En medio de los arrestos indiscriminados contra las pandillas en El Salvador, se están cortando los ya frágiles lazos que unen a las familias más desfavorecidas. Padres e hijos desaparecen en prisiones hacinadas. Madres solteras arrastradas en las redadas policiales abandonan a sus hijos a su suerte.

Expandilleros que han dado el difícil paso de dejar el Barrio 18 y la MS13, y adolescentes al margen de la vida de las pandillas, también se están viendo privados de la libertad. Desde la implementación de las facultades de emergencia a finales de marzo, más de 40.000 personas han sido retenidas, según funcionarios de seguridad del gobierno.

Norbert Ross es un antropólogo que dirige un centro cultural —parte de una organización sin ánimo de lucro llamada ¡Actuemos!— en un barrio de la periferia de San Salvador. Ross ha mantenido las puertas abiertas, pero solo una fracción de los menores a los que antes atendía llegan en medio de lo que describe como un “estado de terror constante”.

“Algunos de ellos no volvieron porque la policía se los llevó. Otros porque la familia se los llevó. Y algunos simplemente temen dejar la casa, y ¿quién puede culparlos?», le dijo a InSight Crime.

En un editorial reciente para el medio periodístico El Faro, Ross escribió sobre un chico de 16 años que estuvo yendo y viniendo al centro de manera intermitente en los últimos cuatro años. Ese adolescente ahora será juzgado como si fuera un adulto después de ser detenido. Enfrenta una sentencia de hasta 30 años de prisión en el marco de las nuevas leyes antipandillas implantadas en el país, observó Ross.

Ross habló largo y tendido con InSight Crime sobre los efectos de las medidas de fuerza en las comunidades marginadas y los jóvenes en riesgo.

InSight Crime (IC): ¿Cuáles han sido las reacciones de las familias frente a los arrestos?

Norbert Ross (NR): Varios niños quedaron básicamente huérfanos porque la policía se llevó a su papá y a su mamá sin importarles nada. El caso más extremo que tenemos es el de una madre a quien se le llevaron sus dos hijos, y luego se llevaron a su esposo. Acaba de suicidarse hace unos diez días, porque estaba totamente desesperada. Ahora hay hogares con madres cabeza de hogar de facto, porque [el compañero] está en prisión.

IC: ¿Tiene idea de las condiciones en las prisiones?

NR: No podemos entrar allí. Ese es el problema que tenemos. Tengo un par de abogados que están intentando ver a estos menores como (el chico) sobre el que escribí. Desafortunadamente, no hay manera de conseguirle un abogado. Después de dos semanas, no nos han dicho nada.

IC: Mencionó arrestos de expandilleros que habían dejado las pandillas. ¿Cómo cree que eso afectará sus vidas?

NR: Sé de por lo menos de tres personas en un barrio central [de San Salvador], que habían dejado la MS13 en los últimos dos o tres años. Hicieron un esfuerzo increíble para lograrlo. Enfrentaron dificultades económicas, pero hicieron un enorme esfuerzo. Ahora, a estas personas simplemente se los llevan como si fueran pandilleros. Eso básicamente te muestra que no hay salida.

IC: ¿Cuáles son las afectaciones visibles de los arrestos indiscriminados en las comunidades marginadas?

NR: En primer lugar, está el terror constante. La gente no quiere ir al mercado a comprar comida, porque no saben si regresarán. Lo piensan dos veces antes de ir a trabajar, porque no saben si volverán. Ahora mismo, ni siquiera es claro qué es ser pandillero. No es como si se portara un carné de afiliación. Entonces, la gente puede colaborar con la pandilla, algo difícil de evitar en sectores en los que ha habido ausencia del Estado en los últimos 20 años.

IC: Alrededor de 5.000 mujeres han sido detenidas. ¿Qué implicaciones tiene eso para las familias?

NR: Hay una tasa increíblemente alta de hogares monoparentales con madres cabeza de hogar. Eso significa que tienen hijos… que quedan a cargo de alguien más que a duras penas subsiste. Y está el costo psicológico para estos niños. ¿Cuánto querrán al gobierno cuando su madre está en prisión por nada o quizá por estar ayudando [a la pandilla] con ciertas cosas? Específicamente, a las mujeres no se les permite ingresar a las pandillas. ¿Colaboran? Por supuesto que lo hacen. ¿Se ven obligadas a hacerlo? Por supuesto. En ocasiones, se ven forzadas a hacerlo por razones económicas y en ocasiones, porque su hijo o su sobrino está en la pandilla. Todo eso es cierto. Pero en este contexto, no se puede permanecer totalmente ajeno a ellas. La pandilla hace parte de la comunidad. Brindan control social. Brindan seguridad. Esta es simplemente una realidad que no puede olvidarse.

IC: ¿Teme por el joven sobre el que escribió? ¿Qué será de su vida ahora?

NR: Ahora tiene 16 años. Si lo juzgan como adulto por cargos de terrorismo, (podría) pasar 30 años en prisión con pandilleros. De modo que la única vía para sobrevivir, conseguir alimento, los servicios que necesita, es afiliarse a la pandilla. Si sobrevive la prisión, no cabe duda de que saldrá siendo pandillero.

IC: ¿Encerrar en prisión a todos estos jóvenes serviría, paradójicamente, como incentivo para el reclutamiento en la pandilla?

NR: No sobrevivirán sin convertirse en pandilleros. Pienso en todos esos chicos cuyas madres fueron separadas de ellos. Ahora son huérfanos. Quiero decir que nunca van a confiar en el gobierno. Ahora la pandilla es su única familia. ¿Por qué la gente se une a las pandillas? La razón es económica, pero también es una cuestión de justicia, un sentimiento de pertenencia.

Creo que [la mano dura] solo hará las cosas mucho, mucho más difíciles en el largo plazo. Genera mucho resentimiento entre la comunidad. Genera miedo. Genera necesidad económica. Todos esos son los ingredientes que dieron origen a las pandillas.