En nuestro podcast del 9 de marzo por Facebook Live, el codirector Steven Dudley y la investigadora sénior Deborah Bonello hablaron de cómo los medios omiten la verdadera noticia en su cobertura de la violencia contra la mujer. El texto siguiente es una transcripción de la introducción a esa conversación. Una versión de la misma se preparó para la conferencia sobre el tema organizada por el Banco Interamericano de Desarrollo en 2015. El video completo del podcast, que tocó temas adicionales relacionados con el crimen organizado en Latinoamérica, se inserta al pie de esta columna.
En abril de 2010, fui a Ciudad Juárez. Como la mayoría de los periodistas, iba en busca de la noticia sobre la violencia, el desorden, el caos. Era corresponsal de varias agencias en esa época, entre ellas estaba la BBC, así como mi nueva organización en ciernes, InSight Crime, que había comenzado oficialmente ese mismo mes.
Mientras estaba allí, tres jueces absolvieron a un hombre llamado Sergio Barranza por el homicidio de su joven novia, Rubí Marisol Frayre Escobedo, que convivía con él.
El caso me llamó la atención en primer lugar por el arrebato emocional de la madre, Marisela Escobedo, quien lanzó un grito memorable en el juzgado cuando los jueces anunciaron la decisión, que vi en las noticias locales.
En segundo lugar, porque Barranza había confesado a las autoridades e incluso las había llevado al lugar donde aparentemente había depositado el cuerpo, el cual había incinerado.
Marisela Escobedo organizó una protesta pública por el fallo del tribunal, primero demarcando un lugar en un estacionamiento de Juárez, luego organizando una marcha a la capital de Chihuahua, y posteriormente asentándose frente a la oficina del gobernador.
Busqué a Marisela en el estacionamiento de Juárez cuando estaba allí y la entrevisté. Luego me dirigí a mis editores y les vendí un artículo sobre lo que denominé "la derrota del sistema de justicia".
No estoy seguro de porqué me mantuve alejado del artículo de los "feminicidas de Juárez". Desde una perspectiva comercial, era una mala decisión porque mi editor de la BBC no tenía interés en un artículo sobre el sistema de justicia.
Les cuento esta historia porque me parece que es reveladora de problemas de mayor alcance que tenemos en Estados Unidos, y los medios extranjeros en general, en lo que respecta a noticias sobre la violencia contra las mujeres en la región. Aunque nuestra organización, InSight Crime, tiene sede en Medellín, escribimos para una audiencia internacional, así que nos considero parte del problema.
Nuestro primer problema es nuestra versión sesgada de lugares como Juárez. Quienes no vivimos en lugares como Juárez somos a quienes con mayor frecuencia se nos asigna la descripción de Juárez para la audiencia internacional (algo a lo que una amiga mía llama con justicia "periodismo Google"). Tanto consciente como inconscientemente, se nos ha enseñado a pensar que Juárez es una cosa: bárbara, caótica, llena de drogas, nómada son algunas de las palabras que me vienen a la mente. También tenemos una especie de lo que Edward Said llamaría "orientalismo", en lo que respecta a la gente: son, en una palabra, incivilizados.
Antes de empezar siquiera el artículo nos domina la idea. Tiene un impacto en lo que leemos durante la preparación, con quién hablamos (lo que esas personas nos dicen) y lo que vendemos a nuestros editores. Nuestras ideas de artículos por lo general deben ajustarse a esa idea.
Cuando llegamos a un lugar como Juárez, no intentamos hallar la historia, intentamos confirmar lo que creíamos, lo que nos dijeron nuestras fuentes y lo que dijimos a nuestros editores que haríamos cuando llegáramos.
Cómo se desarrolla esto en la práctica es complejo y no siempre uniforme, pero las historias sobre la violencia contra las mujeres en Juárez por lo general, casi siempre, se ajustan a la versión general que se ajusta a nuestra visión orientalista del lugar.
Paso uno: Describir la escena como un lugar incomprensible, un lugar de "realismo mágico" o donde "la realidad supera la ficción".
Paso dos: Establecer que el hombre nace como depredador natural, nacido para alimentarse (literalmente de la carne en este caso), que no tienen barreras morales; estos hombres, como lo insinúan sutil o abiertamente las historias, son morenos, pertenecen a la clase obrera y vienen de barrios pobres.
Paso tres: despojar de agencia a las mujeres; son jóvenes, adolescentes en su mayoría, que se dejan atraer a trabajos falsos y luego son presa de estos depredadores de piel oscura y clase baja.
Paso cuatro: creamos casos que son imposibles de resolver: teoría 1: son asesinatos en serie (algo que nunca se ha determinado en Juárez); teoría 2: narcotraficantes (seguramente es una posibilidad, pero estos suelen ser narcos que participan en ritos de iniciación, también una posibilidad, pero no una forma de explicar cientos de asesinatos); teoría 3: un culto satánico, de nuevo, nunca se estableció, pero sin duda es algo que solo podríamos creer en relación con los rasgos orientalistas de los mexicanos.
Paso cinco: hacer parecer como si todos estuvieran involucrados —es étnico, "esa gente"—. Esto se hace con mayor frecuencia mediante la descripción de actores del estado en connivencia con estos asesinos misteriosos. De nuevo, esto es cierto, pero no necesariamente lo más relevante. Por supuesto que es importante recordar que estos agentes del estado son reflejos de la sociedad. Pero esto también sirve para apoyar la versión orientalista general en lo que respecta a los feminicidios de Juárez, no como un medio para ayudarnos a entender el homicidio en general en Juárez.
Esto es extremadamente importante y me lleva a mi segundo punto. Esta versión oscurece algunos puntos muy importantes sobre los feminicidios en Juárez. No se diferencian de los feminicidios en general. No quiero restar importancia a las muertes de las mujeres de Juárez, pero el enfoque muy singular de los medios internacionales en "las mujeres asesinadas de Juárez", y su obsesión con la búsqueda del misterioso asesino en serie o el culto satánico que hay detrás, implica que no estamos buscando las respuestas reales detrás de estos homicidios y la razón real: un sexismo estructural que permea las instituciones.
El caso de Rubí Marisol era emblemático de esto. Su novio, Sergio Barranza, pensó que podía tomar las cosas por su cuenta y asesinarla. Así lo admitió, y la inacción de las autoridades así lo demostró: Al comienzo, aun cuando las investigaciones apuntaban a él, nadie lo buscó. Fue la madre de la víctima, Marisela Escobedo, quien lo localizó para las autoridades. Luego fue hallado no culpable por tres jueces, uno de ellos era una mujer, quienes dijeron que los fiscales les habían presentado evidencia muy débil. En cada giro, este era un caso de sexismo estructural. No hay culto satánico ni asesino en serie. Había, sin embargo, un nexo con el narcotráfico. Barranza luego apareció conectado con los Zetas, que es lo que más llamó la atención cuando cayó abatido en un operativo dirigido por el ejército en 2012. No se mencionó el sexismo estructural que llevó a la muerte de Rubí y a la absolución de su confeso asesino.
Nuestra conversación en Facebook Live sobre cobertura de medios sobre la violencia contra la mujer entre otros temas.
Esther Chávez Cano, la excontadora se convirtió en una incansable defensora de los derechos humanos y de la mujer en Juárez hasta su muerte en 2009, pasó cerca de 20 años documentando los homicidios de mujeres en Juárez desde que comenzaron a atraer la atención en 1992. De los 400 casos que ella documentó entre 1990 y 2005, se resolvieron todos menos 100 de esos casos. Y cerca de tres cuartas partes de esos casos apuntaron a una relación, un compañero sentimental o un pariente de la víctima como perpetrador del crimen. Esto es sexismo estructural y violencia estructural, no la obra de un culto misterioso y desconocido o una organización narcotraficante.
A los medios no les gusta la violencia estructural. Nos gustan las cosas que se ajustan a nuestras ideas preconcebidas. Como me decía un amigo que vivió en Juárez y que escribió un libro sobre la ciudad, "La mayoría de la gente escribe la historia antes de subirse siquiera al avión".
Finalmente, el enfoque casi singular de los medios internacionales sobre la violencia contra la mujer en Juárez implica que pasamos por alto la historia macro. Como lo ha señalado Molly Molloy, bibliotecaria y profesora de la Universidad del Estado de Nuevo México, las proporciones de homicidios contra las mujeres en Juárez (cerca del 10 por ciento de los homicidios) es en realidad menor que el de Estados Unidos (entre 20 y 25 por ciento de los homicidios).
También nos da licencia para ignorar al resto de la región. En términos estadísticos, México no es el lugar con mayor número de homicidios contra las mujeres en Latinoamérica y el Caribe. Hay problemas generalizados en la región. Como lo escribiera esta semana nuestra Mimi Yagoub, cada 29 horas cae una mujer muerta en Argentina por causa de su sexo; compárese eso con los 26 homicidios por año que había documentado Esther Chávez en su trabajo. También es rutina ignorar otros países, como Guatemala y El Salvador.
Es casi como si Juárez se hubiera convertido en la fórmula para la historia mayor de la violencia contra las mujeres en la región. Pero si se ajusta esa historia a la versión distorsionada, sesgada, orientalista, ¿qué dice esto de la imagen de la violencia en la región como un todo que pinta la prensa internacional?
El caso de Rubí Marisol tiene otro giro más trágico. En diciembre de 2010, Marisela Escobedo, fue asesinado frente a la oficina del gobernador en Chihuahua. Días después, informó Wall Street Journal, el gobernador del estado suspendió a los jueces que habían liberado al confeso asesino de Rubí; pero para que no olvidemos que esta es la tierra donde la realidad supera a la ficción, el periodista también señalaba que los carteles, presuntamente colocadas por el cartel de Sinaloa, también ofrecían condolencias a la familia de la víctima y recompensas a quien hallara a los asesinos. Y en menos de un mes, la historia de Rubí Marisol, y la de su madre, habían caído en el olvido más absoluto.