"Memo Fantasma", un narcotraficante paramilitar, se ha mudado a Madrid con sus millones de dólares de la droga. Ha evadido el sistema de justicia colombiano y quizá consiguió la indulgencia de Estados Unidos por haber dado información.
Está libre, sin ningún registro judicial.
Un investigador local confirmó que Memo Fantasma vivía en la capital española. Allí había creado dos compañías, ambas bajo su nombre real, Guillermo León Acevedo Giraldo; las había establecido con al menos cinco millones de euros, pero, mirando sus inversiones, probablemente valían varios millones más.
Tenemos una foto reciente de él en las calles de Madrid. No había duda de que era nuestro Fantasma.

Era hora de ir a España para intentar confrontar a Memo, o por lo menos para entregarle una carta en la que contamos nuestra versión y le otorgamos el derecho de dar una respuesta antes de publicar la investigación.
*Los narcotraficantes de hoy en día se han dado cuenta de que su mejor protección no es un ejército privado, sino más bien el anonimato total. A estos barones de la droga los hemos llamado "Los Invisibles". Este es el sexto artículo de una serie de seis partes sobre uno de esos traficantes, alias "Memo Fantasma". Lea la investigación completa aquí.
Hablando con contactos en la policía de España supimos que, al parecer, Guillermo Acevedo había llamado su atención, no porque hubiera evidencia de alguna actividad criminal, sino porque había comprado propiedades en España a dos lavadores de dinero colombianos de la vieja guardia, Alfonso y Rodrigo Vargas Cuéllar, a través de una compañía llamada Bucaramanga.
Los hermanos Vargas conformaron una estructura criminal conocida como “Las Guaras”; habían sido detenidos en Madrid en 2003 como parte de una enorme red de lavado de dinero de Colombia en España y el Reino Unido, que había blanqueado unos 165 millones de dólares.
El portafolio de inversiones de Memo en Madrid
Como parte de su solicitud de residencia en España, Memo había proporcionado una dirección en la calle Fernández de la Hoz, en una zona céntrica de Madrid. En el edificio había un portero, y la salida del garaje estaba al otro lado de la cuadra. Quizá Memo había elegido a propósito una propiedad donde no podía ser sorprendido.

También encontramos una casa en las afueras de la ciudad, en un conjunto residencial cerrado junto a un campo de golf privado. Allí también había un portero y era imposible mirar al interior. Además, uno no podía quedarse esperando afuera sin llamar la atención, y tampoco había forma de fingir un encuentro casual allí.
A pesar de que teníamos una lista de los autos de Memo, una motocicleta Honda ADV 750, una motocicleta BMW 1200, un Mercedes-Benz A200D y un Range Rover Sport, había pocas posibilidades de interceptarlo a la entrada o la salida de alguna de sus propiedades.
Los dos negocios de Memo, Prime Desarrollos Urbanísticos y Promensula Desarrollos, fueron registrados en un bufete de abogados, Zurbana & Caracas Abogados, a menos de 10 minutos a pie del apartamento de Memo en el centro de Madrid. Aquella parecía la única opción para tratar de obtener un número de teléfono o al menos de dejar un derecho de respuesta que Memo no pudiera negar que había recibido.
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Me recibieron en la oficina, donde todo el mundo parece saber de Guillermo Acevedo inmediatamente: se referían a él por su nombre de pila. Entregué mi tarjeta personal y pregunté si sus empresas estaban en efecto registradas allí; pregunté además si podrían darme un número de contacto. Pero no fue posible. ¿Puedo dejarle una carta? Eso sí lo aceptaron. Como periodista con labores por cumplir, era urgente comunicarme con él. ¿Podrían llamarlo, decirle que yo lo esperaría? Asintieron.
Sin embargo, cuando la abogada regresó después de haber hecho la llamada, la situación cambió en forma drástica.
“Debe irse ahora mismo y no podemos recibir ninguna carta”, dijo la mujer mientras señalaba a la puerta.
Le respondí que me parecía muy raro, pues esta era la dirección que aparecía en el registro de sus empresas. ¿Por qué no podía dejarle una carta? ¿Qué había dicho el señor Acevedo que la llevó a echarme de esa manera?
Me volvieron a pedir que me retirara.
“¿Es este el tipo de bufete de abogados que facilita el tráfico de drogas, el lavado de dinero y el terrorismo? Es de eso de lo que estoy acusando al señor Acevedo”, exclamé.
Se calentaron los ánimos. Yo me seguía negando a marcharme y solicité hablar con un abogado de rango superior. Vino alguien más.
“No somos sus abogados, solo llevamos sus cuentas”, dijo.
Pregunté en qué cambiaba eso las cosas; ¿significaba eso que la compañía no representaba a narcotraficantes y terroristas, sino que simplemente llevaba sus cuentas? Esto levantó aún más los ánimos. Me dijeron que no responderían más preguntas a menos que regresara con la policía.
Había hecho mi trabajo allí. Memo seguramente recibiría el mensaje.
La idea era actuar rápidamente y ver si podíamos confrontar a Memo Fantasma en una de sus propiedades antes de que tuviera tiempo de prepararse. En el apartamento en la zona céntrica de Madrid, el portero dijo que ni el señor Acevedo ni su familia habían estado allí por algún tiempo. Al parecer el apartamento estaba siendo remodelado. El portero me recibió uno de los derechos de respuesta.
El conjunto residencial en las afueras de la ciudad es, según un contacto de la policía, un lugar elegido por jugadores de fútbol y celebridades, pues ahí garantizan su privacidad. Solo tiene una entrada con un guardia de seguridad y está rodeada por un campo de golf privado, de modo que no se puede mirar por las vallas ni tomar fotos con lentes de gran alcance.
Me presenté en la entrada y pregunté por el señor Acevedo. El guardia llamó a la casa. Alguien respondió y el portero a duras penas pronunció mi nombre. ¿Que quién era yo? Un periodista. Hubo un silencio. Finalmente respondieron que el señor Acevedo no se encontraba en casa. Parecía probable que sí estuviera. Dejé otra copia de la carta.
Habíamos tocado todas las puertas posibles. Si Memo Fantasma se iba a ver con nosotros, tenía que ser ahora.

Memo sale de la sombra
Tardó dos horas en llamarme. Cuando lo hizo, yo estaba tomando un café en la emblemática Plaza Mayor de Madrid. Sabía que era él a pesar de que el identificador de llamadas estaba bloqueado. Yo acababa de comprar una tarjeta SIM británica para intentar convencerlo de que yo residía en el Reino Unido y no en Colombia. Había dejado este número a los abogados y estaba escrito en los derechos de respuesta. Nadie más tenía ese número. Quizá era una medida de seguridad débil, pero funcionó.
El Fantasma estaba furioso.
“¿Qué clase de persona llama amenazando a los demás? Los abogados dicen que usted los amenazó".
Cuando se calmó, confirmamos su identidad gracias a su cédula colombiana. No había duda de que estábamos hablando con el mismo Guillermo Acevedo que habíamos identificado en Colombia.
Durante los siguientes 22 minutos, la conversación se tornó en un juego en el que él trataba de averiguar cuánto sabía yo y quiénes eran mis fuentes, mientras yo trataba de que aceptara encontrarse conmigo o de que hiciera algún comentario comprometedor.
Cuando escuchó las acusaciones, negó que él fuera alias “Memo Fantasma” y “Sebastián Colmenares”.
“¿De dónde sacó usted eso? Le aseguro que se equivoca”, dijo. “No tengo antecedentes penales ni órdenes de arresto”.
Cuando le pregunté si alguna vez había sido socio criminal de Macaco, respondió que no, pero curiosamente no preguntó quién era Macaco. Cuando se le acusó de ser paramilitar y miembro de la Oficina de Envigado, tampoco preguntó cuáles eran esas estructuras.
Hubo algo en nuestra conversación que claramente lo sorprendió. Le dije que él había sido señalado como Memo Fantasma durante un testimonio dado ante la Sala de Justicia y Paz.
“¿En serio? ¿Quién?”
Mencioné el nombre de Pablo Sevillano y, de nuevo, no preguntó quién era.
“Todos esos son criminales, no se puede creer en lo que dicen”, respondió. “Están tratando de encubrir sus propias actividades criminales. Usted es extranjero y lo están manipulando”.
Su indignación se convirtió en súplica.
“Tengo esposa e hijos, y estas acusaciones los van a afectar”.
Me sentí tentado a replicar que las esposas e hijos de decenas de miles de víctimas de los paramilitares se habían visto afectados por sus acciones, pero pensé que este quizá no sería el momento adecuado.
Le aseguré que de ningún modo íbamos tras su familia, aunque todo indicaba que su pareja actual, madre de dos de sus hijos, parecía saber muy bien de sus actividades criminales.
Entonces pasamos a hablar de dinero. Insistió en que él no era un hombre rico. Mencioné dos de sus propiedades en Madrid, a donde nosotros ya habíamos ido. Dijo que ambas estaban hipotecadas. Cuando le pregunté por los vehículos registrados a nombre de su empresa y de él mismo, también fue evasivo. Dijo que podría mostrar sus extractos bancarios, en los que supuestamente se puede comprobar su difícil situación.
Pasé entonces a hablar de sus intereses comerciales en Colombia. Cuando le pregunté por la compañía de helicópteros que poseía en el aeropuerto Olaya Herrera de Medellín y por su participación en el proyecto Torre 85 en Bogotá, admitió ambas cosas.
Mencioné el hecho de que la policía colombiana y las autoridades estadounidenses tenían registros suyos, aunque quizá ya habían sido borrados, y que creíamos que él podría haber sido informante de Estados Unidos.
“Es imposible borrar registros en Estados Unidos”, replicó, pero no respondió al comentario de que era un informante de Estados Unidos. Entonces me preguntó si yo había visto sus registros en Estados Unidos —lo cual no he hecho, pues están clasificados y son confidenciales—. Esto confirma la idea de que fue un informante de Estados Unidos, pues sabía que tenía algún registro en ese país.
Guillermo Acevedo apeló entonces a la ética periodística y le contesté que, si no lograba persuadirme de que él no era Memo Fantasma o Sebastián Colmenares, procedería con mi reportaje. Se negó a reunirse conmigo, insistiendo en que no estaba en Madrid, pero prometió enviarme un correo electrónico.
Al finalizar la llamada yo estaba más convencido que nunca de que este Guillermo Acevedo era nuestro Fantasma. Él sabía exactamente de quién y de qué estaba hablando yo. Un hombre de negocios normal no suele saber estas cosas y se confundiría al escuchar nombrar a las figuras del hampa colombiano.
Yo no esperaba volver a saber de Memo, al menos no hasta después de la publicación, y solo a través de sus abogados. Sin embargo, él cumplió su palabra y me envió un correo electrónico.

Este fue el comienzo de una serie de mensajes en los que él prometía hablar para explicar las cosas y luego concertar un encuentro. Pero pronto se hizo evidente que lo que estaba haciendo era ganar tiempo hasta que me remitiera a sus abogados. Los mensajes no revelaban mucho, excepto que Memo Fantasma, aunque evidentemente poseía una gran mente criminal, tenía una educación formal muy rudimentaria.
Una llamada de la vicepresidenta de Colombia
Regresé a Colombia un día después de comunicarme con El Fantasma. Al aterrizar en Medellín, encendí mi teléfono y encontré un mensaje de la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez, en el que decía que necesitábamos hablar. Aquello no podía ser una coincidencia.
“Sé qué estás investigando”, dijo después de dar un apresurado saludo.
InSight Crime siempre está trabajando en una docena de investigaciones diferentes a la vez, pero sé que con los vicepresidentes es mejor ser directo.
—¿Quién te lo dijo?
—Una fuente en Washington.
—¿Le ayudaste al señor Guillermo Acevedo a matricular a sus hijas en el Colegio Nueva Granada?
—No.
—¿Es conocido tuyo?
—No. Simplemente es alguien con quien mi esposo hizo negocios. Aparte de eso le pedimos al general Naranjo que revisara sus antecedentes. Mi esposo está dispuesto a responder todas tus preguntas y está esperando tu llamada.
Antes de hablar con su esposo, Álvaro Rincón, hablé con el general Óscar Naranjo, exjefe de la policía colombiana y vicepresidente, a quien conozco. Supo como responderme.
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“En este momento no recuerdo ese caso específico, pero si la vicepresidenta dijo que sucedió, entonces sí sucedió. La gente me pedía todo el tiempo que revisara antecedentes”, dijo.
Le pregunté si había oído hablar de Memo Fantasma y me dijo que sí, pero como un personaje sin mayor importancia. Le pregunté si sabía que Memo era también Sebastián Colmenares, un líder de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). “No, que yo sepa”, respondió.
Le pregunté que si podía averiguar con algunos de sus contactos para ver si encontraba algo. Dijo que haría algunas averiguaciones. Pero a pesar de que se lo recordé durante varias semanas, no recibí nada. Claro el exjefe de policía y ex vicepresidente es un hombre muy ocupado.
Durante este tiempo, además de verificar los datos para estas publicaciones, intentamos hallar cualquier evidencia de actividad criminal continuada por parte de Memo Fantasma. Aunque sus actividades de lavado de dinero eran claras, había dudas acerca de si eran solo para sus propios fondos o si estaba ofreciendo servicios de “lavandería” a otros criminales. El hecho de que se asociara con conocidos criminales colombianos y lavadores de dinero en España apuntaba a lo segundo. Una mayor exploración sobre sus negocios en España, en particular en una serie de proyectos de desarrollo en Sevilla, dejaba claro que había millones de euros en juego. Creemos que en efecto se ha ganado esa cantidad de dinero a lo largo de su carrera, pero también había muchas posibilidades de que tomara sumas sustanciales de otras personas.
“Ernesto”, un narcotraficante de Medellín que también había trabajado con las autodefensas, y cuyo odio hacia Memo es evidente, insiste en que El Fantasma todavía está en el negocio. No sabía nada de nuestros hallazgos.
“Él ahora hace parte de un grupo que se llama La Fraternidad. Son como tres o cuatro. Pretenden ser hombres de negocios, que se codean con la alta sociedad y participan en grandes proyectos de construcción. Lo que todo el mundo olvida es que estos tipos son unos narcos, pero se hacen pasar por legítimos hombres de negocios”.
Ernesto también afirma que, incluso con sus antiguos protectores, Carlos Mario Jiménez, alias “Macaco”, y Carlos Mario Aguilar, alias “Rogelio”, desaparecido hace mucho tiempo, todavía tenía contactos en la Oficina de Envigado para hacer su trabajo sucio.
“Alias Charlie es su contador, y su jefe de bandidos era alias 'Draculín', quien también hacía cobros para él”.
No pudimos encontrar a “Charlie”, pero Draculín es bien conocido en el hampa de Medellín. Su nombre verdadero es Héctor Alexis Muñoz y era uno de los más buscados en Medellín hasta que fue capturado en 2018.

Ernesto también insinuó que Memo estuvo vinculado a un sonado asesinato, el de Julio César Correa Valdés, alias “Julio Fierro”, un narcotraficante que aparentemente estaba cooperando con la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (Drug Enforcement Administration, DEA por sus siglas en inglés). Correa Valdés desapareció en agosto de 2001 y algunos exparamilitares dijeron en sus testimonios que fue torturado y asesinado. Ernesto afirma que Memo pagó por el asesinato y que estuvo presente durante la tortura.
Ninguna otra fuente ha confirmado esto último, y hay indicios de que él fue asesinado por orden del jefe de las AUC, Carlos Castaño. Sin embargo, en un último intento de incitar a Memo para que contestara mis preguntas, le envié un mensaje en el que le preguntaba sobre esto último y sobre el hecho de que es un informante de Estados Unidos.

Abandonamos nuestros intentos de que Memo hablara.
Mientras todo esto sucedía, se anunció que al exsocio paramilitar de Memo, Carlos Mario Jiménez, alias “Macaco”, quien había sido enviado de nuevo a Estados Unidos después de cumplir 11 años de prisión, se le había negado la admisión a los programas de amnistía de Colombia. Eso significa que enfrenta hasta 40 años de prisión en Colombia, pues ya ha sido acusado de narcotráfico, masacres y asesinatos. Sin embargo, Memo Fantasma era quien administraba gran parte de la actividad de tráfico de drogas de Macaco. Memo Fantasma fue quien, como cerebro financiero detrás de la actividad del narcotráfico, financió la máquina militar del Bloque Central Bolívar (BCB), que llevó a cabo masacres, desplazamientos masivos y violaciones en grandes zonas de Colombia.
Al observar la red criminal vinculada a Memo Fantasma, una cosa sale a flote: casi todos han sido asesinados o han estado en prisión. Sin embargo, Guillermo Acevedo se da la gran vida en Madrid, sin que nadie lo moleste. Durante más de 30 años, uno de los narcotraficantes más prolíficos de Colombia ha permanecido invisible.
*Los narcotraficantes de hoy en día se han dado cuenta de que su mejor protección no es un ejército privado, sino más bien el anonimato total. A estos barones de la droga los hemos llamado "Los Invisibles". Este es el sexto artículo de una serie de seis partes sobre uno de esos traficantes, alias "Memo Fantasma". Lea la investigación completa aquí.
*La investigación para este artículo fue realizada por Ángela Olaya, Ana María Cristancho, Laura Alonso, Javier Villalba, Juan Diego Cárdenas y María Alejandra Navarrete.