El analista de seguridad mexicano, Alejandro Hope, se dirige al presidente de Estados Unidos para hablar de la situacióin de México en comparación su última visita, y la manera como se puede manejar la cooperación bilateral de ambos países en temas como el crimen organizado y la violencia derivda del narcotráfico.
Estimado Presidente Obama,
Como de seguro recuerda, su última visita a la Ciudad de México, allá por abril de 2009, nos agarró en muy mal momento. México se encontraba en el punto más bajo de una severísima recesión, con la producción, el empleo y los ingresos cayendo en picada. Estábamos además en medio de una escalada de violencia criminal casi sin precedentes. En los 18 meses anteriores a su visita, los homicidios habían crecido más de 50% (y no pararían de crecer por dos años más), los secuestros se habían duplicado y las escenas de horror se multiplicaban por todo el país: decapitaciones videograbadas, cuerpos mutilados colgando de puentes peatonales, balaceras de horas junto a jardines de niños. Para acabarla de amolar, a días de su partida, se desató una crisis sanitaria por la irrupción de un forma desconocida de influenza, la cual literalmente paralizaría al país por varios días, además de convertirlo en una suerte de paria internacional por varias semanas.
Sí, México se veía mal en esos días. Tan mal que en un reporte de un organismo del Pentágono (el United States Joint Forces Command), publicado por esas fechas, alertaba sobre la posibilidad de un “rápido y repentino colapso” y señalaba que en México, “el gobierno, los políticos, las policías y la infraestructura judicial se encontraban bajo asalto y presión continua de parte de los cárteles de la droga y las bandas criminales.” Remataba discutiendo la necesidad de una intervención estadounidense en caso de que “México descendiera hacia el caos”.
Hoy las cosas se observan distintas. Llevamos ya casi cuatro años de crecimiento económico más o menos robusto. Las exportaciones manufactureras se han más que duplicado desde el punto más bajo de la crisis y los productos mexicanos han ganado participación de mercado en Estados Unidos. El gobierno y los principales partidos políticos han signado un pacto para procesar reformas estructurales y ya van dos (casi) en la buchaca. La violencia se estabilizó hace dos años y ha empezado a disminuir gradualmente. Ante tanta noticia buena, algunos en la prensa extranjera nos llaman el “tigre azteca” y otros, con bastante más hipérbole, “la potencia económica dominante del siglo XXI”.
Gran cambio, ¿no lo cree? Pues si, pero tal vez menor a lo que parece a primera vista. No estábamos en 2009 al borde del abismo y no estamos en 2013 en los albores de la utopia. La cosa, como todo, es más complicada.
Déjeme contarle de los temas que conozco. En abril de 2009, cuando nos encontrábamos supuestamente a punto de volvernos estado fallido, se registraron 1232 homicidios dolosos. El mes pasado, en pleno “momento de México”, se reportaron 1624, 32% más que en aquellos aciagos días de hace cuatro años. Pero, bueno, ahora la violencia viene bajando, ¿no? Pues si, pero a un ritmo lento: de junio de 2011 a noviembre de 2012, los homicidios dolosos disminuyeron 17%, ajustando por estacionalidad. Desde entonces, nos hemos quedado en el mismo nivel. En la trayectoria que llevamos, el total mensual de homicidios dolosos va a caer 10% (o menos) de aquí a 2018.
Pero, bueno, el crimen organizado es menor amenaza que hace cuatro años, ¿de acuerdo? Tal vez. Las grandes bandas se han atomizado, fragmentado, desperdigado. Sinaloa perdió dos brazos. Los Beltrán Leyva quedaron, si no demolidos, sí empequeñecidos. El Golfo, Juárez y Tijuana son sombras de lo que fueron. Los Zetas han pasado por las de Caín, con la mayor parte de su liderazgo abatido o detenido y con revueltas crecientes a su interior.
Pero el crimen organizado sigue alli. Tal vez ya no con la capacidad para amenazar la seguridad, integridad y permanencia del Estado, pero sí con recursos y disposición para trastocar la vida de millones de mexicanos, para robar, extorsionar, secuestrar, torturar, mutilar y matar sin muchos frenos. Se ha vuelto un fenómeno más local, más extractivo, más complicado.
Entonces no, la cosa no está en México como para prescindir de la cooperación con su país y su gobierno.
Ahora, los términos de la colaboración tendrán necesariamente que transformarse. En México, hay un nuevo gobierno que ha expresado que quiere un cambio, que las prioridades son distintas y que se requiere un nuevo marco para la cooperación con Estados Unidos. Eso está bien: toda nueva administración mexicana tiene el derecho y hasta el deber de repensar la relación con nuestros socios, vecinos y amigos.
El problema es que han sido explícitos en lo que no quieren, pero no en lo que sí desean.
¿No les gusta la Iniciativa Mérida? Muy bien ¿Qué proponen entonces para a) organizar la relación de seguridad con Estados Unidos y b) garantizar que exista una manifestación concreta del principio de corresponsabilidad?
¿No quieren contactos descentralizados entre agencias estadounidenses y dependencias mexicanas? Perfecto ¿Qué se les ocurre entonces para integrar inteligencia y operaciones? ¿Cómo evitar que se multipliquen las oportunidades perdidas al tener que pasar todo por la aduana de Gobernación?
¿Ya no quieren centros binacionales de fusión de inteligencia o unidades “veteadas” (nota: unidades mexicanas pasadas por el control de confianza estadounidense)? Está bien ¿pero cómo quieren entonces resolver el problema de la desconfianza y asegurar que la información pertinente llegue en tiempo y forma adonde tenga que llegar?
Tengo la sospecha, estimado Presidente Obama, que esas definiciones van a tardar. Las nuevas autoridades mexicanas han demostrado ser muy buenas para las generalidades, no tan buenas para los detalles (el equipo de seguridad del Presidente Peña Nieto puede ser definido de muchas maneras, pero no como una colección de policy wonks). Entonces, tal vez, usted y su equipo podrían darles algo de ayuda. Se me ocurre que podrían, quizás, proponer algunas de las siguientes medidas:
1. Cambiar el nombre a la Iniciativa Mérida (para remover las sonoridades calderonistas)
2. Nombrar a una contraparte directa del Secretario Osorio para temas de inteligencia (¿el Director Nacional de Inteligencia? ¿el director de la CIA?)
3. Integrar a más personal mexicano en centros de fusión de inteligencia (p.e., EPIC, JIATF) o unidades conjuntas (p.e., BEST) en territorio estadounidense
4. Crear grupos de trabajo binacionales, presididos del lado mexicano por la Secretaría de Gobernación, para agilizar (sin descentralizar) la interacción entre agencias estadounidenses y dependencias mexicanas
5. Establecer un grupo binacional de planeación, orientado a la reducción de violencia y lanzar programas piloto de disuasión focalizada en comunidades fronterizas
6. Reorientar los recursos de la Iniciativa Mérida (o como se le quiera denominar) al fortalecimiento de las capacidades de gobiernos estatales y municipales (ya hay algo de camino andado en este tema, pero se puede avanzar más y más rápido)
7. Realizar una evaluación sistemática de los programas de cooperación y fortalecer los que funcionan razonablemente bien (p.e., el programa de USAID de asistencia a la reforma del sistema de justicia penal)
8. Aumentar la asistencia estadounidense a programas de prevención del delito (de nuevo, ya hay, pero puede haber más)
9. Acelerar la ampliación de la infraestructura fronteriza, así como los programas de precertificación de viajeros y mercancías
Por supuesto, señor Presidente Obama, una agenda bilateral de este tipo se vería reforzada si usted trae también bajo el brazo medidas concretas en materia de reducción de demanda de drogas, tráfico de armas y lavado de dinero. Sobre lo primero, su recién anunciada estrategia nacional de control de drogas contiene elementos alentadores, pero tal vez podría incluir un compromiso de adopción masiva de programas de abstinencia mandatada (p.e., H.O.P.E., 24/7 Sobriety). Una clarificación de su política sobre marihuana y los experimentos de legalización en Colorado y Washington no estaría de más.
Sobre armas, entendemos en México las restricciones políticas que enfrenta su agenda en la materia, pero aún con esos límites, se podrìan hacer esfuerzos adicionales para judicializar casos de exportación ilegal o, por ejemplo, para frenar categorías puntuales de tráfico (p.e., municiones). Ídem para el tema del dinero: no se pueden cerrar todas las lavanderías ni frenar por completo el trasiego de efectivo, pero podrìan haber iniciativas focalizadas para algunas modalidades específicas (p.e., el lavado de dinero asociado al comercio internacional).
Al final del día, la cooperación con Estados Unidos sólo puede llegar hasta donde quieran las autoridades mexicanas. Si el nuevo equipo gobernante quiere una relación menos cercana que en el pasado reciente, así tendrá que ser. Y sí, aún con buena voluntad en ambas partes, habrá momentos y temas y ocasiones en que los intereses de su país y los del nuestro no sean coincidentes. Una buena relación no implica la ausencia de conflictos: basta con mecanismos para procesarlos. Y ese tal vez podría ser uno de sus mensajes centrales: se puede cambiar todo lo que se quiera, cuantas veces se quiera, pero nuestros países no empiezan de cero. La relación se construye sobre lo construído: se ajusta, se mejora, se reforma, pero sin fantasías de tabula rasa.
En 1962, el Presidente John Kennedy pronunció una frase memorable sobre las relaciones entre su país y el nuestro: “La geografía nos hizo vecinos. La historia nos hizo amigos. La economía nos hizo socios y la necesidad nos ha hecho aliados. Lo que Dios ha así reunido, que ningún hombre separe”. Quizás no estaría de más que incluyera, con su legendaria elocuencia, alguna reformulación del mismo sentimiento.
Le deseo una feliz visita.
Atentamente,
Alejandro Hope
Publicado con el permiso de *Alejandro Hope, de Plata o Plomo, un blog sobre la política y la economía del crimen publicado por Animal Político. Lea el original aquí. Hope es también miembro de la Junta Directiva de InSight Crime.