Un día a finales de diciembre, un grupo de hombres armados provocó un camino de destrucción a través de las carreteras de Veracruz, aparentemente matando al azar. Sus motivos aún son desconocidos, pero la zona era una de valor publicitario estratégico para el gobierno mexicano.
Las líneas de los tiquetes de Reynosa salían por la puerta del terminal. En la multitud había cinco viajeros haciendo conexiones transfronterizas, radiantes en las fotos de grupo ellos se sacaron una foto. Maria Hartsell y sus cuatro hijos habían tenido un largo día de viaje en autobús desde Ft Worth a la frontera. Y todavía les quedaba un largo camino hacia la profunda colina en la región de Huasteca. Maria Hartsell Sánchez, de 39 años, había nacido en las legendarias montañas, entre largos rastros de pistoleros a la antigua y magnates ladrones (en oposición a los carteles de nuevo estilo como los Zetas). En 2011 ella era una madre de mediana edad de clase trabajadora en Texas, casada en un círculo de afecto y devoción religiosa en la familia Hartsell, y trabajaba en una cafetería de escuela. Ese camino, también, había sido largo. Su marido de Cleburne, Michael Hartsell, sufría de la enfermedad de Huntington y sus trágicos efectos secundarios mentales, los cuales, dijo la familia, estaban detrás su historia de brotes de violencia doméstica, lo suficientemente graves como para pasar tiempo en prisión. La tensión había llegado a un punto álgido a principios de diciembre. María buscó un cambio de escenario.
Los familiares declararon. ¿Ella realmente quería llevar a cuatro adolescentes a un nostálgico viaje de vacaciones hacia la guerra del narcotráfico en México? Pero su propia madre anciana, a casi mil kilómetros al sur de Huasteca, tenía problemas de salud. Y los niños parecían disfrutar de la aventura: posts en Facebook de Karla, estudiante de secundaria, 18; la radiante Angie, 15; la traviesa Cristina, una ayudante de biblioteca de octavo grado, 13, y el alegre y burlón Mike, 10. La logística del viaje se suavizó por el hermano de María, que vivía en la frontera en Reynosa. Allí, al menos dos primos se unieron al viaje para la última etapa, a través de Veracruz hacia la ladera de Sierra Madre, en el montañoso estado de Hidalgo. Ahora eran un grupo ilusionado de por lo menos siete personas.
La logística no era sencilla. Angie sufría de síndrome de Down - tan severo que luego estaría exenta como un testigo de los horrores al final de la carretera. Cualquier interrupción en su medicación diaria, se dijo que es peligrosa para la vida- aun así, viajaba hacia un ambiente que dejaría a su hermano menor, Mike, con una infección por el agua, con dolor de garganta y salpullidos - aparte de las pesadillas.
A dos horas al sur de Reynosa pasaron una ciudad al norte de México que se llama San Fernando. En marzo de 2011, esta “ciudad de la muerte” ha hospedado “las masacres de autobús”, convirtiéndose en una ciudad mundialmente famosa. Autobús tras autobús fue detenido por hombres armados de un cartel sin especificar; los pasajeros fueron seleccionados, alineados en aislados arbustos de acacia, y muchos fueron asesinados no con armas, sino al estilo matadero, con un mazo. Este indescriptible horror fue noticia, pero no un emblema proporcional a la conciencia continental - en particular porque el gobierno mexicano ocultó muchos de los detalles. Tanto en la ola en marzo como en una mayor atrocidad en San Fernando en 2010, cuando fueron masacrados 72 inmigrantes, los asesinos resultaron ser los Zetas.
En mayo de 2011, la respuesta del gobierno había puesto a más de 80 presuntos Zetas locales tras las rejas por los episodios de San Fernando. El cuartel de los Zetas en la ciudad, un refugio al este, pasó a manos de la marina mexicana. Los focos de tensión se trasladaron a pastos más verdes.
La noche entre el 21 y el 22 de diciembre, el autobús de Transportes Frontera se movió hacia el sur, más allá de San Fernando, y finalmente a través del río Pánuco, en Veracruz. Un día después, y al este, en esta área en la frontera del estado se encontrarían 10 cadáveres abandonados, que se dijo que eran de los Zetas, asesinados por sus rivales del Cartel del Golfo. Dos días después, se encontraron 13 cadáveres que se dijo que eran de miembros del Cartel del Golfo asesinados por los Zetas. No se dijo por qué, exactamente, la cuenca del Pánuco estaba ardiendo. Los Zetas aparentemente habían secuestrando vehículos allí durante mucho tiempo, con apenas un poco de publicidad.
En el puerto de Veracruz, la gran ciudad del estado de Veracruz, el 21 de diciembre fue un día catastrófico. Toda la fuerza policial metropolitana, más de 800 efectivos, fue disuelta por el gobierno central de México, para ser reemplazada por soldados y federales, con el fin de erradicar la influencia de los Zetas. Doce días antes, el comandante Zeta del estado, Raúl Lucio Hernández, “El Lucky”, fue arrestado. El 14 de noviembre, también fue capturado el jefe Zeta de limítrofe estado de San Luis Potosí. Si los Zetas querían enviar un mensaje de respaldo, tenían muchas razones.
La fiebre de vacaciones estaba empujando una avalancha de autobuses por carreteras viejas y agrietadas como la autopista 105. La tensión fue evidente. Diez minutos después de la medianoche, ya 22 de diciembre, un autobús que iba un par de horas adelante de las Hartsells, perteneciente a la línea Estrella Blanca, “espectacularmente” se incendió, al parecer por salir volando de la tienda después de unas reparaciones.
Las noticias sobre Estrella Blanca, con su flota en todo el país, anuncian la vulnerabilidad del tráfico de autobuses. El 7 de diciembre: el despacho rechaza a un conductor porque parecía estar borracho, y luego es encontrado muerto afuera. El 7 de diciembre al otro lado de México: un autobús fue detenido por unos hombres armados que parecían ser soldados; dos pasajeros desaparecieron. El 17 de diciembre: un autobús es secuestrado, no por hombres armados de algún cartel, sino por manifestantes estudiantiles, siendo tomado uno de por lo menos 16 autobuses. Aunque sin tantas noticias como la línea de Frontera, en febrero un conductor dormido había golpeado la parte trasera de un semi-remolque, salió del vehículo y huyó, dejando a 38 pasajeros con la única opción de romper las ventanas para escapar. La gran mayoría de los viajes en autobús en México son seguros y sin incidentes, pero el tráfico pesado puede llevar a lo imprevisto, y puede atraer a aquellos que buscan blancos.
A treinta kilómetros de donde el autobús de Estrella Blanca se incendió y casi al mismo tiempo, según rumores locales, unos misteriosos hombres estaban en estado de embriaguez. Su comportamiento posterior primero se manifestaría afuera de la localidad de El Higo, alrededor de las 5:00 am. En un camino de entrada a El Higo por la autopista 105, hicieron sentir su presencia al dispararle a tres lugareños que se encontraban cargando un camión de verduras, asesinándolos a los tres sin razón aparente, y dejándolos con las piernas abiertas en el pavimento. Antes de llegar a la carretera, atacaron a un segundo camión de carga con una granada, causando la muerte de otra persona. Posteriormente llegaron a la carretera a un cruce llamado "la Y", donde no tuvieron que esperar mucho tiempo para que pasara un autobús - aunque el brillante autobús verde, perteneciente a la línea Vencedor, no era el que llevaba a los Hartsells.
Era un lugar lógico para detener autobuses. "La Y" fue un antiguo cuello de botella para retenes, realizados por el ejército mexicano y no por bandidos. Antiguos búnkeres ??y centinelas todavía pueden verse en fotos archivadas en Google Maps. Aún no ha sido revelado dónde estaban estos centinelas el 22 de diciembre de 2011.
El autobús Vencedor fue abordado. Algunas versiones dijeron que no había cinco atacantes sino ocho. Una pareja de jóvenes iba en el autobús a casa, después de buscar trabajo en la ciudad de Monterrey, con un bebé de tres meses de edad. Florentino Hernández y Ericka Cortes, ambos de 19 años, llamaron la atención de los pistoleros, debido a que su bebé estaba llorando, según vagos informes. Se les dijo que callaran al bebé. Al parecer no pudieron. Luego fueron rociados con disparos de armas automáticas. Ambos fueron asesinados desde tan de cerca que el bebé tenía quemaduras de pólvora, pero de alguna manera sobrevivió. El total de víctimas en la extraña ola era ahora de seis víctimas. No se anunció el número de heridos.
Los hombres armados condujeron hasta la carretera desde la Y, encontrando un autobús blanco con marcas de color rojo no mucho tiempo después, al parecer, todavía en la oscuridad cerca al amanecer. Este era el autobús que transportaba a los Hartsell. Nuevamente, al menos uno de los asaltantes abordó el autobús. Y de nuevo, la aparente búsqueda de provocaciones. Esta vez el factor irritante que fue aprovechado por uno de los asaltantes como una excusa para disparar, fue la protesta de una niña de 15 años de edad; la desorientada, Angie Hartsell quien sufría de síndrome de Down. Un hombre armado le dio una bofetada y le dijo que se callara. Su madre y sus hermanas intentaron intervenir. María Hartsell trató de explicar la discapacidad de Angie, y al parecer luego se arrojó contra el atacante mientras que este seguía golpeando a la niña. Todos fueron atacados con ametralladora.
El niño de 10 años de edad, Mike Hartsell, estaba en otro asiento, sujetado por un primo mayor. Un segundo primo, Emmanuel Sánchez, de 14 años, de Reynosa, estaba con María. Emmanuel fue asesinado. A su lado, María, Karla y Cristina Hartsell también yacían sin vida.
Angie y Mike sobrevivieron. En Texas su abuela Margaret Schneider oyó las suposiciones de los medios de comunicación que todo esto pudo haberse debido a un robo. Ella no estaba convencida del todo. Su voz temblaba cuando dijo: "Yo no entiendo por qué matarían a esas chicas. Es sólo que no entiendo".
En una rápida sucesión, un tercer autobús se detuvo para ofrecer ayuda. Al parecer, el conductor bajando por las escaleras fue una provocación suficiente por los tiradores, y fue asesinado. Una severa ráfaga comprimida de violencia estaba ahora completa. El total de muertes: 11. Soldados que se movilizaban el mismo día, 22 de diciembre, informaron la muerte de cinco agresores (dejando las historias de un total de ocho personas perdidas en la confusión), el número final de muertos reportados fue de 16.
En el furor de los medios de comunicación en Texas, la abuela Margaret Schneider insistió en ventilar una pista reveladora, diciendo que después de que todo había terminado, se encontró que María Hartsell llevaba cerca de mil dólares con ella- que los "ladrones" no parecen haber buscado o tocado. El periodista Randy Mcllwain de noticias DFW5 dijo de Schneider: "Ella rechaza los informes que aseguran que esto se trataba sólo de un robo. Ella dice que los hombres armados estaban afuera en busca de sangre, la única razón por matar a mujeres y niños”.
Hubo un tejido de pistas: el encuentro con el camión de verduras, apenas un robo. La granada lanzada casualmente pero de forma fatal al otro camión de carga - lo que revela un arsenal un poco pesado para simples ladrones. Y luego, las dos invasiones a los autobuses con dinámicas similares, como si la búsqueda de provocación incidental para poner en marcha la ejecución, fuera realmente aleatoria. Si los hombres armados de un cartel hubieran sido instruidos por mandos más altos para crear un rastro de sangre de un cierto tamaño, la ejecución cara a cara de inocentes podría no haber sido del todo fácil. En ambos casos abordaron autobuses y pequeñas e irritantes situaciones, notablemente similares, ayudaron a que los asesinos apretaran el gatillo: el llanto de un bebé y el grito de una niña con discapacidad.
Y luego estaba la ubicación. A sólo 50 kilómetros de distancia está la magnífica gruta Huasteca llamada El Sótano de las Golondrinas, publicado internacionalmente apenas cuatro meses antes por un noble vendedor: el mismo Presidente Calderón, debido a que trató de impulsar el turismo en México, erosionado por la violencia. Calderón fue filmado gallardamente descendiendo en rappel dentro de la caverna en una polea de un espeleólogo, para un programa de viajes de un sistema de transmisión pública, en septiembre. Si alguien había visto una máxima ofensa en Calderón durante su impulso para unas vacaciones de Navidad seguras, la autopista 105 ofreció algunas atracciones.
Los Zetas son conocidos en México tanto por la extorsión, como por el narcotráfico. La pregunta emergente sólo puede ser vista como una posibilidad, no como una certeza – un final impreciso más en las sombras: ¿Fueron órdenes enviadas a los niveles bajos de los Zetas, diciendo que toda una nación estaba siendo presionada por el sacrificio de unos cuantos peones al azar?
Siempre hay otras posibilidades: que otro cartel - u otros misteriosos jugadores - organizó una masacre de falsa bandera para culpar a los Zetas. O que algunos matones ordinarios hubieran encontrado una mezcla de drogas y alcohol que los llevara a hacer lo que hicieron. Pero la evidencia no apunta a eso. Por otra parte, la historia de otras atrocidades, originalmente envueltas en cuestiones similares pero luego probadas que habían sido los Zetas, reforzaban el cuadro.
¿Los líderes de los Zetas decidieron enviar un mensaje un poco más sangriento que su pancarta de “nosotros no lo hicimos" en Tantoyuca?
¿Y el gobierno luego suprimió las implicaciones porque estas podrían ayudar a difundir un mensaje de miedo?
Vea el blog de Gary Moore.
Lea la Primera Parte de Masacre en México: ¿Que Sucedió Realmente con los Hartsells?