El 14 de noviembre de 2016, hacia el mediodía, Carlos Magno de Souza conducía por las calles asfaltadas de Peruíbe, São Paulo. Acababa de pasar las casas de un solo piso que se ven por toda la ciudad costera cuando fue detenido por dos policías militares. No está claro por qué detuvieron su auto, pero adentro los agentes encontraron un teléfono. Al verificar el número en una base de datos determinaron que era robado.
Llevaron a Magno a la estación, donde otra agente lo reconoció. Era “Chucky”, dijo, alias de un jefe del Primer Comando de la Capital (Primeiro Comando da Capital - PCC), la pandilla carcelaria más grande y la red criminal más temida del país. La policía militar, según se supo después, llevaba meses siguiendo a Chucky, interceptando los teléfonos de él y otros secuaces para preparar un caso en su contra por expendio de estupefacientes.
Lo que hallaron en su investigación fue revelador, e ilustra cómo, desde su base en las prisiones estatales de São Paulo, el PCC trasegaba narcóticos por toda la región. Pero también demostró cómo operadores como Chucky mantenían control sobre las distintas partes móviles de la organización.
*Esta historia es parte de una investigación de dos años del Centro de Estudios Latinoamericanos y Latinos (CLALS) e InSight Crime sobre el PCC. Lea la investigación completa aquí. Lea el PDF completo aquí o descárguelo del Social Science Research Network.
Chucky, como otros dos miembros de la organización también investigados, eran lo que el PCC llama sus “disciplinas”. Los disciplinas son miembros del PCC “designados para resolver temas varios, desde problemas amorosos hasta disputas y robos en las zonas dominadas [por el PCC]”, reza el expediente del caso.
La idea de los disciplinas surgió donde nació el PCC: en las cárceles. Antes de que se creara el PCC, a finales de los 90, las prisiones eran caóticas y violentas. El PCC trató de domarlas. Como escriben Bruno Paes Manso* y Camila Nunes Dias en su libro, A Guerra, la lucha por el control de las prisiones fue feroz. El PCC decapitaba a sus rivales o les sacaba el corazón del pecho, y luego exhibían esas partes como trofeos. A este periodo inicial de su historia lo llamaron, “la revolución”.
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Cuando logró controlar las prisiones de São Paulo, el PCC buscó imponer más orden. Organizó los lugares donde dormirían los presos. Nombró líderes de los pabellones que asignaban quiénes limpiarían las celdas, entre otras labores. Comenzó a resolver disputas entre compañeros de celda, a dirimir las peleas por provisiones, acusaciones de robo, envidias, alborotos y abuso de sustancias, especialmente de residuos de cocaína o crack, que eventualmente fue prohibida en las prisiones controladas por el PCC. En algunos casos, la pandilla lograba traer la paz. En otros, debían reasignar a alguien a una celda distinta.
Esos fueron los orígenes de la figura del disciplina. Cuando las disputas se volvían serias, terminaban convocando a un “debate”, un proceso que parecía un juicio. La parte agraviada determinaba el castigo, a menos que se tratara de un asunto interno del PCC; entonces el disciplina imponía la pena. El PCC terminó desarrollando un reglamento interno con 45 “estatutos”.
“Lealtad, respeto y solidaridad por encima de todas las cosas al Partido”, decía el artículo 1.
El PCC también implantó normas para la población general. No violaciones. No robo. No acoso infantil en zonas controladas por el PCC. Desde su inicio, el PCC se consideró tanto una organización social y política como una organización criminal, y cuando venían visitas a la prisión no había malas palabras, ni coqueteos con la esposa o la pareja de otro, y había códigos de vestimenta (los pantalones cortos de los reclusos debían ir hasta debajo de la rodilla), como Paes Manso y Nunes describen en su libro.
Con el tiempo, el PCC creó formas de financiación. En una llamada telefónica que se registra en el caso contra Chucky, el disciplina hace referencia a deudas de la “rifa”, un sistema interno mediante el cual el PCC cobra cuotas para una rifa a sus miembros y otros reclusos, y cuotas mensuales para quienes han sido liberados de la prisión o cumplido sus penas, las cuales se conocen como “cebola” (cebolla). El disciplina se asegura de que los miembros paguen ese dinero, que se usa para todo, desde servicios legales hasta viáticos para que los parientes de los miembros del PCC vayan a visitarlos.
Cuando al PCC se estableció más por fuera de las prisiones, el disciplina comenzó a resolver problemas en las calles. En el caso de Chucky, por ejemplo, eso implicaba el cobro de deudas. En una parte del expediente, hablan de un miembro que le debe 2.000 reales (unos US$600 en 2016) al “Partido”. Otra persona debía 27.000 reales (US$8.200), según el expediente.
El PCC hacía cobros a otros narcotraficantes, lo que se había convertido en una fuente de ingresos importante para la organización. De hecho, no fue coincidencia que Chucky tuviera conexiones con la facción narcotraficante de la organización. Desde el comienzo, los disciplinas ejercieron control sobre sus propias operaciones de narcotráfico y las de otros, según relatan Paes Manso y Dias, para poder financiar sus operaciones.
Con el tiempo, el concepto de disciplina se difundió hasta controlar otras partes del hampa. En efecto, el disciplina vigila las actividades de otros grupos criminales, para asegurarse, por ejemplo, de que no estén abusando innecesariamente de sus víctimas. También han realizado juicios fuera de la prisión cuando alguien es asesinado sin motivo o en casos de robo o violación. El castigo puede ir desde el exilio del barrio hasta la muerte, posiblemente ejecutada por la familia de la víctima. Y también resuelven disputas entre grupos criminales.
El disciplina se ha convertido en el aspecto que diferencia al PCC de muchas otras organizaciones criminales. Como relatan Bruno Paes Manso y Camila Nunes Dias, el disciplina fue un aspecto central de cómo el PCC estableció cierta “moralidad” entre criminales. “El PCC se fortaleció cuando fue reconocido como autoridad capaz de ser un organismo regulador del delito”, escriben.
El rol de árbitro para calmar tensiones en el hampa le confirió legitimidad al grupo, especialmente por la reducción de la violencia, primero dentro de las prisiones y más adelante en todo el estado de São Paulo, epicentro del PCC. El PCC hablaba en términos míticos de cómo los disciplinas “concientizaron” a sus miembros y a otros.
Este rol social se observa también en el expediente: El PCC también mediaba en riñas domésticas, peleas entre vecinos, abuso de autoridad y otras disputas más mundanas, dice. El grupo dio prioridad a todo lo que pudiera llamar la atención de las autoridades y se interpusiera en sus operaciones de negocios.
Pero el PCC tiene sus límites. En un caso descrito en el expediente, la unidad discute sobre un preso que se queja de que su esposa no lo visita. El PCC, afirma el comentador, no puede involucrarse en problemas personales; no puede obligar a la esposa del hombre a visitarlo.
*Paes Manso fue investigador de este proyecto.
*Esta historia es parte de una investigación de dos años del Centro de Estudios Latinoamericanos y Latinos (CLALS) e InSight Crime sobre el PCC. Lea la investigación completa aquí. Lea el PDF completo aquí o descárguelo del Social Science Research Network.