Uno supone que, con “A Brief History of Seven Killings” [“Una breve historia de siete asesinatos”], Marlon James no se propuso escribir una narración definitiva sobre la cotidianidad de las pandillas en el Caribe, pero sin duda logra algo cercano a ello. Y en términos de realizar un estudio del crimen organizado en Jamaica, la novela es todo un éxito.
“Seven Killings” aborda una gran cantidad de temas, proporcionando una narración hiperespecífica sobre las causas de la inseguridad en Jamaica durante los últimos 40 años, y ofrece una mirada al papel del gobierno de Estados Unidos en la construcción de los imperios de la cocaína en Latinoamérica durante los años setenta y ochenta. Galardonada recientemente con el Man Booker Prize como la mejor novela escrita en inglés en el año 2015, la narración se construye alrededor de eventos que toman lugar en cinco días, dispersos entre 1976 y 1991. Las voces de más de doce narradores se intercalan para narrar las actividades de más de 60 personajes a lo largo de más de 700 páginas, alternando entre Nueva York, Miami, Kingston y Montego Bay.
La novela inicia describiendo un ataque a la leyenda del reggae Bob Marley, días antes de un concierto por la paz en Kingston, en el que él sería la figura principal. La extensa historia está atravesada por la presencia de Marley, quien para algunos representa la conciencia de la nación, en tanto una amenaza radical a la cultura y la política jamaicanas. Sin embargo la historia no gira en torno a Marley, sino a las acciones de varios jefes del hampa que son finamente novelados: Josey Wales, quien se desempeña como suplente de Lester “Jim Brown” Coke; Papa-Lo, quien representa a Claudius Massop; y Shotta Sheriff, la versión novelada de Aston “Bucky Marshall” Thompson.
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La narración de James es más incisiva en su descripción de las diferentes formas en que estas bandas criminales interactúan con la sociedad jamaicana. El libro narra cómo sus protagonistas criminales explotaron su legitimidad social para convertirse en aliados de los jefes políticos locales, para más tarde entregarse a los narcotraficantes internacionales asociados con el Cartel de Medellín. Esta conversión habría sido imposible sin la ayuda de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), que buscó cultivar las pandillas jamaicanas para ejercer influencia política local, en medio de las constantes preocupaciones de que Jamaica se inclinara hacia la Cuba de Castro.
Aunque es una novela, “Seven Killings” toma muchos elementos de la realidad. Los momentos claves de la trama —el atentado contra Marley, una fallida tregua entre pandillas rivales, el asesinato de un importante jefe de la policía de Jamaica, el surgimiento de las pandillas de Kingston como actores en el comercio de cocaína destinada a Nueva York y Miami— están basados en hechos documentados. El grado en el que el gobierno de Estados Unidos es responsable de sembrar el caos en las naciones vecinas es una cuestión de permanente discusión, y la versión de James culpa aún más al lado estadounidense de lo que otros se atreverían a hacerlo.
Pero el testimonio de los veteranos de la época sustenta en gran medida la narración de James. El exagente de la CIA Philip Agee ha reconocido el papel del organismo en el apoyo y el ofrecimiento de armas al Partido Laborista de Jamaica (JLP por sus iniciales en inglés) durante este período. En esencia, ello implicó proveer armas a la padilla dirigida por Coke y Massop, que conformaron las tropas de choque del partido. Muchos exdirigentes de Shower Posse, la pandilla afiliada al JLP fundada por Coke, han declarado que recibieron armas y refuerzos de la CIA, e incluso uno llegó a afirmar: “Estados Unidos me hizo lo que soy.”
Si bien la narración es inseparable de la historia particular de Jamaica, también refleja las realidades evidentes en los retos de seguridad en toda Latinoamérica. Las descripciones de James sobre la ineficacia de la policía local —que esencialmente funciona como un actor criminal más, sin ninguna legitimidad más que cualquiera de las pandillas— podrían referirse también a la mitad de las ciudades mexicanas. El colapso de una frágil tregua entre pandillas es una historia común en toda Latinoamérica. La manera como la CIA se aprovechó de los miedos generados por la Guerra Fría para permitir el surgimiento de actores criminales que ella misma no podía controlar también ha sido evidente a lo largo de la región.
Quizá donde la narración de James brilla más es en la descripción de la dinámica del poder al interior de un grupo criminal, y la manera como sus miembros tienden a empoderar a los actores más sanguinarios y ambiciosos.
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La narración de James termina en los años noventa, pero la corrupción en las instituciones y los violentos modus operandi de las pandillas locales persisten hoy día. El más palmario ejemplo reciente ocurrió en 2010, con el desastroso arresto y la posterior extradición de Christopher “Dudus” Coke, el hijo y heredero criminal de Lester Coke. La persecución de Coke terminó con una redada a su barrio Tivoli Gardens —que en la novela se llama Copenhague City—, en la que murieron más de 70 personas. Al parecer, los aliados de Coke en el gobierno hicieron grandes esfuerzos para impedir su extradición, como contratar a una firma de abogados de Los Ángeles para que presionara al gobierno de Estados Unidos. Los presuntos vínculos de JLP con actores criminales continúan pesando en la política del país.
En muchos sentidos, “Seven Killings” es un libro difícil de leer. La estructura, con narradores que se alternan y saltos en la cronología, puede frustrar a algunos lectores. La narración no busca ningún resultado satisfactorio, y los personajes, aunque entretenidos y ricos en matices, son en gran parte desagradables. El patois jamaiquino, lenguaje en que la mayor parte del libro está escrito, genera confusión al principio, aunque cuando los lectores no jamaiquinos se conectan con el ritmo, éste cobra vida. Quizá James le da demasiada rienda suelta a su talento para el monólogo interior y las secuencias oníricas.
Aparte del estilo y la estructura, el contenido también plantea retos. Siempre parece haber una amenaza de que habrá fuertes daños físicos, y las secuencias violentas jalonan la narrativa con frecuencia. Las imágenes y las conclusiones que quedan en la impresión del lector una vez termina el libro no son las más felices.
A pesar de todo, “Seven Killings” es una estimulante lectura, así como una mirada reflexiva a las raíces y consecuencias de la inseguridad. Este es un logro inusual y significativo.