La fuga de Joaquín “El Chapo” Guzmán de una prisión de máxima seguridad de México lo llevará a él y a su organización criminal, el Cartel de Sinaloa, a expandir su actividad en el hampa.
La fuga de Guzmán de la cárcel de El Altiplano en el Estado de México, a través de un túnel que se extendía por más de un kilómetro desde su ducha, no sólo representa un grave bochorno internacional para el gobierno de México, sino que también propicia un verdadero golpe a los anteriores éxitos del gobierno en sus esfuerzos por erradicar a los capos más peligrosos del país.
Considerado el mayor narcotraficante del mundo, a la cabeza de la que se considera la organización narcotraficante más poderosa del planeta, el Cartel de Sinaloa, Guzmán representaba la mayor victoria del gobierno en sus recientes esfuerzos por acabar con los capos más importantes. El arresto de Guzmán en febrero de 2014 le puso fin a una lucha de años por desmontar el Cartel de Sinaloa, que incluyó la muerte de Ignacio Coronel, el segundo hombre al mando, en un tiroteo con las tropas federales, y la muerte por causas naturales de Juan José Esparragoza, otro veterano jefe del Cartel de Sinaloa.
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Como resultado de esta serie de golpes, muchos analistas consideraron que el Cartel de Sinaloa ya estaba reducido. Y de alguna manera lo estaba. La captura de Guzmán probaba dicha debilidad.
Ahora, con su fuga, Guzmán probablemente se reunirá con su antiguo socio, Ismael “El Mayo” Zambada, uno de los pocos peces gordos que las autoridades no han podido capturar. Dado que las rutas internacionales de la droga todavía están en gran parte en funcionamiento (vea el mapa de El Daily Post abajo), las declaraciones de que las autoridades habían acabado con la organización más poderosa y temida de México parecen de pronto prematuras. Como lo expresó el exministro de Relaciones Exteriores Jorge Castañeda en Univisión tras la detención de El Chapo, lo que todo el mundo ha dicho acerca de que el Cartel de Sinaloa está acabado, simplemente no es correcto.
Análisis de InSight Crime
El campo parece estar despejado. A diferencia de los años previos a la detención de Guzmán, el Cartel de Sinaloa no tiene ningún adversario de poder similar. Sus principales rivales (Los Zetas, el Cartel del Golfo, el Cartel de Juárez, la Organización Beltrán Leyva y los Caballeros Templarios) han sido más golpeados por la presión del gobierno que el mismo Cartel de Sinaloa. Los arrestos y muertes de los líderes de estos rivales potenciales han permitido innumerables comunicados triunfales de la actual administración de Enrique Peña Nieto y de la anterior administración de Felipe Calderón. Sin ellos en el camino, no hay ningún grupo en México que esté a la altura del Cartel de Sinaloa ni de sus duales líderes.
Parece lógico que éste sea el momento perfecto para que Guzmán reconstruya la hegemonía de su grupo e incursione en zonas donde previamente había perdido influencia. Guzmán puede ver la oportunidad de intentar una vez más apoderarse del corredor noreste, donde se encuentra Laredo, uno de los pasos fronterizos más importantes del país y donde sólo quedan debilitadas facciones del Cartel del Golfo y Los Zetas para hacerle oposición.
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Guzmán también podría dirigir su atención a Michoacán, ahora que la importancia de los Caballeros Templarios se ha reducido debido al arresto de Servando “La Tuta” Gómez. El Cartel de Sinaloa puede intentar reafirmar su control sobre los estados de Jalisco y Colima, puntos de entrada clave para los precursores químicos de metanfetamina, actualmente bajo el control del que se ha convertido en el mayor rival del Cartel de Sinaloa: el Cartel de Jalisco Nueva Generación (CJNG).
Ciertamente, Guzmán puede intentar recuperar el control sobre todas estas áreas, bien sea mediante la cooptación o la confrontación. Si logra tener éxito, el Cartel de Sinaloa podría reafirmar una vez más el control sobre la mejor porción del crimen organizado mexicano.
Sin embargo, la coyuntura actual también presenta dificultades que pueden impedir este resultado. En primer lugar, queda por verse si Guzmán podrá evadir su captura por mucho tiempo. Con seguridad, el gran descrédito para Peña Nieto y varios organismos de seguridad de Estados Unidos (que también persiguieron a Guzmán durante años) hará que se intensifiquen los empeños por atraparlo de inmediato. Estos esfuerzos probablemente serán superiores a los intentos de localizarlo inmediatamente después de su fuga en 2001, cuando su perfil era comparativamente bajo, y pueden resultar exitosos.
También queda por verse si la atomizada industria en la cual Guzmán buscará reinsertarse le permitirá volver a tomar el poder efectivamente. Aunque la oposición individual puede ser débil, un mayor número de grupos pequeños representa un desafío diferente, tanto para el gobierno, que intenta inmovilizarlos, como para un hombre que busca tener hegemonía sobre ellos y dominarlos. Guzmán ha demostrado su capacidad para librar largas batallas para reducir adversarios de talla similar, pero en al menos un caso ha intentado acabar con rivales más pequeños que concentran su control en un área limitada. Muchos de estos rivales menores pueden no estar dispuestos a sacrificar la independencia que han disfrutado en un México moderno, donde ya no existen las hegemonías.
Sea cual sea el resultado, la fuga de Guzmán representa un revolcón para el panorama del crimen organizado en el país.