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La esclava del barrio: cómo un MS13 controla su pareja desde la celda

EL SALVADOR / 28 ABR 2022 POR CARLOS GARCÍA ES

Las parejas de los pandilleros son las víctimas más desamparadas de las pandillas. Ellas dejan de pertenecerse para supeditarse a los caprichos de sus parejas y convertirse en instrumentos del machismo.  

*Este artículo es parte de una serie sobre las vidas de las mujeres afectadas por la pandilla MS13, además de ser parte del nuevo enfoque de InSight Crime en Género y Crimen. El nombre de Lourdes ha sido cambiado para proteger su identidad.

Lourdes Ambriz no se llama Lourdes Ambriz, ni su vida parece ser suya. Una parte de ella está bajo el poder supervisor de su marido, un líder de medio pelo de la temida pandilla Mara Salvatrucha (MS13) que ejerce su poder desde intramuros. Con él ha procreado dos de sus tres hijos y desde que se casaron jamás han amanecido en la misma cama; ella se despierta en su habitación y él en algún rincón de su celda. 

Lourdes, por años, les ha mentido a sus hijos: les dice que su padre está en Estados Unidos y que desde allí envía dinero fruto del trabajo. No tiene el coraje de revelarles que su papá tiene una condena de 75 años en un penal de El Salvador por asesinato, y que todo ese dinero que los mantiene viene manchado de sangre y extorsión. Tampoco les ha confesado que ella es parte del tejido social y criminal que la MS13 construye e impone a las parejas sentimentales de los homeboys, y quizá tampoco nunca les diga que por órdenes de su papá ha tenido que trasegar drogas y armas. 

Y aunque Lourdes está en libertad no es libre, vive sometida al antojo y voluntad de su marido sin poder hacer nada. Y aún así, lo ama. 

VEA TAMBIÉN: Perfil de la MS13

Una atípica historia de amor  

Todo comenzó por accidente. Una amiga suya se había cansado del jueguito amoroso que tenía con un marero preso en San Francisco de Gotera, una cárcel en el departamento de Morazán, en El Salvador. Hablarse y escribirse por celular dejó de interesarle y le pidió a Lourdes si podía suplantarla y entretener al hombre tras el teléfono mientras ella se iba con otro. Lourdes aceptó y lo que comenzó como un favor evolucionó a largas llamadas y sentimientos encontrados.  

El marero pronto se percató que se trataba de una suplantadora, pero le resultó mucho más atrapante y le pidió que lo visitará al penal. Él pagaría todo el viaje. En el fondo Lourdes siempre había tenido interés por un pandillero, le corroía la inquietud saber qué sentían, qué pensaban, su devenir y demás. 

“Tenía ganas de tener de comunicación con alguien así, de uno de la Mara”, dice desde la sala de su casa. 

–¿Por qué? 

“No sé, me llamó tanto la atención eso… quería experimentar”. 

El experimento llegó hasta el área de visitas de la cárcel de Gotera. Ahí donde las habitaciones se improvisan con cobijas que funcionan como muros, y donde la privacidad es poca, fue donde por primera vez cruzaron mirada. A partir de ahí, el control quedó en manos de él y desde entonces cada domingo ella comenzó a acudir religiosamente al penal. 

Con el tiempo aquella relación mutó a un noviazgo y las visitas pasaron a ser conyugales. Las cosas parecían ir bien y la ventaja de ser pareja de un homeboy se hicieron evidentes. Sentirse segura y respetada por el temor que infunde ser una mujer de la pandilla se gana por extensión. En el momento en que “alguien realmente molesta a una” es cuando se pide la intervención de la MS13 para poner orden, algo que Lourdes ha hecho valer. 

Ella se siente protegida, dice, “porque sé que en cualquier cosa… como él una vez me dijo, ‘si usted es pleitista yo no respondo, pero si a usted la buscan sí’”, cuenta Lourdes 

“Meter el pecho” es como Lourdes llama a esta custodia que la pandilla les brinda a las mujeres de los homeboys. Lo llamativo es saber cómo sucede cuando la pareja es un presidiario.  

– ¿Y cómo mete el pecho [tu pareja] desde la cárcel?

“A los [pandilleros] que andan afuera les dicen: ‘Mira, lo que pasa es que a mi mujer fulano de tal le pegó, le hizo esto’. Y se le pregunta [a la pareja si sabe] la dirección, cómo es, o si es posible de tomarle una foto para identificarlo. Y a esa persona [quien agredió a la pareja] ya se la llevan”. 

– ¿Y alguna vez ha metido el pecho por ti? 

“Sí”. 

Un controlador 

Sacar ventaja por su condición es algo esperado, pero para eso se requiere soportar caprichos y arrebatos, cosas que Lourdes ha hecho desde entonces. Su relación la llevó a casarse con un preso y concebir dos hijos con un hombre que quizá nunca vaya a criarlos. Sin embargo, él le retribuye un gasto quincenal de US$150, dinero obtenido de extorsiones,  que él maneja desde la cárcel con sus homies. Es un arma de doble filo porque por esa cuota él siente la autoridad de controlarla. 

– ¿Cómo te llega el dinero? 

La cuota él se la envía con un tercero, asegura. “Solo me hablan y me dicen: ‘aquí estoy en la terminal’. Ahí [a la terminal] llega una mujer que va a visitarlos a ellos, y me avisa cuando llega por la pasarela y ahí llega uno, me dan el dinero y se dan la vuelta porque no pueden estar platicando mucho”, me contó Lourdes. 

La MS13 se concibe así misma como una organización que ejerce control gracias a su supuesto carácter protector y proveedor. De eso se percató Lourdes cuando con el paso del tiempo su esposo le prohibió trabajar y visitar algunos puntos de la ciudad. Hoy no frecuenta a ciertos familiares porque viven en territorio controlado por la pandilla contraria y eso lo prohíbe la MS13.  

Solo toca obedecer, no hay opción. 

La desconfianza de los pandilleros es desmedida y más cuando están presos. Desde el encierro y con la mente desocupada, sospechan de todo lo que sucede allá afuera. Es cuando las inseguridades brotan y brotan hasta convertirse en un torrente de celos enfermizos que los ciegan.  

“Son celosos. No les gusta saber que tienes relación con otro hombre o tan siquiera que le diga uno: ‘Fíjate que me habló aquel’. [Ellos les recriminan preguntando], ‘¿¡Pues que para qué!? ¿¡Qué necesita hablar con vos!?’ Nos controlan”, dice tajantemente Lourdes .

Los teléfonos celulares son esenciales para ejercer el control. En el caso de Lourdes, si no devolvía un mensaje de texto o una llamada, era acusada de infidelidad. Eso atormentaba a su marido y él la amenazaba.

La herramienta para gobernarlas es el celular. Viven pegadas a él y se convierten en esclavas al servicio de lo que ellos dispongan en el momento que le plazca. Cuando no están atentas al teléfono la estampida de inseguridades se desata al grado de poder convertirse en amenazas. Los homies no piensan otra cosa que no sea una infidelidad y eso los atormenta, les quebranta la virilidad.  

“Él tan sólo una vez me dijo: ‘El día que dejemos de comunicarnos y yo me llegue a dar cuenta que andas con otro, a él mismo le voy a decir, que me de ese gusto de mandarte a matar. Con la mente de nosotros no se juega’”. Lourdes quedo muda al escuchar estas palabras.   

En una ocasión osó confrontarlo al decirle que ella podía hacer con su vida lo que quisiera. 

“¡No!”, le gritó. “Ese es un error, eso no es así, la mayoría que piensan así mueren, porque la vida ya no es de ustedes, o sea no se mandan ustedes solas. Todo movimiento tiene que decirlo a uno. Si yo te digo, mirá, vas a ir a tal parte.. ¡Tienes que ir!”, le reprochó su marido. 

VEA TAMBIÉN: Las 'viudas negras' de El Salvador: las mujeres asumen nuevos roles en la MS13

Una cómplice 

Lourdes ha pagado con dolor y maltratos los enojos de su marido. Sus impulsos lo han llevado a obligar a su mujer ver cosas que ella nunca imaginó que ocurrían dentro de la cárcel, todo esto para amenazarla.  

“Una vez él me hizo algo que yo quizá jamás había experimentado. Estábamos así platicando y de repente se levantó y me pegó. Me desangró todo esto [se toca la cara] y entonces él me agarraba y me decía: ‘Vea, vea lo que hacemos, aquí no tiene que venir a darnos órdenes. Aquí nosotros hacemos lo que nosotros queremos’”, dice apenada para después sumar: “Los custodios solo se quedan viendo, no se meten”.  

Además de la violencia que viven las esposas, novias y amantes de los pandilleros, también son obligadas a cometer delitos en beneficio de sus parejas. Dado que pueden operar bajo el radar, estas mujeres son utilizadas para transferir armas, drogas o dinero.

Los mareros ven en ellas una extensión de la MS13 que puede pasar desapercibida. Son utilizadas principalmente para trasegar armas, drogas o dinero. Los homeboys prefieren que ellas lo hagan y así evitar poner en riesgo a algún compañero que esté siendo perseguido por la policía o que corra el riesgo de pasar por ciertos lugares que no pueden transitar. Y Lourdes ha tenido que involucrarse en estas actividades clandestinas por temor a despertar la ira de su marido. 

Ha recogido dinero de extorsión en paradas de autobuses para después ingresarlo al penal. Ha sido obligada a trasegar armas teniendo que envolver pistolas como regalos y llevarlas en autobuses para entregarlas a otras personas. Las inspecciones esporádicas de la policía en los buses la ponían no solo nerviosa sino expuesta a ser encarcelada, pero a su esposo no lo importaba, él la tranquilizaba con una burda simpleza desde el celular ordenándole esconderlas bajo el asiento.  

“A mi me daba miedo que me llegaran a decir: ‘enseñe qué lleva ahí’. Pero él me decía: ‘Siempre que se suba un policía o un sospechoso [colócala] debajo del asiento si es posible, tire y no le va pasar nada’. Yo hacia lo que él me decía”, recuerda ella.   

Palabras más, palabras menos, eso también le decía cuando le pedía ingresar drogas y armas al penal dentro de su vagina.  

“Yo solo pasé dos onzas de marihuana. Bueno ya había pasado… quiero ver… pasé una arma y marihuana. Bueno, yo vaginal; yo anal no. Lo pasé y solo me revisaron y ya cuando llegué donde él, fui al baño y se lo di”.  

La 9 milímetros desarmada que ingresó “venía bien preparada” con dinero y plastilina enrollada para no ser percibida por el detector de metal.  

Pero mientras transcurre la plática recuerda que también ha metido ilegalmente teléfonos, chips y hasta levadura para que preparen bebidas fermentadas. Por hacer estos mandados, Lourdes acabó en cárcel en una ocasión al intentar ingresar dos onzas de cocaína y aún así, ella quiere seguir con él. 

Una codependencia  

Ser pareja de un pandillero es muchas veces ser madre del hijo de un pandillero. Y educarlos es una tarea compleja que cada una sabe sortearla.  

¿Cómo tienes pensado crear una familia con un padre en la cárcel? 

“Bueno, mis hijos no saben que él está preso. Porque ni una vez los he llevado y yo se lo he dicho a él. Ni uno de mis hijos va a llegar a un penal a visitar, ni a nada. Porque yo siento que eso no es bueno para un niño, porque ahí se ven cosas que un niño no tendría que ver”. 

¿Como qué? 

“Bueno, en Gotera, en horas de visita habían… la mayoría como llegaban las mujeres tenían relaciones ahí íntimas en visita, entonces llevar a un niño y que vea que hacen eso no es correcto. Porque ellos ya salen o llegan con la mente y ahí en las escuelas van a decir: ‘Ah yo fui en tal parte, fui a ver a mi papá y ahí donde mi papá estaban haciendo eso’”. 

¿Qué le has dicho a tus hijos?¿Saben quién es el padre? 

“¡Como no! Saben pero lo que yo les he dicho que está en Estados Unidos y que cuando él me manda dinero de allá lo manda”. 

¿Y cómo justificas cuando vas cada domingo o cada mes a verlo a la cárcel? 

“¡Ah! Les digo que voy a ir a una excursión”, se rie Lourdes 

¿Hasta cuándo crees que pueda aguantar esta mentira? 

“Yo sé que no tanto”. 

¿Y a pesar de eso te gusta tener una relación con un pandillero? 

“Sí”. 

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