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El comercio ilegal de pepinos de mar en Kaukira, Honduras

DELITOS AMBIENTALES / 14 MAY 2021 POR HÉCTOR SILVA ÁVALOS* ES

Con el agotamiento de los pepinos de mar en muchos lugares de Asia Oriental, Honduras ha cubierto el vacío. Los intermediarios, originarios de Vietnam y Taiwán, son actualmente figuras discordantes en las pequeñas poblaciones pesqueras, que financian un boyante mercado negro para el cotizado equinodermo.

Ambas orillas del canal salado cerca de la población de Kaukira muestran vestigios de los altibajos que ha experimentado la zona. Hacia el extremo del canal hay un par de edificios de dos pisos abandonados. Sus exteriores pedregosos están pegados con concreto, un lujo en lugares como este.

“Eran clubes nocturnos”, le explicó a InSight Crime Rony, un pescador que se ha pasado la vida en los botes que surcan estas aguas.

Clubes nocturnos con licor fino y prostitución, especificó, donde las lanchas de motor superaban en número las camionetas 4×4, pues a Kaukira, una prolongación de tierra en el extremo noreste de Honduras, solo podía llegarse en lancha.

*Este es el segundo de cuatro capítulos sobre ecotráfico en la región, realizada en asociación con el Centro para Estudios Latinos y sobre Latinoamérica de American University (CLALS). Esta investigación involucró un amplio trabajo de campo en Colombia, Honduras, México y Perú, durante el cual entrevistamos a docenas de funcionarios gubernamentales, miembros de las fuerzas de seguridad, académicos, contrabandistas, terratenientes y residentes locales, entre otros. Lea la serie completa aquí.

Los clubes estuvieron abiertos hasta hace poco, comentó Rony, quien pidió que no usáramos su apellido. El último cerró en 2018, después de que la lluvia de dinero que trajo la cocaína a este archipiélago comenzara a decaer tras una serie de operativos del Ejército y la Marina hondureños, en coordinación con la Administración para el Control de Drogas (Drug Enforcement Administration - DEA), de Estados Unidos.

Aun así, quedan algunos vestigios de esos lujos. Hay, por ejemplo, una SUV Hummer de color amarillo metálico que da vueltas, indiscreta, por las polvorientas calles del caserío. Y los botes siguen apiñándose amarrados cerca de los pequeños muelles de construcción improvisada que se encuentran a ambos lados del canal por el que se extiende la aldea de casas desperdigadas.

Nuestra visita ocurrió a comienzos de mayo de 2019, casi mes y medio antes del inicio de la temporada de pesca de langostas, langostinos y pepinos de mar. Estos son los productos legales que los pescadores de Kaukira toman del suelo marino alrededor de los arrecifes coralinos.

Hay muelles en los que hay hasta cuatro lanchas amarradas, algunas con dos motores fuera de borda en el casco. Los capitanes nos relataron que hay unos 200 botes en Kaukira, que recogen hasta 1.600 toneladas de pepinos de mar en una temporada de pesca de seis meses. Esos botes son la marina no oficial de Kaukira, motivo de orgullo para los pobladores.

Su motivo de vergüenza son las drogas. Está la historia de Wílter Blanco Neptalí, el hijo de un pescador que llegó a ser jefe del Cartel del Atlántico. O la historia de Roberto y Seth Paisano, dueños de flotas pesqueras y administradores del gobernante Partido Nacional en la región, quienes traficaban narcóticos y blanqueaban dinero para el cartel.  

Las flotas locales de pesca también han tenido su parte. Rony narró a InSight Crime que alguna vez hizo un viaje como contador de un barco de langosta. Durante el viaje, el capitán, a quien llamó Edwin, le dijo que otros capitanes tenían contacto con lanchas rápidas colombianas y jamaiquinas que transportaban cocaína frente a la costa hondureña.

Cuando las lanchas rápidas se veían arrinconadas por barcos navales hondureños o estadounidenses, le contó Edwin que tiraban la cocaína al agua y contactaban a estos capitanes de barco para que recuperaran la cocaína y la guardaran en Kaukira hasta que alguien la recogiera y la volviera a poner en su ruta hacia el norte. InSight Crime habló con otros pescadores y un fiscal que trabajaron en casos similares, quienes corroboraron ese modus operandi.

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Hacia 2010, con la expansión de grupos narcotraficantes locales como el de Blanco, estas rutas eran unas de las más activas del continente. 

Pero se avecinaba la caída. Blanco se entregó a las autoridades en 2016 y se declaró culpable de narcotráfico en Estados Unidos. Los hermanos Paisano fueron capturados en octubre de 2019. Y así los pescadores locales cambiaron a otro producto que llamara menos la atención de las autoridades: los pepinos de mar.

La industria no era nueva precisamente. En las islas de la Bahía, específicamente en los alrededores de la isla de Roatán, los pescadores cosechaban pepinos de mar desde 2007, pero en pequeñas cantidades.

Todo cambió cuando a Puerto Lempira, capital de Gracias a Dios, y más adelante a los municipios vecinos de Brus Laguna y Kaukira llegaron intermediarios taiwaneses y vietnamitas que buscaban abastecer el vibrante, pero agotado mercado asiático. Los extranjeros explicaron que las especies conocidas como equinodermos —que tienen la apariencia de una babosa gigante y habitan en el lecho alrededor del arrecife— se consideraban un manjar en esa parte del mundo de donde ellos venían.

Y así empezó la nueva bonanza. En 2010, Honduras exportó 550 toneladas de pepinos de mar. En 2018, Honduras exportó cerca de 1.600 toneladas, según un informe del Banco Central de Honduras, al que InSight Crime tuvo acceso. Kaukira es el epicentro de esta actividad. El gobierno hondureño estima que de cada diez toneladas de pepinos de mar que se exportan, ocho proceden de los bancos de pesca alrededor de Kaukira.

Honduras: remotas e insondables

En Honduras, existen dos grupos de especies de fauna susceptibles de extracción ilegal y tráfico. Una está compuesta por mamíferos y aves que habitan zonas selváticas protegidas. Estas se venden principalmente en los mercados domésticos como mascotas exóticas. Las especies que más se trafican en este grupo son las guacamayas rojas, loros, felinos de tamaño mediano, osos perezosos y monos, según expertos del Instituto de Conservación Forestal (ICF). No es, insisten, un gran negocio, pero las familias de cazadores derivan un escaso sustento de ahí.

Un pescador busca langosta en Honduras. Foto: AP

El segundo grupo son las especies marinas que habitan en su mayoría el lecho marino en la costa Atlántica del país, específicamente las langostas, caracoles, medusas y pepinos de mar. Ese sí es un buen negocio. Para Honduras, la industria pesquera es una forma de sustento. En 2019, Honduras registró US$341 millones en las principales exportaciones de productos de mar (langostinos, langosta y tilapia), después del café, el aceite de palma y el banano, según un reporte del Banco Central de Honduras, al que InSight Crime tuvo acceso.

En este segundo grupo de productos marinos se encuentran los pepinos de mar. Pero esas son las exportaciones registradas legalmente. Bajo cuerda se mueven millones de dólares en productos marinos, entre ellos la gran mayoría de pepinos de mar cosechados a lo largo de la costa norte de Honduras.

El gobierno ha implementado mecanismos para monitorear y controlar la actividad. Es costoso y difícil conseguir una licencia, y también hay cuotas anuales dictadas por el organismo regulatorio de la pesca del país, la Dirección General de Pesca y Agricultura (Digepesca). Ellos también envían biólogos a supervisar las flotas pesqueras que recorren el suelo oceánico en busca de estos valiosos productos. Pero hay formas relativamente fáciles de evadir a reguladores y legisladores, especialmente en un lugar tan remoto como este.  

Kaukira se encuentra ubicada en el extremo noreste del país, donde una selva de maderas preciosas y pinos que se extiende hacia el interior abre paso a la planicie costera. Estas se abren en lagunas saladas, encerradas por pequeñas prolongaciones de tierra que separan las lagunas del mar Caribe.

Kaukira se asienta en uno de estos archipiélagos. Es literalmente el extremo de Honduras. Aquí, la capital Tegucigalpa y otras grandes ciudades, como La Ceiba y San Pedro Sula están normalmente demasiado lejos para tener impacto en el pueblo, en su industria pesquera, su actividad ilegal con narcóticos, sus bonanzas, sus caídas y la zona gris donde todo esto confluye.

La industria de pepinos de mar es normal en este sentido. Su turbia naturaleza empieza cuando los buzos van a buscar las criaturas parecidas a babosas. Hubo una época en la que las aguas hondureñas estaban repletas de langostas, langostinos y caracoles, lo suficiente para que los buzos, que conforman la base de la mano de obra que cosecha los mariscos, no tuvieran que adentrarse más de 25 metros en el mar, una profundidad que para la mayoría de expertos internacionales ya pone a prueba los límites de la resistencia humana.

En su mayoría los buzos podían trabajar en la zona segura sobre ese nivel. Pero la globalización y la sobrepesca que acarreó no tardaron en cambiar eso. Para comienzos de los noventa, los buzos debían hacer inmersiones repetidas muy por debajo de los 25 metros. Desde esas profundidades, los buzos deben subir lentamente a la superficie para no correr el riesgo de sufrir el síndrome de descompresión. Sumergirse a esas profundidades varias veces en un día no hace más que aumentar ese riesgo. Conocido popularmente como la enfermedad del buzo, el síndrome de descompresión puede producir parálisis transitoria o permanente, ceguera e incluso la muerte.

Un hombre al que conocimos, Erasmo Díaz, nos relató que sufrió por primera vez la enfermedad del buzo en 1990. Había estado buceando en busca de langostas doce días seguidos a profundidades hasta de 40 metros. En un día normal, su primera inmersión era a las 8 de la mañana. A las 4 de la tarde, había pasado por 18 tanques de oxígeno.

“Sabía que había bajado más de lo que debía”, recordó Díaz. “[Pero tenía] la necesidad de encontrar más producto”.

Díaz estaba sentado en un banco de madera en la sede de una pequeña asociación de buzos de Puerto Lempira mientras conversábamos. Tenía al lado un escritorio metálico, varias gavetas y un ventilador, que estaba apagado a pesar del calor abrasador que entraba de la calle.

A las 5 de la tarde de ese duodécimo día buceando, cuando emergió del mar, no podía sentir una pierna. Tres horas después no podía sentir su cuerpo “hasta aquí”, dijo señalando hacia su pecho. Pasó un rato antes de que el bote lo recogiera para llevarlo al buque nodriza, donde lo pusieron en una cámara de descompresión, un tratamiento en el que seguiría por dos horas diarias hasta su regreso a la costa.

Para cuando el barco pesquero arribó, la vida de Erasmo Díaz había cambiado para siempre. La parálisis de todo su cuerpo mejoró, pero su lado derecho permaneció visiblemente más débil y acabó del todo con su trabajo como buzo. Díaz pasó los años siguientes, pidiendo un auxilio, pero la empresa nunca respondió y el gobierno nunca la obligó a responder, así que en 2003, fundó la asociación de buzos en Puerto Lempira. Esa fue la oficina en la que hablamos. Con el tiempo, la asociación demandó al gobierno hondureño, y llevó los casos de más de 2.000 buzos ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

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La industria de pepinos de mar ha aumentado la lista de víctimas. En los últimos cinco años, afirma Díaz, la extracción de pepinos de mar ha matado al menos a 50 buzos jóvenes.

“Con los pepinos de mar, ha venido más gente [a bucear]”, comentó. “Hay más heridos y muertos”.

Rony, el pescador, coincide. Dice que la sobrepesca ha empujado a los barcos cada vez más adentro del oceáno, y eso ha acarreado más lesiones y muertes.

Una actividad ilegal en su mayoría

Son los capitanes de los barcos, quienes pagan a los buzos. En promedio, 40 buzos con 40 asistentes viajan en esos barcos. Los reclutadores locales, conocidos como saca buzos, hacen la conexión con los buzos para que acepten lo que creen que es un salario básico. Por lo general les dicen que cuentan con unos US$300 por 22 días de trabajo en altamar. La mitad del dinero lo pagan por adelantado. La otra mitad se negocia en altamar, donde los capitanes muchas veces abusan de su poder.

“Todo el tiempo dicen: ‘en el océano, yo pongo las reglas’”, comentó Rony.

La regla más común es bajar el precio por libra cuando el barco está lejos de la costa. Pero hay otros trucos. Una manera de aliviar los efectos de la descompresión es fumar marihuana, hierba que los capitanes ofrecen con liberalidad, pero que descuentan del salario de los buzos. Los capitanes también pagan menos por los pepinos de mar más pequeños.

Existen ciertas regulaciones. Por ley, se exige que los barcos lleven a bordo a un biólogo de Digepesca. Se supone que estos revisan el tamaño de los pepinos de mar para asegurarse de que los buzos no estén extrayendo pepinos de mar que no se hayan reproducido (lo mismo aplica para la langosta y otras especies). También se supone que el gobierno cuenta los pepinos de mar para velar que los capitanes no estén excediendo sus cuotas. Pero según Rony, los capitanes muchas veces sobornan a los reguladores para que miren para otro lado.

Los niveles de extracción ilegal son asombrosos. En 2018, el gobierno hondureño otorgó 36 licencias. Cada licencia autorizaba la extracción de 20.000 libras de pepinos de mar o 10 toneladas. Fueron en total 360 toneladas de pepinos de mar autorizados por el gobierno, pero los funcionarios locales afirmaron a InSight Crime que los capitanes sacaron cuatro veces esa cantidad.

Parte de este sistema depende de la mano de obra informal, conformada por cientos de buzos, que según los funcionarios locales cosechan entre 90 y 95 por ciento de los pepinos de mar en la zona. Pero otra parte depende de la corrupción, la actividades ilícitas y la escasez de recursos. El gobierno, por ejemplo, simplemente no tiene presencia en Kaukira, donde se presenta la mayor parte del tráfico.

La mayor parte de los pepinos de mar sacados del suelo marino pasan de los buzos a los capitanes, quienes los llevan a puertos como el de Kaukira, donde intermediarios hondureños y asiáticos pagan en efectivo por el producto. Según docenas de entrevistas con funcionarios de gobierno y pescadores de la zona, estos intermediarios también financian barcos, pagan gasolina, dan anticipos a los buzos y financian la extracción ilegal de la mercancía. En ocasiones, también cubren los costos de los equipos de buceo: 35.000 lempiras (cerca de US$1.400) por cada compresor de aire y 18.000 lempiras (unos US$740) por tanque de oxígeno.

Los capitanes de barco

En una visita a la zona, InSight Crime habló con varios capitanes de barcos, entre ellos uno de los más conocidos en Kaukira. Su nombre es Fausto Echeverría. Cuando nos conocimos, Echeverría vestía pantalón corto, camiseta y gorra de béisbol. Este era algo así como el uniforme de los capitanes, según pudimos ver en nuestros recorridos.

Además de estar al mando de su propio barco, Echeverría tiene varios parientes que manejan las embarcaciones más pequeñas que llevan a los buceadores para que saquen todo tipo de productos marinos. Hoy en día, sin embargo, dependen principalmente del comercio de pepinos de mar.

Este puede ser un buen negocio. En promedio, cada barco saca alrededor de 3.000 libras por viaje, y los intermediarios suelen pagar 200 lempiras (alrededor de US$8) por libra. Esto significa que reciben unos US$25.000 por viaje, cada uno de los cuales por lo general dura tres semanas. Por temporada, cada barco hace seis viajes, por lo que el capitán puede obtener US$150.000 por temporada.

Por supuesto, eso es mucho menos de lo que se puede ganar en Asia. En el mercado formal de Hong Kong —según estimó en 2015 la Organización para la Agricultura y la Alimentación (Food and Agriculture Organization — FAO), de las Naciones Unidas—, una libra de pepinos de mar podía alcanzar precios de US$230. Por ese valor, la cantidad de pepino de mar extraído por un solo barco pesquero hondureño en una temporada ordinaria podría venderse por unos US$690.000 en el mercado asiático.

Pepinos de mar secos para la venta en un mercado de Hong Kong. Foto: Stock

El negocio es aún más rentable si se evaden los gastos fijos relacionados con las regulaciones. Hay un número limitado de licencias de pesca y las que están disponibles cuestan alrededor de 100.000 lempiras (unos US$4.000). Por lo tanto, nos dijeron los capitanes, es más barato comerciar de manera ilegal. Y si la Marina confisca el equipo de pesca (equipos de buceo y grandes motores fuera de borda), un capitán con las conexiones adecuadas puede recuperarlo todo pagando una multa de 5.000 lempiras (unos US$200).

Además, el mercado es volátil y está sujeto a la manipulación. A veces, dice Echeverría, los intermediarios asiáticos les venden a menores precios a los pescadores de la región, o envían intermediarios hondureños para que negocien mediante ultimátums, o lo toman o lo dejan.

Los intermediarios también tienen influencia por el dinero que entregan a los pescadores. Los capitanes de Kaukira entrevistados por InSight Crime dicen que el dinero en efectivo de los intermediarios permite dotar los barcos para pasar varias semanas en el mar.

Y cuando hay poco dinero, o si la cosecha no es muy buena, los barcos recurren a otros productos, como langostas, caracoles, medusas o narcóticos. La Marina de Kaukira no se va a dejar morir de hambre. 

"Lo hacemos sin ruido", nos dijo un capitán de gorra roja. Ver, oír y callar. Esa es la ley no escrita en estas aguas. "Todos nosotros [aquí] dependemos de eso".

*Este es el segundo de cuatro capítulos sobre ecotráfico en la región, realizada en asociación con el Centro para Estudios Latinos y sobre Latinoamérica de American University (CLALS). Esta investigación involucró un amplio trabajo de campo en Colombia, Honduras, México y Perú, durante el cual entrevistamos a docenas de funcionarios gubernamentales, miembros de las fuerzas de seguridad, académicos, contrabandistas, terratenientes y residentes locales, entre otros. Lea la serie completa aquí.

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