A principios de los años noventa, los carteles de México comenzaron a reclutar asesinos para que conformaran brazos armados. Desde entonces, ha aumentado la violencia contra los civiles que no están vinculados con el crimen organizado, en tanto estos grupos recurren a la explotación de la población como una fuente de ingresos.
En enero de 2010, 17 jóvenes fueron asesinados en una fiesta en Villas de Salvárcar, en el estado de Chihuahua. Pronto se identificaron los autores. Pertenecían a una banda criminal conocida como "La línea", vinculada al Cartel de Juárez.
El entonces presidente Felipe Calderón no tardó en declarar las muertes como resultado de "un enfrentamiento entre bandas". Un caso más, según la versión del gobierno, de que "se están matando entre ellos".
Pero pronto se supo que detrás del crimen había órdenes dadas a La Línea para acabar con los miembros de la banda conocida como "Artistas Asesinos", que cooperaba con sus rivales del Cartel de Sinaloa.
Este artículo fue publicado originalmente por El Daily Post y es reproducido con permiso. Es la segunda entrega de un proyecto de periodismo denominado NarcoData, desarrollado por Animal Político y Poderopedia, que pretende explicar la evolución y el crecimiento del crimen organizado en México. Vea el artículo original aquí.
La investigación demostró claramente, sin embargo, que los jóvenes asesinados no tenían ningún vínculo con el crimen organizado. Incluso Calderón se vio finalmente obligado a ofrecer una disculpa a las familias de las víctimas.
La realidad es que el mortal ataque fue uno de los casos, cada vez más frecuentes, en los que una organización criminal hirió o mató a un grupo de personas que no tenían nada que ver con las disputas entre los carteles.
Los ataques contra ciudadanos comunes se han vuelto más frecuentes desde los años noventa, cuando los carteles comenzaron a reclutar asesinos para formar células armadas con el fin de atacar a grupos rivales o a otros ciudadanos en caso de que lo consideren necesario.
Estas células armadas han sido las responsables de asesinatos colectivos como el de Salvárcar.
En 2008, por ejemplo, se encontraron 24 cuerpos en La Marquesa, estado de México. Los investigadores pudieron establecer que ninguna de las víctimas tenía nexos con el mundo criminal.
En el caso de La Marquesa, los asesinos resultaron ser miembros de La Mano con Ojos, una célula de la Organización Beltrán Leyva (OBL) encargada de eliminar las operaciones del grupo rival La Familia Michoacana en el estado de México.
Otro caso similar, en julio de 2010, tuvo lugar en la importante ciudad de Torreón, Coahuila, donde 17 personas fueron asesinadas en una fiesta de cumpleaños por los miembros de la milicia armada Gente Nueva, que trabajaba para el Cartel de Sinaloa.
Los Zetas fueron los primeros
Los mismos carteles que reclutaron bandas de asesinos se encargaron de equiparlos con armas de alto poder, convirtiéndolos en la primera línea de ataque de los carteles contra organizaciones rivales o las fuerzas del gobierno.
El primer brazo armado que trabajó para una organización criminal fueron Los Zetas. En 1998, Osiel Cárdenas Guillén, líder del Cartel del Golfo, comenzó a reclutar exmilitares. Esta estrategia resultó ser un factor clave en el aumento de poder del Cartel del Golfo.
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Los Zetas se encargaron de detener el avance del Cartel de Sinaloa y el Cartel de Juárez en Tamaulipas, pues ambos carteles buscaban apoderarse del territorio en la frontera con Texas.
Los carteles de Juárez y Sinaloa, sin embargo, respondieron formando sus propias milicias armadas —La Línea y Los Pelones, respectivamente—.
Al final de la administración de Vicente Fox (2000-2006), esas eran las únicas células armadas que existían, o al menos las únicas sobre las que existía información.
Al final de la administración de Calderón, seis años más tarde, el número creció de 3 a 59.
Ese enorme aumento en el número de células armadas condujo inevitablemente a un incremento en la tasa de agresiones contra los ciudadanos del común. La sociedad en general se convirtió en una fuente de ingresos y en víctima de ataques diarios.
"Lo que está sucediendo es que esos grupos fueron creados con la ventaja de cierta infraestructura criminal —armas, vehículos, refugios y sicarios que podían funcionar con autonomía—", dice Raúl Benítez Manaut, especialista en temas de seguridad en el Centro de Investigaciones sobre América del Norte y en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Y el mejor negocio además del tráfico de drogas es presionar a la población.
Hay varias maneras de hacer esto último. Los Zetas, por ejemplo, actuando inicialmente como el brazo armado del Cartel del Golfo, pronto abrieron nuevas líneas de negocio, como ventas al menudeo de drogas y de productos pirateados. Luego, aprovechando su poder de intimidación armada, incursionaron en el robo de petróleo de oleoductos, el tráfico de migrantes, el secuestro y la extorsión.
"Después de que Los Zetas comenzaron a operar con libertad y a volverse más grandes y poderosos, otras organizaciones criminales vieron que lo que estaban haciendo era rentable", señala Guillermo Valdés, exdirector del Centro de Investigación y Seguridad Nacional de México (Cisen).
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Antes del año 2000, las actividades del crimen organizado incluían principalmente el tráfico de drogas ilícitas y se orientaban hacia el mercado exterior. Pero después de que los carteles comenzaron a reclutar asesinos para formar milicias armadas, surgió un próspero negocio basado en diversas formas de agresión contra la sociedad en general y la explotación ilegal de las economías locales.
Cómo ocurrió esta evolución, sus causas y consecuencias, es algo que se estudiará en la siguiente publicación de NarcoData.
* Este artículo fue publicado originalmente por El Daily Post y es reproducido con permiso. Es la segunda entrega de un proyecto de periodismo denominado NarcoData, desarrollado por Animal Político y Poderopedia, que pretende explicar la evolución y el crecimiento del crimen organizado en México. Vea el artículo original aquí.