocaína a nombre del Negro Acacio y del Frente 16. Cumplió 11 años en una prisión de Estados Unidos y fue deportado de nuevo a Colombia en junio de 2013. Pero Carlos Bolas era más que un simple traficante. Su papel principal era comprar armas en el mercado negro internacional. La moneda con la que pagaba, felizmente aceptada por los traficantes de armas ilegales, era la cocaína. Se cree que estuvo implicado en la compra de 10.000 rifles de asalto AK-47 que fueron lanzados en paracaídas en las selvas colombianas en 1999, y que proporcionó la mayor inyección de armas al ejército guerrillero en sus 50 años de existencia.

Alias “Sonia” y la conexión con Panamá

soniaAnayibe Rojas Valderrama, alias “Sonia”, fue la jefe de finanzas del poderoso Frente 14 de las FARC, ubicado en el Caquetá. La conocí en 2001 en el principal campamento del Frente 14 en Las Peñas Coloradas, en el río Caguán, donde ella ejercía un férreo control sobre el movimiento de drogas en esta tradicional región de cultivo de coca. Fue capturada en el Caquetá, en febrero de 2004, y extraditada a Estados Unidos. En 2007 fue declarada culpable por un tribunal de Washington DC, por tráfico de drogas a Estados Unidos y condenada a 16 años de prisión. Durante el juicio salió a la luz que había sido la responsable de enviar toneladas de cocaína a Estados Unidos (el ejército colombiano ubicó la cifra en 600 toneladas, sin duda, una cifra muy inflada), con muchos de los acuerdos siendo negociados por ella personalmente en Panamá.

Todos estos casos hacen referencia a los años en los que las FARC estaban en el apogeo de su poder, sus comandantes aparentemente eran intocables y había enormes zonas del país bajo el control indiscutible de los guerrilleros. Eso terminó en 2002, y para finales de 2008 las FARC habían sufrido la muerte de su fundador y jefe supremo, Pedro Marín, mejor conocido por su alias “Manuel Marulanda”, otros dos miembros del Secretariado habían muerto, y la estructura de comando y control guerrillero se había desmoronado.

Las FARC hoy en día son un movimiento mucho más fragmentado, y los frentes guerrilleros disfrutan de una mayor autonomía de la que tenían hace una década. Varias unidades han profundizado su participación en el tráfico de drogas y están exportando drogas. El Frente 57 mueve cocaína hacia Panamá, trabajando a menudo con sus antiguos enemigos paramilitares, ahora agrupados bajo Los Urabeños; los Frentes 48 y 29, en los departamentos fronterizos de Putumayo y Nariño, respectivamente, mueven cargamentos de droga hacia Ecuador, donde en muchos casos terminan en manos de los carteles mexicanos; el Frente 33 en Norte de Santander mueve grandes cantidades de cocaína hacia Venezuela, mientras que el Frente 16 está de vuelta en el negocio, moviendo drogas hacia Venezuela y Brasil.

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La participación de las FARC en las drogas ya no se limita a la coca y la cocaína. Los guerrilleros también están involucrados en el negocio de la heroína en los departamentos de Nariño, Cauca y Tolima. El Frente 6 en el Cauca quizás se ha convertido en el principal proveedor de marihuana en Colombia. Esto no es sólo para el mercado interno -una nueva cepa particularmente potente, conocida como “creepy“, ahora también está siendo exportada a los vecinos.

El futuro del comercio de la droga en Colombia no está íntimamente ligado al éxito en la mesa de negociaciones en La Habana. En caso de que se llegue a un acuerdo con las FARC, los guerrilleros están, al igual que los talibanes estuvieron en Afganistán, en la mejor posición para tener un impacto importante en el cultivo de drogas. Sin embargo, también existe el riesgo de que las unidades individuales de las FARC entren en el negocio de las drogas por sí mismos y trabajen al lado de los Urabeños y de otros grupos narcotraficantes, o que incluso empiecen a trabajar directamente con los carteles mexicanos.

Lo que es seguro es que los guerrilleros y el tráfico de drogas no se pueden separar. Ahora pueden ser descritos como gemelos siameses y el destino de uno ahora está inextricablemente unido al otro.

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Jeremy McDermott is co-founder and co-director of InSight Crime. McDermott has more than two decades of experience reporting from around Latin America. He is a former British Army officer, who saw active...