El nuevo libro de un estratega australiano explora las confluencias entre las actividades criminales y las estrategias políticas, en un amplio estudio que abarca desde Los Zetas y el Cartel de Sinaloa en México hasta la Cosa Nostra en Sicilia y los diversos actores ilegales en Malí.
Hidden Power: The Strategic Logic of Organized Crime [“Poder oculto: la lógica estratégica del crimen organizado”] de James Cockayne inicia con una narración, memorable e ilustrativa, sobre un personaje ficcional ruso que es a la vez funcionario, empresario prominente y una figura destacada en el crimen organizado.
Basada en el testimonio de un exdirector de la Agencia Central de Inteligencia (CIA por sus iniciales en inglés) ante el Congreso de Estados Unidos, dicha historia puede ser un ejemplo exagerado de la confluencia de los contextos legales e ilegales, pero lo que connota la narración —que la distinción entre sociedad legítima y crimen organizado es falsa— refleja una vieja realidad en muchas partes del mundo. La otra connotación de esta historia —que los grupos del crimen organizado emplean una amplia variedad de estrategias de tipo político— es el eje central de la obra.
A lo largo de las más de 300 páginas, Cockayne explora varios episodios que ilustran cómo diversos grupos criminales hacen uso de múltiples estrategias en distintos momentos históricos. Para ello, Cockayne narra entretenidas historias, como la de la asociación entre el crimen organizado y Tammany Hall (la máquina política de la ciudad de Nueva York en el siglo XIX); los orígenes de la Cosa Nostra en Nueva York a finales del siglo XIX y principios del XX; la colaboración de la armada estadounidense con la mafia de Nueva York durante la Segunda Guerra Mundial; el papel de la mafia italiana tras la invasión aliada a Sicilia en 1943, y la invasión de la mafia a Cuba y su posterior expulsión a mediados del siglo XX.
Cockayne cierra su obra con una rápida revisión de dos casos contemporáneos del crimen organizado con objetivos políticos: los narcotraficantes mexicanos y los grupos criminales e insurgentes de Malí (una escala clave para la cocaína en su ruta hacia Europa), que contribuyeron a la caída del gobierno en 2013.
La tesis central de Poder oculto es que los grupos criminales, desde la mafia italiana del siglo XIX hasta los narcotraficantes de Malí y México en la actualidad, suelen participar en lo que Cockayne llama el “mercado del gobierno”, expresión que utiliza para sugerir que dichas organizaciones buscan estratégicamente vincular los gobiernos a sus intereses. Presenta seis modelos de cómo tratan de apropiarse funciones del gobierno, a saber: intermediación, por medio de la cual los grupos criminales buscan corromper ciertas esferas del gobierno según sus necesidades; autonomía criminal, mediante la cual los grupos crean espacios para ejercer sobre ellos un control absoluto; fusiones de facto con los organismos gubernamentales; alianzas estratégicas, que les permiten a las organizaciones criminales aliarse con el gobierno en contra de un enemigo común; el terrorismo, y la llamada estrategia del "océano azul", o de reubicación estratégica.
El libro presenta ejemplos de cada una de estas estrategias. Según Cockayne, Los Zetas en el noreste de México representan un intento de crear autonomía criminal. El traslado de la mafia de La Habana a las Bahamas después de la Revolución Cubana es un ejemplo de la estrategia de océano azul. Y cuando apoyó la invasión aliada a Sicilia, que buscaba expulsar a los fascistas de la isla, la mafia hizo uso de la táctica de alianza estratégica.
Estas estrictas clasificaciones pueden parecer un poco forzadas por momentos, pero la información más importante en relación con estos modelos es la observación de que los grupos criminales pueden ser altamente sofisticados en su búsqueda por llevar a cabo su agenda política. Por eso no es extraño que empleen una amplia gama de tácticas con el fin de alcanzar sus objetivos estratégicos. Así como una empresa, los grupos criminales suelen adelantar constantemente campañas de relaciones públicas, lo cual es curioso, dado que sus actividades requieren precisamente cierto grado de discreción. Cockayne compara sus estrategias políticas con las precauciones que toma una empresa al hacer inversiones; asimismo, su intento de ganar control sobre el gobierno no dista mucho del cabildeo legítimo. Y al igual que una empresa, los grupos criminales tratan de no usurpar el gobierno, solo pretenden obtener los privilegios de controlar las decisiones del gobierno en torno a asuntos que son de importancia estratégica para ellos, pero sin las obligaciones de tener que asumir todas las funciones estatales.
Su investigación le permite a Cockayne hacer una aguda observación sobre las respuestas del Estado ante los grupos criminales que tienen intenciones políticas: gran parte de la lucha es una batalla por la legitimidad social, pero el gobierno se enfoca la mayor parte del tiempo en hacer interceptaciones y conducir actividades policivas, que tienen un impacto marginal en el asunto de la legitimidad. Finalmente, el autor dedica unas pocas páginas a proponer algunas recomendaciones para las políticas estatales, pero éstas carecen del nivel de detalle que sí incluye, por ejemplo, al analizar el impacto de las regulaciones de Castro al gremio de los juegos de azar en Cuba. Sin embargo, estas recomendaciones —como mejorar los mecanismos contra la corrupción en los organismos de seguridad, desarrollar mejores estrategias para medir el riesgo que plantean las organizaciones criminales, y poner mayor énfasis en las comunicaciones estratégicas del gobierno— son en general muy agudas, aunque lamentablemente están poco orientadas a América Latina.
Las detalladas descripciones de Cockayne sobre las diversas estrategias políticas usadas por los grupos criminales sirven como un puente entre, por un lado, los teóricos que utilizarían una estrategia contrainsurgente en México y otros países violentos, y, por otro lado, los analistas que sostienen que la violencia criminal es un reto fundamentalmente diferente al que plantean los grupos guerrilleros.
Si bien las secciones históricas de Poder oculto son bastante legibles, el libro se hace un poco pesado cuando Cockayne se enfoca en los modelos estratégicos. Su obra hace uso de una admirable cantidad de investigaciones provenientes de fuentes demasiado eclécticas, pero por momentos su escritura pasa a ser una relación de estudios anteriores, sin mayores indicaciones sobre lo que tienen que ver con el mundo actual. Del mismo modo, al elaborar sus tesis, la escritura de Cockayne es a veces muy recargada, con una sintaxis innecesariamente compleja que oscurece el sentido de sus observaciones.
También se podría decir que, dado que se concentra en analizar las motivaciones políticas de los grupos criminales, Cockayne pasa por alto sus intenciones de lucro. Al parecer esto no es un accidente, sino más bien una decisión deliberada; el autor incluye una vívida descripción del mafioso siciliano Francisco Marino Mannoia, para mostrar que el atractivo de su vida no es el dinero que logró acumular, sino el respeto que se había ganado. Aunque se suele pasar pasa por alto el atractivo intrínseco de un estilo de vida por fuera de la ley, la razón de ser de los grupos del crimen organizado siguen siendo sobre todo las conquistas materiales.
Pero independientemente de sus puntos débiles, Poder oculto es una obra reflexiva y bien documentada, llena de ideas útiles. Es detallada y original, a la vez que aborda un tema que muy a menudo abunda en alarmismos.