La serie de hechos turbulentos que condujeron a que una de las finales de fútbol más esperadas en Latinoamérica se trasladara a Europa dejó en evidencia, una vez más, el alcance y la influencia de las poderosas barras de aficionados al fútbol, así como la incapacidad del gobierno —o su falta de voluntad— para controlarlas.
Este 9 de diciembre, dos de los principales equipos de fútbol de Argentina, Boca Juniors y River Plate, se enfrentarán en Madrid, España, por la polémica final de la Copa Libertadores, una de las principales competencias del fútbol suramericano.
Dicho partido se jugará después de que la segunda parte de la final fuera cancelada el pasado 24 de noviembre, luego de que un autobús en el que se transportaban miembros del equipo de Boca fuera atacado violentamente, al parecer por barras bravas de River Plate, cuando el equipo se acercaba al estadio de Buenos Aires, la capital del país.
Las fuerzas de seguridad se enfrentaron con los hinchas, lanzaron gases lacrimógenos y detuvieron a cerca de 60 personas, según un informe de Infobae.
El día después de que se canceló el partido, el alcalde de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, dijo que los actos violentos se presentaron después de que las autoridades confiscaron casi US$100.000 y 300 entradas para el partido en la casa de Héctor "Caverna" Godoy, uno de los líderes de la barra brava del River Plate.
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Esto condujo a que Martín Ocampo, secretario de justicia y seguridad de la ciudad de Buenos Aires, renunciara al día siguiente, y a que la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, rechazara los informes según los cuales varios agentes de policía corruptos se habían movido de su sitio para permitir que los miembros de la barra se acercaran al bus de Boca Juniors.
"No hubo ningún problema interno en la policía, ni ninguna 'zona libre', lo único que hubo fueron individuos violentos", dijo Bullrich en un comunicado reseñado por Perfil.
Desde 1922, más de 315 personas han muerto en Argentina durante actos violentos relacionados con el fútbol, 97 de ellas en la última década solamente, según estimaciones de Salvemos al Fútbol, una organización que recopila datos publicados en medios de comunicación.
En el año 2013, en un intento por controlar la violencia, la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) y las autoridades locales decidieron prohibir que los hinchas de equipos rivales asistieran a los partidos.
El Congreso está debatiendo actualmente un proyecto de ley, respaldado por Bullrich, para aumentar las penas para los acusados de cometer actos violentos o instigar a la violencia en los eventos deportivos.
Análisis de InSight Crime
La violencia del fútbol en Argentina no es un tema nuevo. Sin embargo, este acto de violencia contra un equipo rival durante uno de los partidos de mayor importancia en el país ha puesto de nuevo a las barras bravas en el centro de atención, y ha ejercido presión sobre las autoridades para que tomen medidas al respecto.
Pero hacer frente a estas poderosas organizaciones puede ser una tarea casi imposible.
En primer lugar, el fervor local por el fútbol es casi religioso y representa una fuente inagotable de poder para los clubes y, por lo tanto, para las asociaciones de hinchas.
Las barras tienen un enorme control sobre quién juega en sus clubes, quién los administra y quién recibe los beneficios y privilegios.
InSight Crime consultó a Diego Murzi, sociólogo y experto en el tema de la violencia en el fútbol argentino, quien señaló que parte del poder de las barras bravas proviene de su propia estructura.
"Una de las particularidades de los clubes de fútbol en Argentina es que son asociaciones civiles sin fines de lucro”, explicó Murzi. “Para ser presidente de un club, tenés que armar una agrupación, presentarte a elecciones y hacer que la gente te vote. Ello requiere hacer alianzas y tomar compromisos con las barras bravas”.
En un video del año 2012 aparece Pablo "Bebote" Álvarez, exlíder de la barra brava del club Independiente, amenazando al presidente del club, Javier Cantero, en una transmisión en vivo por televisión. El año anterior, Cantero había sido objeto de la ira de los hinchas después de convertirse en presidente del club y declararles la guerra a las barras.
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En segundo lugar, el fútbol y la política están tan entrelazados en Argentina que a menudo es difícil diferenciarlos. Los políticos usan la influencia territorial de las barras cuando necesitan mostrar poder, y las barras bravas reciben favores a cambio.
"La diferencia con Inglaterra, por ejemplo, es que los hooligans eran grupos marginales que no le eran funcionales a nadie. Las barras argentinas les son funcionales a la mayoría de los actores del mundo del fútbol: a la política, a la policía, a los jugadores, a los entrenadores", puntualizó Murzi.
Esos vínculos no se pueden subestimar. Por mencionar solo unos ejemplos, el jefe de Estado de Argentina, Mauricio Macri, fue presidente del Boca Juniors por más de una década; Máximo Kirchner, el hijo de la exmandataria Cristina Fernández de Kirchner, tiene vínculos con Racing, y Hugo Moyano, líder de uno de los más poderosos sindicatos locales, es el presidente de Independiente.
En tercer lugar, estos grupos ejercen un férreo control sobre los territorios en los que operan, lo cual les da control sobre economías ilegales muy rentables, como la reventa de entradas y el control de los aparcamientos en espacios públicos cerca de los estadios.
Las pandillas también han participado en crímenes más graves, como el narcotráfico y la extorsión. Desde mediados de 2017, solo en la provincia de Buenos Aires la policía ha detenido por dichos crímenes a 52 miembros de las barras bravas de los 15 equipos más importantes de Argentina, según un informe de La Nación.
Macri considera a las barras bravas como un reto del crimen organizado, y la respuesta de su administración frente a este problema ha consistido en aumentar las operaciones policiales y pedir castigos más severos para los culpables.
Murzi cree que el problema radica en esta estrategia.
"No es un asunto solamente policial, de seguridad”, dijo. “El problema es la corrupción policial. Es un problema en parte de voluntad política pero también falta en parte la voluntad de las asociaciones de fútbol, que siempre le han dado la espalda al tema de la violencia en el fútbol".