"De las salas de juntas a los campos de batalla y de las iglesias a los estados, porqué estar al mando ya no es lo que era", se lee en la portada del best-seller "El fin del poder". Lo mismo se aplica para el mundo del crimen en toda Latinoamérica.
En su libro, el autor Moisés Naím expone cómo y porqué el poder se está escapando de las manos de las élites tradicionales y fluyendo hacia las de advenedizos en todo el mundo. Naím recalca que este proceso está ocurriendo en un amplio espectro de nuestras más preciadas instituciones, desde partidos políticos hasta empresas y religiones. Sin embargo, en los confines de un reino mucho más infame también está ocurriendo una dinámica similar: el crimen organizado en Latinoamérica.
A continuación, InSight Crime identifica cuatro formas en las que la cambiante naturaleza del poder descrita por Naím también se aplica al panorama del crimen organizado en la región.
1. La caída del gran poder
Naím afirma que para comienzos del siglo XX, poder se había convertido en sinónimo de tamaño. "Bien sea que lo llamemos Gran Empresa, Gran Gobierno o Gran Mano de Obra, ese triunfo de las grandes organizaciones centralizadas validaba y reforzaba la hipótesis cada vez más común de que grande era mejor", escribe Naím.
La Gran revolución no tuvo lugar en el crimen organizado latinoamericano hasta después de la segunda mitad del siglo XX, pero cuando el movimiento golpeó, rápidamente recuperó el tiempo perdido. Las organizaciones criminales surgidas en las décadas de 1970 y 1980, como las del Cartel de Guadalajara, en México, y el Cartel de Medellín, en Colombia, eran grandes estructuras muy organizadas, capaces de trasladar enormes cantidades de cocaína y de controlar múltiples eslabones de la cadena de suministros de droga.
Pero el Gran poder se está esfumando. En la empresa, el dominio de poderosas compañías de medios, como el New York Times se erosiona; hasta la capacidad de los grandes ejércitos para proteger los intereses de la seguridad nacional se desvanece, asevera Naím.
En todo caso, la caída del Gran poder ha ocurrido a un paso aún más acelerado entre las mafias del crimen organizado en Latinoamérica. Debido en parte a las enérgicas medidas de seguridad sostenidas, los poderosos carteles que alguna vez dominaron los mundos del hampa en México y Colombia se han fragmentado. Alguna vez ostentando una base de poder que muchas veces competía o aventajaba a la del Estado, grupos como los carteles del Golfo, Juárez y Tijuana, en México, y los de Cali, Medellín y el Norte del Valle, en Colombia, están ahora extintos o no son ni la sombra de lo que fueron.
Es de anotar que esta desbandada del poder criminal no sólo se ha dado en México y Colombia, si bien es allí donde sin duda ha sido más marcada. Por ejemplo, una serie de arrestos de capos de alto rango también ha dado lugar a la fragmentación del hampa en Honduras.
2. El ascenso de los micropoderes
Según Naím, grandes corporaciones, partidos políticos e iglesias se ven cada vez más amenazados por lo que llama "micropoderes". Estas empresas incipientes, movimientos religiosos y partidos políticos populares están cuestionando e incluso suplantando las instituciones establecidas como nunca antes, señala el autor.
Este argumento sonará conocido para cualquiera que esté familiarizado con la oleada de pequeños grupos criminales localizados que están brotando por toda Latinoamérica como consecuencia de la caída de los grandes carteles. Muchos de estos "micropoderes", como los describe Naím, están operando de manera independiente o mantienen sólo asociaciones inarticuladas con las redes criminales transnacionales de mayor tamaño.
Para extender más la analogía, algunos de estos grupos criminales emergentes se las han arreglado para apoderarse de enormes cantidades de poder de los carteles establecidos. Desconocido en gran medida hace unos meses, el Cartel de Jalisco-Nueva Generación (CJNG) se ha convertido prontamente "en una de las organizaciones narcotraficantes más poderosas de México", según el gobierno de Estados Unidos. Entre tanto, los Guerreros Unidos —célula disidente de la otrora fornida Organización Beltrán Leiva— lograron notoriedad internacional el año pasado por su participación en la desaparición de 43 estudiantes en el estado suroccidental de Guerrero.
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Nuevamente, estos cambios no sólo están ocurriendo en México y Colombia. Hay cada vez más evidencia de que la fragmentación ha permitido que organizaciones criminales de menor envergadura, en países como Costa Rica, Argentina y Paraguay, asuman también un mayor papel en el negocio transnacional de drogas.
3. El poder se debilita
Quizás el argumento más provocador que Naím plantea no es que el poder esté cambiando de manos, sino que en realidad está en decadencia. Como resultado de las revoluciones globales en las tecnologías, las actitudes y la movilidad, los líderes de campos e instituciones están viendo rendimientos decrecientes en su poder, afirma el autor. "Aun cuando estados, empresas, partidos políticos, movimientos sociales e instituciones o líderes individuales rivales luchan por el poder como lo han venido haciendo a lo largo de los tiempos, el poder mismo —lo que tan desesperadamente luchan por obtener y conservar— se está escabullendo", escribe Naím.
De manera similar, los grupos criminales en la región se encuentran luchando por el control en un mundo en el que su influencia se reduce. Sin duda, los narcotraficantes aún pueden ejercer un poder importante sobre el Estado corrompiendo a políticos, fuerzas de seguridad y otras instituciones del gobierno. Como lo mostraron los recientes escándalos de corrupción en Guatemala, en algunos casos los operadores políticos y criminales de alto rango son en realidad dos caras de la misma moneda.
Pese a ello, los grupos criminales en Latinoamérica ya no pueden usar la fuerza bruta para poner en jaque a las fuerzas de seguridad, como una vez lo hicieron. En la década de 1980, el célebre capo de la droga Pablo Escobar y su Cartel de Medellín declararon la guerra al gobierno colombiano por el tema de la extradición, y ganaron. Hasta finales de la década de 2000, la cruenta batalla entre los carteles de Juárez y Sinaloa rápidamente convirtió a Ciudad Juárez, en la frontera norte de México, en la capital mundial del asesinato.
Probablemente lo más cercano a una embestida total contra las fuerzas de orden público hoy sea la intensificación del conflicto entre las maras callejeras y las fuerzas de seguridad en El Salvador. El fracaso de la tregua de pandillas de 2012 en el país ha desencadenado índices históricos de violencia en medio del agravamiento de los enfrentamientos entre las maras y la policía, lo que genera un clima de seguridad similar a una guerra de baja intensidad.
4. El fin del poder lleva a la inestabilidad
Naím señala que la caída de grandes burocracias inmersa en el conocimiento institucional, combinada con el ascenso de recién llegados infractores de la ley, ha hecho cada vez más inestable nuestro mundo. "Si el futuro del poder radica en la perturbación y la interferencia, no en la gestión y la consolidación, ¿podemos esperar conocer la estabilidad una vez más?", pregunta Naím.
Esa misma pregunta podría hacerse sobre el panorama del crimen organizado en Latinoamérica. Por supuesto, los bajos mundos siempre han estado sometidos a desplazamientos sísmicos; la inestabilidad es una característica heredada de un medio en el que los actores más dominantes pueden ser capturados o asesinados en cualquier momento.
Dicho esto, la caída de poderosos líderes criminales ha inyectado una dosis de incertidumbre mucho mayor en el hampa regional. Las vidas criminales de los cabecilla ahora son de meses, no de años, lo que plantea preguntas de cómo puede variar el balance del poder criminal en el futuro.
¿Podrían los micropoderes emergentes en países como Argentina y Paraguay sostenerse captando una participación mayor en el narcotráfico transnacional? ¿Se las arreglará el último poder realmente dominante de la región, el cartel de Sinaloa en México, para evitar el destino de sus contrapartes caídos? ¿Y cuáles serán las implicaciones para Colombia si el último grupo guerrillero de gran envergadura del país —las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), de las que se cree que ganan no menos de US$200 millones con el tráfico de estupefacientes— depusiera las armas y firmaran un acuerdo de paz con el gobierno?
Éstas son algunas de las cuestiones más candentes que InSight Crime enfrenta en este proceso de transición del panorama criminal en Latinoamérica a la etapa de "fin del poder".