Miguel Ángel Tobar era un asesino. Un exmiembro de la Mara Salvatrucha y su clica Hollywood. Fue asesinado el viernes 21 de noviembre por unos sicarios. Era también testigo criteriado de la Fiscalía y ayudó a enviar a prisión a más de 30 pandilleros. Era un hombre al que el Estado había prometido proteger. Esta es la historia de un hombre del que tanto Policía como Fiscalía sabían que iba a ser asesinado.
Miguel Ángel Tobar era un hombre que desde noviembre de 2009 sabía que sería asesinado.
Él tenía dudas acerca de quién lo asesinaría. A veces creía que lo harían unos policías del occidente de El Salvador. A veces creía que sería asesinado por pandilleros del Barrio 18. Pero la mayor cantidad de veces en las que pensaba acerca de su muerte, estaba convencido de que sería asesinado por pandilleros de la que fue su pandilla, la Mara Salvatrucha.
Miguel Ángel Tobar, un hombre de 30 años, estaba convencido de que no moriría de un ataque cardíaco ni de una caída desde las alturas ni tampoco de viejo –jamás pensó que moriría de viejo-. A veces pensaba que moriría masacrado en alguna vereda polvosa del departamento de Santa Ana o una del departamento de Ahuachapán. Desde enero de 2012 que lo conozco, siempre tuvo presente que “La Bestia” lo seguía. Lo decía todo el tiempo. Por eso, Miguel Ángel Tobar recuperó el año pasado la escopeta 12 que había enterrado en un predio baldío luego de robarla al vigilante de una gasolinera de El Congo durante un asalto que la Policía le pidió que hiciera.
Esta es la primera parte de una historia que apareció originalmente en Sala Negra de El Faro, y fue publicada con permiso. Vea la versión original aquí.
Era complicada la vida de Miguel Ángel Tobar. Por eso él consiguió a principios de este año una pistola .357, pero la Policía se la decomisó cuando él caminaba cerca de su casa, en el cantón Las Pozas, del municipio de San Lorenzo, en el departamento de Ahuachapán. Por eso, porque sabía que La Bestia lo seguía, Miguel Ángel Tobar cruzó la frontera con Guatemala por un punto ciego a principios de este año y pagó 20 dólares para que le fabricaran un trabuco –dos piezas tubulares de metal que al chocar percuten un cartucho de escopeta 12-.
Miguel Ángel Tobar sabía que sería asesinado, pero pretendía evitar ser descuartizado, torturado, ahorcado. Él prefería un balazo.
Sabía tanto que su muerte sería un asesinato que el tema se podía tocar sin ningún tapujo. El martes 14 de enero de este 2014 lo visité. Solía visitarlo al menos una vez al mes desde que lo conocí en enero de 2012. Ese día él sentía que su muerte estaba más cerca que de costumbre. La noche anterior le dijeron que unos jóvenes habían llegado al cantón donde él vivía y habían preguntado por el marero del lugar. Ese día hablamos adentro del vehículo de vidrios polarizados en el que lo visité. El motor del carro nunca estuvo apagado.
"Ey, hay un problema, Miguel. Como a cada rato cambiás de teléfono, cuesta localizarte. Necesito que me des números de tu familia para llamarles por cualquier cosa" le dije aquel martes.
"Ah, simón, por si algo pasa… O sea, para que te avisen cuando me maten y te digan: ey, mataron al Niño" me dijo en el pick up Miguel Ángel Tobar, que siempre se refería a él por el apodo que tenía en la Mara Salvatrucha. El Niño de la clica de los Hollywood Locos Salvatrucha de Atiquizaya.
El pasado viernes 21 de noviembre no me llamó ningún familiar. Me llamó un vecino de El Niño desde el cantón Las Pozas. Fue él quien a las 3:43 de la tarde me anunció que había pasado lo que todos sabíamos que iba a pasar.
"Ey, malas noticias. Se dieron al Niño en San Lorenzo."
***
Miguel Ángel Tobar era un asesino.
Si se le preguntaba a cuántas personas había asesinado, él contestaba:
"Me he quebrado…me he quebrado 56. Como seis mujeres y 50 hombres. Entre los hombres incluyo los culeros, porque he matado a dos culeros."
Miguel Ángel Tobar era un asesino.
En expedientes policiales hay evidencia de 30 de los homicidios en los que ese hombre participó cuando era pandillero de la Mara Salvatrucha.
Miguel Ángel Tobar era un asesino.
Era uno despiadado. Allá por 2005 asesinó junto con otros pandilleros a un joven de unos 23 años a quien apodaban Caballo. Ese hombre en un acto de idiotez había decidido tatuarse un 1 en un muslo y un 8 en el otro, pero también tenía tatuadas dos letras en el pecho: MS. Quién sabe cómo lo logró, pero Caballo se presumía pandilllero del Barrio 18 cuando le convenía y marero de la Emeese cuando era mejor para él. Miguel Ángel Tobar descubrió su secreto, lo adentró con mentiras en los montes de Atiquizaya junto a otros emeeses. Lo asesinaron. Basta decir que Caballo murió sin brazos, sin piernas, sin tatuajes. Y, cuando ya no tenía nada de eso, aún alcanzaron a torturarlo unos minutos más. Fue ese día cuando Miguel Ángel Tobar, que era conocido en su clica como Payaso -gracias a su cara socarrona, alargada, boca grande- se cambió su apodo al de El Niño, porque cuando le sacó el corazón al Caballo tuvo una epifanía y aquello le pareció como el nacimiento de un bebé. De un niño.
VEA TAMBIÉN: Noticias y perfiles de la MS13
Miguel Ángel Tobar era un asesino.
Eso todos lo saben desde hace mucho. La Policía, cuando se le acercó a principios de 2009 para que le ayudara a resolver casos de homicidios cometidos por la Hollywood Locos Salvatrucha, sabía que se acercaba a un homicida. Nunca creyeron que era otra cosa. De hecho, el cabo de la Policía que llegó hasta su casa en el cantón Las Pozas a buscarlo aquella tarde que Miguel Ángel Tobar decidió traicionar a su pandilla, tuvo que tener precauciones. El pandillero estaba armado esa tarde con una .40 y una .357 y bajo los efectos del crack, pero aceptó acercarse hasta el puesto de investigadores del municipio de El Refugio.
El Niño se sentía acorralado. Su clica empezaba a sospechar que él era el asesino de tres de los pandilleros de la clica de los Parvis Locos Salvatrucha de Turín (municipio vecino de Atiquizaya) que habían matado a su hermano. Así es el interior de una pandilla, un manglar de intrigas y conspiraciones entre sus propios miembros. El hermano de El Niño, apodado El Cheje en su clica, fue asesinado en 2007. El Niño, poco a poco, vengó su muerte discretamente, sin anunciarlo a nadie de su clica. Asesinó a Chato, Zarco y Mosco de un tiro en sus cabezas. Solo sobrevive un pandillero conocido como Coco, que huyó de la zona occidental del país al ver que sus amigos de crimen caían uno a uno con el cráneo perforado por el hermano de su víctima.
Sin embargo, Miguel Ángel Tobar fue mucho más que un asesino. Él fue la llave que la Policía y la Fiscalía usaron para meter en la cárcel a más de 30 pandilleros de las clicas Hollywood, Parvis y Ángeles, de Santa Ana y Ahuachapán. Fue el testimonio de ese hombre el que logró que un juez dictara 22 años de prisión contra los dos líderes de la Hollywood. Uno es José Guillermo Solito Escobar, conocido como El Extraño, un treintañero líder de la pandilla en la zona de Atiquizaya. El otro es más célebre, incluso fue citado por el ex ministro de Justicia y Seguridad de El Salvador, Manuel Melgar, como uno de los pandilleros que habían dado el salto a crimen organizado en el país. Se trata de José Antonio Terán, conocido como Chepe Furia, un cuarentón, ex guardia nacional, dueño de los camiones recolectores de basura de Atiquizaya, uno de los primeros miembros de la MS en Estados Unidos, fundador allá de la clica Fulton Locos Salvatrucha y en El Salvador fundador de la clica Hollywood Locos Salvatrucha de Atiquizaya.
Chepe Furia, preso gracias al testimonio de Miguel Ángel Tobar.
Hoy, gracias a lo que dijo Miguel Ángel Tobar en un juzgado especializado de San Miguel, Chepe Furia y El Extraño cumplen 22 años de condena por haber asesinado a un informante de la Policía en el departamento de Usulután el 24 de noviembre de 2009. El muchacho se llamaba Samuel Trejo, tenía 23 años cuando lo asesinaron, y era conocido en la pandilla como Rambito.
Miguel Ángel Tobar era un asesino.
Sin embargo, sin su ayuda, 30 asesinos estarían sueltos en El Salvador. Y probablemente –muy probablemente- ese hombre fue asesinado por haber dado esa ayuda a la justicia salvadoreña. Y quizá hubiera encerrado a 11 más, pero ya no podrá declarar en el juicio contra los pandilleros acusados de tirar cadáveres a un pozo abandonado en medio de una milpa en el municipio de Turín.
Miguel Ángel Tobar era un hombre que fue asesinado mientras el Estado cuidaba de él.
El viernes 21 de noviembre no solo fue asesinado un asesino. Fue asesinado un testigo protegido del Estado salvadoreño. El viernes 21 de noviembre Miguel Ángel Tobar fue asesinado a balazos en un acto de sicariato. Ese día fue asesinado un hombre al que el Estado salvadoreño prometió proteger a cambio de su testimonio. Era un hombre al que incluso el Estado le había dado un nuevo nombre. Liebre o Yogui. Así lo llamaban en los expedientes judiciales y en los juicios, cuando aparecía con un pasamontañas y vestido de policía con uniformes que le sobraban en su cuerpo menudo pero recio. Miguel Ángel Tobar era un hombre que fue asesinado mientras el Estado cuidaba de él.
***
La bicicleta y el charco de sangre que salió de su cabeza están a 30 pasos aquí en la calle del municipio de San Lorenzo, detrás del puesto policial. Aquí todos conocen esta como la calle al Portillo. Es viernes 21 de noviembre de 2014. Son las 8 de la noche.
San Lorenzo es un municipio al que se llega pasando Santa Ana, entrando a Atiquizaya, dejando atrás el parque central y recorriendo unos 20 kilómetros por una calle de dos carriles que rompe el llano en medio de cerros. Llego aquí acompañado de mi hermano Juan, con quien visitamos a El Niño desde enero de 2012.
El puesto policial es una casita que está casi al final del casco urbano de San Lorenzo. A esta hora temprana de la noche, este municipio es oscuro. Unas pocas bombillas públicas iluminan la calle. La gente se duerme poco después que los pollos y solo un pequeño grupo de muchachos platica en la calle. Se extrañan al ver pasar el pick up.
En el puesto policial hay dos agentes. No dan ninguna señal de temor. Si un pick up polarizado se acerca a un puestito policial de un municipio rural salvadoreño por la noche, muy probablemente los agentes lo recibirán con la mano en la pistola. Si no lo hacen, como aquí en San Lorenzo, es porque no consideran que están en un punto crítico de este país. Y no lo están. San Lorenzo, con una población que ronda los 10,000 habitantes, tuvo, según datos de la Policía, cero homicidios en 2013; en 2012, dos homicidios; y en 2011, cero homicidios. De hecho, este año los dos agentes del puesto solo recuerdan un homicidio, el que ocurrió hoy hace unas horas, el de Miguel Ángel Tobar, El Niño. Desde junio de 2012, este es el primer asesinado en San Lorenzo. Eso hace de San Lorenzo un pedacito afortunado de este país.
VEA TAMBIÉN: Noticias y perfiles de El Salvador
Tras una breve charla queda claro que El Niño es considerado por los policías como una lacra, alguien que estaba destinado a morir. “Era problemático”. “Era un delincuente”. “Incluso este año tuvo un problema de que lesionó a un compañero de la DIC (División de Investigación Criminal) de Santa Ana que estaba en su tiempo libre tomando allá en el cantón de donde era ese muchacho”.
El Niño era conocido en toda la zona. San Lorenzo, a la luz de las cifras, no es un municipio con serio problema de pandillas. El mismo Niño lo describía como un lugar de asaltantes y miembros de bandas de robafurgones, pero no de pandillas. Era zona de paso de pandilleros que se movían entre la frontera con Guatemala y Atiquizaya, pero no de habitación. Cuando el Niño llegó al lugar, a mediados de este año, empezó a correrse la voz de que un pandillero o un traidor de la pandilla o más bien un líder de la pandilla vivía en el cantón Las Pozas. Unos decían una cosa y otros decían otra. La primera vez que lo visité en su casa, una de esas veces en las que conversamos dentro del carro con el motor encendido, varios curiosos llegaron a ver quién visitaba al célebre Niño. Llegaron vendedoras, vecinos, estudiantes de la escuelita del polvoriento cantón Las Pozas.
Los policías lo odiaban en primer lugar porque había sido pandillero. Hablaba como pandillero, era problemático como son los pandilleros, e irreverente y mariguanero.
Muchos policías de la zona lo odiaban porque era el testigo clave en el caso contra dos cabos de Atiquizaya. Se trata de José Wilfredo Tejada, de la unidad contra homicidios de Atiquizaya, y Walter Misael Hernández, de la unidad contra extorsiones. La mañana del 24 de noviembre de 2009, estos dos policías solicitaron a la unidad de seguridad pública que detuviera, en el mercado, a un muchacho de 23 años, porque tenían que hablar con él. Ese muchacho era Samuel Trejo, conocido como Rambito. Ese muchacho fue asesinado por Chepe Furia.
Escena del juicio de los dos policias.
En el libro de novedades del 24 de noviembre de 2009 consta que esos dos cabos se llevaron al muchacho de la subdelegación de Atiquizaya y nunca lo devolvieron. Horas después, El Niño lo vio en un pick up que era conducido por Chepe Furia y donde también iban El Extraño y otro pandillero deportado de Estados Unidos en 2009 con cargos de lesiones graves. En Maryland, según su ficha de deportación, ese otro pandillero era conocido como Baby Yorker. Aquí se renombró como Liro Jocker. Su nombre real es Jorge Alberto González Navarrete y tiene 32 años. Chepe Furia, El Extraño y Liro Jocker se llevaron a Rambito en un pick up, y El Niño los vio.
El muchacho, Rambito, que iba en ese pick up horas después de haber sido sacado de la subdelegación por los cabos, apareció asesinado 13 días después en una carretera en el departamento de Usulután. Putrefacto. Tenía las manos atadas por atrás con un lazo azul –el mismo lazo azul que El Niño declaró ver en el pick up-. El informe forense dice que fue asesinado el mismo día que los cabos lo sacaron de la subdelegación, el mismo día que los pandilleros se lo llevaron en el pick up. El informe dice también que lo torturaron y luego le metieron tres balazos en la cabeza. Los investigadores de la Policía aseguran que Rambito era informante de la Policía y ayudaba a levantar un caso de extorsión contra Chepe Furia.
Antes de llegar hasta el pick up de Chepe Furia, cuando El Niño caminaba hacia el punto de encuentro, había visto a los cabos pasar con Rambito en otro pick up. Eso declaró en la primera etapa del juicio.
El miércoles 15 de enero de este 2014, más de cuatro años después del asesinato de Rambito, los cabos fueron absueltos. Sus colegas policías no quisieron declarar nada. Dijeron no recordar lo que habían dicho en etapas anteriores del juicio. Dijeron que no recordaban si esos cabos habían pedido detener a Rambito el día de su asesinato. Los fiscales les mostraron el libro de novedades, donde esos mismos policías, de su puño y letra, habían escrito que los cabos se habían llevado a Rambito. Luego les mostraron a esos policías su declaración anterior, donde recordaban todo con claridad. Luego les recordaron que estaban bajo juramento. Los policías, los tres que declararon, dijeron que reconocían su letra, pero que ya no recordaban nada, que estaban confundidos. Bajaron la cabeza –los tres- y repitieron lo mismo: no recuerdo, no recuerdo, no recuerdo.
Dijo que no recordaba nada, que no recordaba nada de lo que había dicho antes, que no recordaba haber visto a Rambito en el pick up ni nada de nada. Los abogados defensores de los cabos reían en la sala de juicio
El Niño entró ese día con la cara cubierta a la sala de juicio del Juzgado Especializado de Sentencia de San Miguel. Aquel día, la Fiscalía le había asignado el nombre de Yogui. Así lo llamaban en su calidad de testigo criteriado. Poco después de haber entrado a aquel horno, se quitó la máscara. Dijo que le picaba la cara. No le importó que lo vieran los abogados defensores de los cabos acusados –que ya estaban atrás de un biombo, rezando-. Dijo que total a él ya lo conocían. Todos sabían que El Niño era Miguel Ángel Tobar. Por orden del juez se puso de nuevo el pasamontañas y actuó igual que los policías que fueron citados como testigos. Dijo que no recordaba nada, que no recordaba nada de lo que había dicho antes, que no recordaba haber visto a Rambito en el pick up ni nada de nada. Los abogados defensores de los cabos reían en la sala de juicio, los fiscales se volvían a ver entre ellos, incrédulos, asustados. Los cabos rezaban tras el biombo. Los cabos fueron absueltos.
Las sentencias son un sinsentido bajo la lógica común. Los cabos absueltos sacaron a Rambito del lugar de su detención. Este terminó en manos de los pandilleros que están condenados por asesinarlo. En medio de una cosa y otra todo es borroso.
La Fiscalía, en aquella sala, sin El Niño, no era nada. Era dos fiscales asustados haciendo el ridículo. Era un espectáculo chistoso del que se reían dos abogados defensores privados.
Yo salí confundido de la sala. Pensé por un momento que El Niño me había engañado. Luego recordé que él mismo me había contado que algunos investigadores de Atiquizaya y El Refugio le habían pedido que se equivocara en la primera fase del juicio, que confundiera a los investigadores en el reconocimiento. Le ofrecieron 5,000 dólares por equivocarse, me contó El Niño. Luego le ofrecieron ir a cometer un homicidio a un monte de Atiquizaya, pero le dijeron que le darían el arma cuando estuvieran allá. El Niño, con odio, se rio de lo burda de la estratagema cuando conversamos en una de mis visitas.
"Pendejos, ilusos, malditas ratas, ellos querían "caminar" a al Niño. La Bestia, pendejos."
Cuando el juicio terminó y los cabos salieron libres, llamé por teléfono a El Niño.
"Niño, ¿vos me mentiste a mí o le mentiste al juez?"
"Yo los vi con Rambito y vi a Rambito irse con Chepe y los otros... La onda es que... Yo sólo no quería decir lo mismo. Ya tengo demasiadas cruces encima como para ponerme una más."
*Esta es la primera parte de una historia que apareció originalmente en Sala Negra de El Faro, y fue publicada con permiso. Vea la versión original aquí.