Un nuevo estudio sobre la violencia en Brasil en los últimos 30 años sugiere que una serie de factores sociales y económicos ha impulsado el aumento de las tasas de homicidios, mientras que el crecimiento del crimen organizado y el narcotráfico han jugado un papel periférico.
El Mapa de la Violencia 2013 del Centro Brasilero de Estudios Latinoamericanos (Cebela) analiza datos del gobierno sobre las muertes violentas de más de 30 años, para ver dónde y por qué los brasileños se matan unos a otros, así como con qué frecuencia. El informe encontró que mientras la tasa de homicidios en general ha cambiado poco durante los últimos diez años, dentro de los diferentes estados la tasa ha cambiado dramáticamente.
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Según el informe, el crecimiento del crimen organizado y el tráfico de drogas no han impulsado las tasas de homicidios, lo que es contrario a la creencia popular. En cambio, la impunidad y otras deficiencias institucionales han permitido que se desarrolle una cultura de la violencia, en la cual las personas se matan entre sí por razones triviales y quedan impunes.
En el conjunto de la población, los homicidios han aumentado un 132 por ciento durante los últimos 30 años -de 11,5 por cada 100.000 habitantes en 1980 a 27 por cada 100.000 en 2011-. Entre las personas de entre 14 y 25 años, la tasa en 2011 fue aproximadamente el doble de esa -53 por cada 100.000-. Un poco más de 200.000 brasileños fueron asesinados en los últimos cuatro años del estudio -sólo un poco menos que el número de muertes causadas directamente por los 62 conflictos armados que se presentaron en todo el mundo entre 2004 y 2007, cuando las guerras de Irak y Afganistán estaban en pleno auge-.
Las tasas de homicidios en Brasil desde 1980
"Esta magnitud no puede atribuirse al tamaño continental de Brasil", dijo el estudio, señalando que la tasa de homicidios del país se elevó por encima de la del resto de los países más poblados del mundo. Entre los otros nueve países más poblados, como China, Rusia y Estados Unidos, las tasas de homicidios anuales más recientes oscilan entre 0,3 y 13,3 por cada 100.000 habitantes, frente a la de Brasil de 27,4 –la séptima más alta entre los 95 países que cuentan con datos recopilados-.
El estudio también examinó las tendencias geográficas de la violencia al interior de Brasil, advirtiendo un fuerte aumento en las tasas de homicidios en los estados del noreste, a medida que la violencia emigró de las regiones del sureste del país y de las grandes ciudades.
Los homicidios en los estados de São Paulo y Río de Janeiro se redujeron un 76 por ciento y 44 por ciento entre 2001 y 2011, y dicha caída fue atribuida a la inversión en seguridad en las áreas metropolitanas, mejores esquemas de vigilancia policial y desarme púbico. Al mismo tiempo, la tasa de homicidios en el estado de Rio Grande do Norte se cuadruplicó; y en los estados de Pará, Maranhão y Bahía, las tasas se doblaron, con la tasa de crecimiento acelerándose en los últimos diez años. El estudio atribuye esto a una "incapacidad o ineficiencia en los aparatos de seguridad locales para hacer frente a los nuevos entornos de violencia".
Cuando se limitan a homicidios de jóvenes, las cifras son aún más alarmantes. Para las personas de edades comprendidas entre 14 y 25 años, la tasa de homicidios en el estado de Alagoas fue de 156,4 por cada 100.000, y una asombrosa cifra de 288,1 por cada 100.000 en la capital del estado de Maceió (frente a 111,1 por cada 100.000 para la población total).
En todo Brasil, los investigadores observaron cambios interesantes durante tres períodos de tiempo distintos, cuando le hacían seguimiento a la violencia en las capitales estatales, en comparación con otras áreas. De 1980 a 1996, la tasa promedio de homicidios en todas las capitales de los estados brasileños aumentó un 121 por ciento, mientras que la tasa en la región de todos los estados, excluyendo a las ciudades capitales –lo que el informe llama "el interior"- aumentó en un 69,1 por ciento. No obstante, para los siguientes siete años, la tasa de homicidios en las ciudades capitales apenas cambió, aumentando en menos de uno por ciento, mientras que en las zonas interiores, la tasa aumentó en más del 30 por ciento. Finalmente, de 2003 a 2011, la tasa de homicidios en las ciudades capitales cayó constantemente, cayendo en casi un tercio, mientras que en las regiones del interior la tasa continuó aumentando de manera constante, creciendo un 23,6 por ciento en total.
Se observó un patrón similar entre las grandes y pequeñas ciudades -entre 2000 y 2011, las tasas de homicidios se redujeron en un tercio en las ciudades con más de medio millón de habitantes, pero crecieron una quinta en las ciudades con una población de entre 100.000 y 200.000 habitantes-.
Historia de la tasa de homicidios en los estados de Brasil
El estudio notó que la migración de la violencia coincidió con un cambio en el modelo de desarrollo de Brasil; la industria anteriormente centrada en São Paulo surgió en nuevos centros económicos en todo el país, especialmente en el noreste y en las pequeñas y medianas ciudades.
También examinó por qué las personas se mataban unas a otras, asegurando que el crimen organizado y el narcotráfico no eran los principales factores -como se supone comúnmente-. En su lugar, había una "cultura de la violencia", nacional e institucionalizada, en la que las personas cometen asesinatos por razones triviales o por impulso -durante disputas con los vecinos o esposos, o durante incidentes de riñas de tránsito, por ejemplo-.
La impunidad también fue un factor importante -sólo del cinco al ocho por ciento de los homicidios nunca fueron resueltos, en comparación con el 65 por ciento en Estados Unidos y 90 por ciento en el Reino Unido-. Hubo una tolerancia "trágica" de la violencia por las instituciones estatales, dijeron los investigadores, y una tendencia a criminalizar y culpar a las víctimas.
Más de nueve de cada diez víctimas son hombres, y los jóvenes afro-brasileños tienen una probabilidad del más del doble de ser asesinados que los blancos. Un informe publicado por el Banco Mundial en enero, que también analizó las cifras brasileñas sobre crímenes violentos, destacó una tasa de homicidios de afrobrasileños en los estados del noreste (donde hay una mayoría de población afro-brasileña) de 375,2 por 100.000 en 2008, un gran salto de una ya muy alta tasa de 185,7 por 100.000 en 2002. Para poner esto en perspectiva, la tasa de homicidios más reciente, en la ciudad más violenta del mundo, San Pedro Sula, en Honduras, es de 176 por cada 100.000 habitantes.
Análisis de InSight Crime
El informe resalta cómo una tasa de homicidios nacional, en general estable durante los últimos diez años, oculta cómo grandes cambios han tenido lugar en la dinámica de la violencia en Brasil. El informe del Banco Mundial hizo una observación similar, notando cómo, si los estados del sureste de São Paulo, Minas Gerais y Río de Janeiro fueran retirados de la media nacional entre 2003 y 2007, la tasa de homicidios se incrementaría en un 29 por ciento en lugar de disminuir un siete por ciento. El estudio del Banco Mundial también elogió la vigilancia policial y las inversiones en materia de seguridad en el sureste, como las iniciativas de control de armas y programas para jóvenes en situación de riesgo y puntos críticos del crimen.
Al igual que la investigación de Cebela, el Banco Mundial no señaló al crimen organizado como un elemento significativo que afectara las tasas de homicidios -en su lugar, identificó a los desarrollos demográficos y sociales, con cambios en el número de hombres jóvenes en la población, cambios en la desigualdad de ingresos y cambios en las tasas de deserción escolar secundaria, como los factores más importantes, en ese orden-.
Esto contrasta con la habitual narrativa latinoamericana de que el auge del narcotráfico internacional y el crimen organizado, en las últimas tres décadas, son los culpables de los aumentos repentinos de violencia en todo el continente (las 20 ciudades más violentas del mundo en 2012 eran latinoamericanas). Si bien es cierto que el tráfico internacional de drogas y la presencia de organizaciones criminales transnacionales han tenido un gran impacto en la región, sobre todo en algunos países, los estudios muestran que las raíces de la violencia son a menudo mucho más complejas. La gestión del gobierno de los sistemas económico, judicial y educativo, y los factores demográficos, como las tasas de natalidad y la disparidad de ingresos, pueden ser mucho más importantes.
En toda la región, la impunidad y la corrupción juegan un papel absolutamente crucial en estimular y perpetuar las culturas de violencia, como la descrita por Cebela. En Brasil, la falta de respeto por la vida se ilustra fuertemente en las tasas de muertes dentro de las propias fuerzas de seguridad del país -la policía de São Paulo y Río de Janeiro mataron a 11.000 personas entre 2003 y 2009- una muerte por cada 23 personas arrestadas en 2008. En comparación, la policía de Estados Unidos tuvo en promedio una muerte por cada 37.000 personas detenidas ese año.
En algunos países, esta impunidad y corrupción interactúan con el crimen organizado a un efecto devastador -como en México, donde la terrible escalada de la violencia de los últimos seis años está muy relacionada con el crimen organizado-. En otros, no sólo Brasil, sino también en países como Venezuela -donde la disponibilidad de armas, las instituciones débiles y una sociedad polarizada han contribuido a registrar tasas de homicidio récord- la interacción es mucho más compleja.