El reciente libro de un antiguo corresponsal de The Economist en México provee abundante información sobre el tráfico de drogas ilegales, y lo hace en un estilo entretenido, pero se queda corto en cuanto al objetivo principal del autor: describir un “plan” para derrotar a los capos de la droga.
Narconomics: How to Run a Drug Cartel [“Narcoeconomía: cómo dirigir un cartel de la droga”] sugiere en su subtítulo la intención de Tom Wainwright. Describir los pormenores de las organizaciones criminales, cuyos miembros usualmente se encuentran pagando penas de prisión o han muerto baleados, no es tarea fácil. Presentar una receta para derrotarlos, como afirma Wainwright al final de su introducción, es apuntar demasiado alto.
Para lograr su objetivo, el autor utiliza su perspectiva de economista para identificar varios fenómenos relacionados con el crimen organizado en el Hemisferio Occidental. Sus temas abarcan un amplio espectro, con observaciones pertinentes sobre la incursión de los narcotraficantes mexicanos en crímenes como el tráfico de migrantes, los esfuerzos de los grupos criminales para hacerse a una mano de obra confiable, y una versión poco convincente sobre la incursión de Los Zetas en un modelo de franquicias.
Wainwright, quien se desempeñó como corresponsal de la revista en México entre 2010 y 2013, invirtió una considerable cantidad de tiempo en este libro, y eso se nota. El autor tiene el don de encontrar gente interesante y narrar anécdotas entretenidas. Desde policías dominicanos borrachos insultando a su mesero, hasta un líder pandillero en una prisión de El Salvador refiriéndose a la famosa tregua de las maras, Wainwright le deja al lector una multitud de imágenes indelebles. El resultado es un libro divertido y fácil de leer, características poco comunes en este género.
Su talento narrativo aligera la lectura cuando Wainwright analiza el listado de investigaciones académicas y gubernamentales que él describe a lo largo de las casi 300 páginas del libro. Aunque la lectura es más difícil en estas secciones llenas de datos, da cuenta de la influencia analítica del libro.
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Aparte del contenido, lo que hace en gran parte que el libro sea agradable de leer se encuentra en el tono amable y profesional que utiliza Wainwright, tono que les resulta familiar a los lectores de su revista. Pero cuando Wainwright confunde su información, su suposición de autoridad no parece merecida y pone en cuestión algunas de sus más profundas conclusiones. Escribe erróneamente que la tasa de homicidios en Michoacán y Veracruz se asemeja a la de los violentos estados del norte. Y sugiere que el Cartel de Juárez fue el responsable del asesinato del hijo de Joaquín “El Chapo” Guzmán y de su hermano, cuando la Organización Beltrán Leyva y una alianza de los carteles del Golfo y Tijuana, respectivamente, son reconocidas como los autores de esos asesinatos.
Otro elemento del libro que en ocasiones resulta frustrante es la insistencia de Wainwright en establecer estándares económicos paralelos para cada aspecto del crimen organizado que le llama su atención. Las analogías a menudo parecen forzadas, por lo que le restan mérito a su habilidosa narrativa y hacen que sus argumentos sean innecesariamente complicados.
El libro incluye, por ejemplo, una exposición sobre los organismos de seguridad como los mediadores de las competencias entre el hampa. La idea es forzada y no logra expandir nuestro conocimiento sobre la manera como la policía afecta o participa en la dinámica criminal. Wainwright presenta una discusión realmente fascinante sobre las circunstancias en las cuales los carteles absorben la legitimidad del Estado, que lamentablemente se ve opacada por una comparación larga y débil sobre la incursión del crimen organizado en las prácticas de responsabilidad social y en el mundo corporativo.
Tal vez estas secciones eran inevitables debido al título y a la tesis básica del libro: que un adecuado y consciente enfoque económico le podría permitir a Occidente ganar la guerra contra las drogas. Pero el libro habría sido más convincente si su autor hubiera reducido la avalancha de símiles económicos.
Los objetivos generales de Wainwright en su libro no son enteramente originales. Muchas personas han empleado una variedad de tácticas autorales en diversos medios con la intención de levantar el velo de las organizaciones narcotraficantes de México y Colombia. Algunos ejemplos de ello son la telenovela El cartel de los Sapos, el libro Sex, Drugs, and Body Counts [“Sexo, drogas y cadáveres”], el artículo del New York Times "How a Mexican Drug Cartel Makes Its Billions: Cocaine Incorporated",” [“Cómo los carteles mexicanos ganan miles de millones: Cocaína S.A.”] y el estudio de la Corporación RAND, "Reducing Drug Trafficking Revenues and Violence in Mexico" [“La reducción de las ganancias del narcotráfico y la violencia en México”]. Para no hablar de los trabajos de Alejandro Hope y Eduardo Guerrero Gutiérrez, por sólo mencionar algunos.
En su conjunto, estas y otras obras de arte y análisis nos dan una idea de cómo los grandes grupos criminales organizan sus actividades. Pero, en última instancia, nos ofrecen sólo un vistazo, que refleja la dificultad fundamental de la tarea. Analizar los grupos de hombres y mujeres criminales que trafican y tienen buenas razones para permanecer en las sombras es algo difícil.
¿Logra Narconomics lo que estas otras obras no han logrado? Lamentablemente, y aunque no es de extrañar, la respuesta es no. Pero criticar el libro sin tener en cuenta sus otros logros puede parecer descortés. La obra de Wainwright tiene abundantes virtudes y es un digno complemento para los anales de la literatura sobre el crimen organizado.