El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, ha atribuido la disminución del 60 por ciento en los homicidios este año a su plan de lucha contra el crimen. Es más preciso decir que las pandillas callejeras del país también merecen crédito, quizá la mayor parte.
Entre enero y julio de 2020, El Salvador registró 697 asesinatos, es decir, cerca de tres al día, según un informe de El Mundo. Esta cifra representa una fuerte disminución con respecto a los 1.630 asesinatos ocurridos durante el mismo periodo de 2019, año en el que El Salvador alcanzó una de sus tasas de homicidios más bajas de la historia reciente.
En Twitter, Bukele menciona continuamente la disminución de los asesinatos, que atribuye a su Plan de Control Territorial, mediante el cual, hace poco más de un año, se desplegaron más de 5.000 policías y soldados en bastiones de las pandillas.
“El Salvador vive un día más sin homicidios”, publicó el presidente el 22 de julio, junto a una imagen de soldados completamente armados.
¿Es la estrategia de Bukele de enviar tropas a las calles —una política que ha sido ensayada y que ha fracasado varias veces en el país— la panacea que él afirma?
Para tratar de responder la pregunta, investigadores de International Crisis Group (ICG) examinaron las cifras de homicidios a lo largo del tiempo en municipios incluidos en el Plan de Control Territorial de Bukele. Los resultados de su estudio fueron publicados en un informe de esa organización en julio titulado “¿Milagro o ilusión? Pandillas y disminución de la violencia en El Salvador”.
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Los investigadores utilizaron un método estadístico conocido como “diferencia de diferencias”, que analiza los acontecimientos de la vida real como si fueran experimentos científicos, para lo que se utiliza un grupo que es intervenido y otro que sirve como control. En este caso, la intervención fue el Plan de Control Territorial en 22 municipios.
El análisis reveló que 31 municipios que no formaban parte del plan tuvieron una disminución en los homicidios similar a la de los 22 que sí estuvieron incluidos en el plan. Igualmente, los homicidios ya estaban disminuyendo antes de que Bukele asumiera el cargo.
“La reducción en los homicidios parece más bien haber sido el resultado de una decisión por parte de las pandillas”, dice Tiziano Breda, analista de ICG para Centroamérica y uno de los autores del informe, en comunicación con InSight Crime.
(Gráfico de International Crisis Group)
En tres municipios que formaban parte del Plan de Control Territorial, los homicidios en realidad aumentaron, dice el investigador. “Entonces tampoco esto encaja con la explicación de que el plan sea el único elemento detrás de esta disminución”, agrega.
Análisis de InSight Crime
La tendencia a la baja en los homicidios en El Salvador indica que las pandillas han optado por no enfrentarse con las tropas de Bukele ni entre sí. Hay tres razones por las que las pandillas —que en otras ocasiones han incrementado los homicidios como una forma de presionar a gobiernos anteriores— pueden haber adoptado esta estrategia.
En primer lugar, las pandillas callejeras ya no consideran viable la guerra abierta con el gobierno.
Cuando El Salvador llegó a contabilizar casi 20 asesinatos al día en 2015, lo que lo convirtió en uno de los países más peligrosos del mundo, la violencia se dio como respuesta al desmantelamiento de una supuesta tregua entre pandillas negociada en 2012 entre la MS13 y las facciones Revolucionarios y Sureños de la pandilla Barrio 18. La disolución de la tregua —que se produjo después de que se revelara que el gobierno había otorgado en secreto beneficios a los líderes pandilleros encarcelados con el fin de reducir los homicidios— condujo a una violencia sin precedentes.
En un principio, las autoridades, bajo órdenes del presidente Salvador Sánchez Cerén, quien llegó al poder en 2014, iniciaron una campaña para aniquilar a las pandillas.
Las cifras de pandilleros muertos en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad pasaron de 142 en 2013 a 591 en 2016, según el informe de Human Rights Watch sobre el país en 2018. Los escuadrones de la muerte contra pandillas, compuestos por policías corruptos, soldados y civiles armados, asesinaron a tiros a presuntos pandilleros, algunos de los cuales finalmente no lo eran.
Las pandillas se vieron “realmente afectadas por esta guerra total con el Estado”, afirma Breda.
Tras alcanzar un pico máximo de 103 homicidios por cada 100.000 habitantes en 2015, El Salvador registró un descenso en su tasa de asesinatos. En 2018, se redujo a la mitad, con una tasa de 51 por cada 100.000 habitantes.
En segundo lugar, los líderes a cargo de clicas específicas ahora ejercen mucha más autoridad en las calles. Dado que su lealtad a la vieja guardia es menor que la de generaciones anteriores, algunos deciden no participar en batallas en las que pueden resultar muertos.
Algunos líderes nuevos han marginado al antiguo liderazgo de las pandillas, conocido como la “ranfla nacional”, que lideró la tregua de 2012 y la posterior guerra con el Estado.
“Las pandillas ya no son monolíticas”, afirma Breda.
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El gobierno de El Salvador también les hizo más difícil a los líderes de las pandillas encarcelados la comunicación entre sí y con los miembros por fuera de las prisiones, mediante una serie de “medidas extraordinarias” aprobadas en 2016, que incluían normas como asilar a los líderes, llevar a cabo procedimientos judiciales de manera virtual o dentro de las prisiones y restringir las visitas. El estado salvadoreño también ha ordenado repetidamente a los proveedores de servicios de telefonía móvil que inhabiliten sus señales en torno a las instalaciones penitenciarias.
“Esto está llevando a la conformación de un liderazgo afuera, más autónomo y con un pensamiento a veces diferente al de la ranfla histórica”, expresa Breda.
Mario Vega, un pastor que ha trabajado durante dos décadas en barrios azotados por pandillas, dijo en comunicación con InSight Crime que las clicas han “decidido unilateralmente disminuir los homicidios”.
En tercer lugar, la disminución gradual de los asesinatos, que comenzó unos tres años antes de que Bukele asumiera el cargo, durante la administración de Sánchez Cerén, indica que las facciones y las células de las pandillas ya no luchan por la supremacía.
Según el informe del ICG, las clicas, especialmente las que pertenecen a la MS13, están mucho más arraigadas en sus territorios. El intenso clima de confrontación con las fuerzas de seguridad también ha menguado.
“Esto también lleva a pensar que ha habido una especie de construcción de entendimientos, de intercambios de mensajes, etcétera, sobre todo a nivel local.”, dice Breda.
Pero esa paz es extremadamente frágil. Un solo líder pandillero con ambiciones de guerra puede destruirla, agrega el investigador. “Si algún líder todavía tiene algún tipo de control sobre determinadas clicas o determinados programas, esto puede ocasionar un repunte en la violencia y alterar las tendencias actuales”, concluye.