Un informe de la ONU colocó a Guatemala entre los cinco países con más homicidios a nivel mundial, con una tasa de 40,6 por cada 100.000 habitantes. Es difícil, en este territorio, imaginar la vida sin muerte. Pero en el quinto país más violento del mundo –es cierto y raro– hay lugares sin violencia asesina, con un solo homicidio en una década. Y otros, en donde la muerte se desborda. Bastan unas horas de carretera para ver estos contrastes: de Sibinal, en San Marcos, a Puerto Barrios, en Izabal, por ejemplo.
Puerto Barrios, calor, húmedo, 36 grados. Una ciudad-puerto en el nororiente de Guatemala que recibe a los visitantes con el rojo, verde, azul, rosa, amarillo y gris. Son los colores de las tumbas del cementerio que se ubica en la entrada de este municipio que desde hace tres años, según cifras de la Policía Nacional Civil (PNC), se ha colocado en el puesto número uno de violencia homicida en Guatemala. La muerte te recibe en Puerto Barrios.
—Lo que ya no cabe acá son los muertos.
Los siguientes son extractos de un artículo que fue publicado originalmente por Plaza Pública y fue publicado con permiso. Vea el artículo original aquí.
Al pronunciar esta frase, la voz de César Barrera (barba incipiente, ojos pequeños, cuerpo menudo) parece una psicofonía. Su trabajo consiste en coordinar entierros. Es el enterrador, el encargado de todo el cementerio municipal de Puerto Barrios. Aunque el nombre de enterrador, dice, no le gusta nada, le da grima, prefiere más bien (y lo pide) ser llamado como el que atiende a los difuntos, el que mantiene el orden de todo el lugar. Pero a veces la tarea resulta difícil, dice sudando. Desde hace dos años en Puerto Barrios se entierran entre 60 y 70 personas cada mes. La cifra, tan sólo pronunciarla, desgasta y cansa a César, que ahora está inmóvil bajo un sol ardiente de media tarde.
—Hoy enterramos a uno. Alguien lo mató por robarle su moto. Esta semana enterramos a otros dos. Una señora que falleció de muerte natural. Otro, si mal no recuerdo, asesinado.
Puerto Barrios, según las estadísticas, es el municipio donde más se mata en Guatemala. “Aquí la gente se está matando”, dice César. Para este municipio fronterizo con Honduras, en el departamento de Izabal, la tasa de mortalidad, esa proporción de personas que mueren durante un tiempo determinado, en relación a su número de habitantes, es la única en Guatemala que alcanzó, por homicidios, tres cifras en el año 2013. Puerto Barrios tiene una población de 106.722. Y 137,74 asesinados por cada 100.000 habitantes. Una cifra que se resiente dentro del cementerio.
“En promedio, asesinados, entierro a unos seis u ocho cada mes”, dice César, laborioso. Ahora se ha convertido en un guía en este pueblo de tumbas. Quiere mostrar los entierros más recientes. Los que recuerda como violentos. Entre las tumbas multicolores, las flores: o secas o de plástico, y un sinnúmero de cruces, César va señalando, explica fechas y nombres, recuerda robos, ajustes de cuentas, balas, apuñalamientos y también descuartizados. Este es su territorio. Pero confiesa que también el cementerio es un lugar peligroso. “Acá asaltan, abren las tumbas, buscan cosas de valor como los dientes de oro. Si alguien muere por violencia, después de muerto sigue recibiendo violencia. Así las cosas”, se lamenta al pasar cerca de una tumba destruida: media osamenta ha quedado fuera de su lugar de descanso. “Yo no la toco. Esto le corresponde al Ministerio Público”, dice.
Cae el sol, por fin, cuando César se detiene en la última frontera del cementerio. Hemos caminado más de una hora. En ese lapso, César ha relatado con sus recuerdos gran parte de la violencia de Puerto Barrios que al final de cuentas él termina por cargar sobre sus hombros, apoyado en una pala. Hemos llegado agotados (él no tanto) al lugar en donde se entierra a los sin nombre, los desconocidos que mueren en Puerto Barrios y que nadie nunca reclama. Todas estas muertes fueron violentas. “Alrededor de 15 en menos de dos años”, dice el enterrador. Nadie sabe quiénes eran. Hoy yacen en el lugar más recóndito de este cementerio, donde no hay colores, ni flores, ni visitas. Sólo César, de pie frente a los montículos de tierra, que explica cómo estos espacios ya están disputados, que ya no caben más muertos en el cementerio, que éstos que llegaron gratis (se cobra Q280 por espacio al año), tendrán que salir y dejar el lugar para los que sí consiguen ser recordados por alguien.
—Irán a la fosa común.
—¿Por qué se mata en Puerto Barrios? —pregunto a César en este punto final del cementerio.
—Por la droga. Por las bandas de contrabando. Porque somos un puerto, una frontera. Porque alguien le debe algo a alguien. Por los pocos ricos y los muchos pobres. Porque también hay que defenderse —teoriza.
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Pero aún en el quinto país “más violento del mundo”, hay lugares donde nadie mata a nadie. De hecho, de los 335 municipios de Guatemala, 53 mantienen una tasa cero de muertes violentas. Cinco de ellos, en 10 años, sólo han reportado un fallecido dentro de las estadísticas de la PNC. Sibinal, en el departamento de San Marcos es uno de ellos (los otro cuatro: Santa Catarina Barahona en San Juan Sacatepéquez, San Francisco La Unión en Quetzaltenango, y Santa Clara la Laguna y Santa María Visitación en Sololá). Es el otro extremo de la violencia.
¿Por qué matamos? O ¿Por qué no lo hacemos? En el municipio con más homicidios y también en uno donde menos se mata, hay intentos de respuesta.
Sibinal, uno de los menos violentos
[...] Desde enero de 2012, el Ministerio de Gobernación, bajo la responsabilidad de Mauricio López Bonilla decidió retirar a la PNC del municipio de Sibinal. Fueron más de 10 municipios de donde se retiraron. La mayoría: territorio mam. La última estadística de muerte violenta, de la que se tiene registro en 10 años, data de mayo de 2011, cuando la PNC todavía tenía presencia en Sibinal. Nadie, sin embargo, recuerda el nombre del fallecido. La gente de la frontera ni siquiera recuerda el incidente.
El alcalde indígena de Sibinal, Lorenzo Mejía Ortiz, me atiende al día siguiente. No llega solo. No puede hacerlo, dice, porque toda la organización comunitaria debe estar enterada de que hablará sobre la violencia cero que existe en el municipio. Más de cinco comunitarios llegan al parque de Sibinal a las 9 de la mañana. Justo frente al monumento que dignifica a las 36 víctimas del enfrentamiento armado interno de este municipio, cada uno de los cinco —sombreros, chaquetas de cuero— tiene una teoría sobre por qué en Sibinal la violencia homicida es casi nula. Antes, sin embargo, intentan hacer un recuento. En su memoria buscan al último fallecido. Un borracho que se envenenó. Luego, dos meses atrás, una mujer que fue violada, después asesinada. “Pero fue en la frontera de nuestro municipio. La mujer murió en Tacaná (al norte de Sibinal)”, dice el alcalde indígena Mejía Ortiz que pertenece al Consejo Nacional de Autoridades. La violencia homicida no suele ser un tema de conversación, “no existe”, afirma, serio, Porfirio Bartolón Roblero, del Consejo de Pueblos de Occidente (CPO).
"Sibinal es un lugar extraño en el quinto país más violento del planeta".
—¿Por qué se retiró la Policía, qué sucedió?— les pregunto.
Hay varias respuestas que se sobreponen. Hay explicaciones desordenadas. Quizá una versión que las aglutine a todas es la siguiente: Sibinal está rodeado de otros municipios que han sido protagonistas de distintos conflictos, dicen las autoridades comunitarias. Hay, por ejemplo, un conflicto histórico, un asunto de tierras, entre los municipios de Tajumulco e Ixchiguán, ambos aledaños a Sibinal. Por este problema de límites territoriales ha habido muertos. No en Sibinal, sino en sus alrededores. En medio de esas peleas por el territorio Sibinal ha sido sobre todo un espectador, casi nunca un intermediario. “No nos metemos”, dice Ortiz.
Explican además que Sibinal es un municipio un tanto aislado, dos volcanes (Tacaná y Tajumulco) y una cordillera de montañas muy agrestes, los mantiene alejados de fronteras más violentas como Tecún Uman o El Carmen, más al sur de Guatemala. “A la policía le interesan más otras fronteras”, dicen los comunitarios.
[...] Las autoridades comunitarias reunidas en el parque, luego de una hora de conversación, aún tratan de encontrar alguna muerte violenta entre sus recuerdos. Se esfuerzan. Se resignan. A pesar de ello, el alcalde indígena dice: “Aunque vivamos tranquilos, con sólo encender la televisión, con leer Nuestro Diario, los nervios se nos alteran”. Los cinco hombres de este municipio con 16.585 habitantes, se quedan discutiendo en el parque, repasan nombres de difuntos, uno tras otro, todos del municipio, pero ninguno ha muerto por la acción de otro ser humano.
Sibinal es un lugar extraño en el quinto país más violento del planeta.
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Las regiones de la violencia
Si se hace un zoom out desde Sibinal, en San Marcos, y si luego se da otro desde Puerto Barrios, en Izabal, el mapa de Guatemala aparecerá casi por completo en la pantalla. Por un lado veremos Honduras, en la frontera oriente, y por el otro México, en la parte occidental. Detrás de estos mapas –muchas veces llenos de datos y cifras como los de la PNC– hay un espacio lleno de analistas, investigadores y estadísticos, radicados casi todos en la ciudad capital. Cada uno atento, tan atento como si fueran depredadores ante la presa, ante los números que pueden descifrar el acertijo. Así el fenómeno de la violencia en Guatemala, no da sólo una respuesta. No hay una explicación única. Hay contrastes, circunstancias, como dicen los académicos, que configuran las regiones de la violencia. Las más violentas y también las pacíficas.
¿Cómo ver las estadísticas?, ¿qué nos dicen de la violencia homicida? Carmen Rosa de León Escribano, directora del Instituto de Enseñanza para el Desarrollo (Iepades), ha dedicado los últimos años a analizar la violencia en Guatemala. De León, para sus estudios, ha tomado el mapa de Guatemala y lo ha partido, casi por la mitad, en dos grandes regiones: “una abarca occidente donde la violencia es mínima, y la otra, se ubica en la zona oriental donde violencia es muy alta”, dice ella, en referencia a la violencia homicida.
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Justamente, Puerto Barrios, el municipio más violento de Guatemala, se encuentra en esta última área. Sibinal, en el otro extremo de la violencia, con un sólo asesinato a lo largo de 10 años, en la otra que menciona de León. “Y al ver esas dos zonas hay un tema para comprender. Toda el área de occidente que colinda con México ha sido, históricamente, un lugar para el contrabando, desde la colonia, desde el siglo pasado, hasta hoy. Y eso significa cierto orden, respeto por las jerarquías y los espacios. Un entendimiento implícito entre los actores. Desde los años 80, el cartel de Sinaloa ha utilizado esta zona para sus operaciones de tráfico de narcóticos. Y, para ello, ha logrado hacer uso de todas las estructuras existentes (contrabandistas, narcotraficantes, sembradores de amapola). Se sabe quién controla cada área, cada punto de la frontera. Un solo cartel ha controlado esta frontera y, sin rivales, hay zonas de San Marcos que tienen tasas de homicidios similares a las de Europa”.
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Sibinal es uno de estos lugares que bien podría encajar en las palabras de la analista. Pero los comunitarios entrevistados han guardado silencio ante el tema del narcotráfico y el contrabando. Si se les pregunta, para ellos, la vida es normal con estos factores, no se ve como un problema demasiado grave, sino que, incluso, algo para explicar la tranquilidad. “Es un lugar difícil de investigar”, explica De León, y confirma las declaraciones del ministro Bonilla dichas durante las fechas en que se retiró la PNC de Sibinal: la amapola está en la región de San Marcos desde el conflicto armado, hace más de 30 años.
En el otro extremo del país, en el oriente, la violencia se ha exacerbado en los últimos años. De León indica que el narcotráfico también es uno de los factores, una parte de la causa: “La lucha es por el territorio y las rutas del narcotráfico. En oriente, cerca de Honduras, la disputa ha sido así desde hace más de un lustro. Los Zetas, el grupo armado que se separó del cartel del Golfo, llegaron a la zona en 2008 y se enfrentaron al narco local. Su violencia es de otro nivel, sanguinario. Con su presencia hubo un reacomodo. Luego, en años recientes, este grupo se replegó, volvió a México, pero dejó –en oriente– un territorio fragmentado: muchos grupos peleando las rutas del narcotráfico”.
Puerto Barrios está en el departamento más nororiental de Guatemala, Izabal: la única salida al Océano Atlántico que tiene el país. Es decir, como señala De León, allí se encuentran los únicos puertos que comunican con Miami, en Estados Unidos, desde Guatemala. “El contrabando es histórico también en este lugar, pero... hoy por hoy hay muchos grupos disputándose el control de toda la zona”.
"Las dos Guatemalas" es una idea del estadístico, Carlos Mendoza, un apasionado de los números, fundador del Central American Business Intelligence (CABI). Uno de los ejes que maneja Mendoza se enfoca en abordar el tema étnico como uno de los factores que pueden ayudar a comprender la violencia o la ausencia de ésta: “En los municipios con mayoría de población indígena (en área rural y más pobre) los niveles de violencia pueden descender hasta un dígito, mientras que en los lugares con mayoría mestiza (menos pobres, más urbanizados y hasta con mayor presencia policial), las tasas pueden llegar a tener hasta tres dígitos”, indica.
“Donde más igualdad hay, es curioso, habrá mayor índices de pobreza y poca violencia. Y eso desmiente que la violencia se deba a la pobreza".
El factor cultural está incluido: Mendoza habla de cómo una colectividad –con costumbres y estructuras– posee la fuerza necesaria para influir a un nivel muy personal. “La aspiración para un joven indígena muchas veces radica en alcanzar cierta responsabilidad o servicio para su comunidad. Desde niños se les educa para ser parte de una estructura con costumbres heredadas, consuetudinarias. Fuera de lo rural, en lo urbano, la aspiración es otra cosa, se impone la búsqueda de estatus, a través de objetos y posesiones, e implica una lucha constante por alcanzar una posición social alta. No importan los medios para hacerlo, ya sean legales o ilegales, incluso el extremo de matar”. (Mendoza se refiere a la violencia homicida, en el caso de la violencia sexual, por ejemplo, las cifras se revierten y la región de occidente gana puntos en el ránking). Ya lo intuyen los pobladores de Sibinal, ya lo asume también el juez de paz, los jefes y comisarios de la PNC, ya lo explica también el enterrador de Puerto Barrios: hay siempre una condición social, de contexto.
Pero si Guatemala son dos, dos cosas completamente distintas en un mismo pedazo del planeta, primordialmente, como dice Aldo Magoga, físico teórico, consultor para organismos internacionales, se debe a la inequidad. “Donde más igualdad hay, es curioso, habrá mayor índices de pobreza y poca violencia. Y eso desmiente que la violencia se deba a la pobreza. Y si nos acercamos a regiones más urbanas, la desigualdad aumenta, y cuando la inequidad crece la violencia será mayor. Pero Guatemala es compleja. Su índice de Gini, que mide inequidades económicas, es 55,9 (el 70 por ciento de la riqueza está concentrado en el 30 por ciento de la población) casi similar al de Chile, pero en Chile no se mata como acá”.
Pero hablar de ricos y pobres en Guatemala es otra cosa. La diferencia se siente, se respira, se intuye en muchas de las conversaciones de la gente, tanto de Puerto Barrios como en Sibinal: los pocos ricos y los muchos pobres. El índice de pobreza general de Sibinal, ese número que mide la calidad de vida, por ejemplo, es del 90 por ciento, y de pobreza extrema: 43,9 por ciento. En Puerto Barrios la pobreza es de 24,3 por ciento y la pobreza extrema: 2,8 por ciento.
Magoga además no parte el mapa de Guatemala sólo en dos regiones, como otros académicos. Para él hay cuatro grandes áreas de estudio, en relación a la violencia homicida: “Uno: mucho robo y mucho homicidio. Dos: pocos delitos y mucho homicidio. Tres: poco de los dos. Cuatro: mucho delito pero pocos homicidios”.
Por supuesto hay más factores que mantienen atentos a los académicos. El tema de las armas también divide el mapa de Guatemala: “A mayor número de armas, más violencia”, dice de León. A mayor número de armas, la letalidad de la violencia recrudece. Y sí, explica, “hay más armas en oriente, en toda la región que se disputa las rutas del narcotráfico”.
La migración también, los analistas consultados están conscientes de ello: la población de un puerto, dependiendo de fechas y horas, es muy difícil de medir: “aumenta y disminuye cada día, y cada día sus estadísticas se modifican. La violencia ocurre en mayor cantidad en los lugares de confluencia y mucho comercio. Aunque la población tenga un número determinado de habitantes, el ir y venir de mucha gente, altera las cifras y el comportamiento de la violencia”, como señala Mendoza.
Puerto Barrios y Sibinal son lugares muy distintos, lejanos entre sí. Los une el hecho de estar inmersos dentro de uno de los países más violentos del planeta. Un estigma. Un indicador. Un número. A pesar de ello, las causas de la violencia homicida en Guatemala son diversas, fluctuantes, dispares. La gente de estas fronteras, día a día, y de modo muy particular, vive cerca o lejos de la muerte. Ellos viven, sobreviven, y la explican como pueden.
*Los siguientes son extractos de un artículo que fue publicado originalmente por Plaza Pública y fue publicado con permiso. Vea el artículo original aquí.