Las capturas recientes de traficantes de aves en Trinidad y Tobago ponen bajo la lupa una economía criminal que ha acechado la fauna exótica de la vecina Venezuela por varias décadas.

Al menos 47 loros, guacamayas y camachuelos murieron ahogados en cajas y cestas que tres hombres tiraron por la borda de una lancha poco antes de que la guardia costera de la isla caribeña los detuviera, reportó el 2 de junio el Trinidad & Tobago Guardian.

Los tres hombres, nativos de la comunidad de Cedros en Trinidad, intentaban ingresar los animales atrapados ilegalmente en Venezuela para luego venderlos en el mercado negro de la isla.

Las aves probablemente fueron adquiridas en Delta Amacuro, un estado venezolano a pocas millas náuticas de Trinidad donde comunidades indígenas pobres suelen cazar animales para venderlas a las redes de tráfico.

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Las aves exóticas venezolanas son codiciadas por varias razones. Los loros y guacamayas son vendidos como mascotas, mientras que las especies cantoras son destinadas a participar en competencias de canto (“bird race competitions”) tradicionales en Trinidad y Tobago, Guyana y Suriname y pueden venderse hasta en US$5.000 en Trinidad.

El tráfico ilegal de fauna no es nuevo en Venezuela. Un estudio de científicos y activistas venezolanos indica que desde 1981 hasta 2015 fueron traficadas 641.000 aves en el país, en promedio 18.334 por año, y con un aumento continuo.

Análisis de InSight Crime

A pesar de que palidece ante las demás economías criminales en Venezuela, el tráfico de animales exóticos es una actividad histórica que ha engendrado redes acostumbradas a valerse de la pobreza de algunas comunidades para comprarles aves cazadas ilegalmente.

Los bosques y selvas de Delta Amacuro poseen gran variedad de especies de guacamayas, loros y pajaros cantores. A esto se suma la existencia de cientos de caños fluviales que han fomentado actividades criminales de intercambio con Trinidad, desde contrabando hasta tráfico de drogas.

Delta Amacuro también es uno de los estados con mayores índices de pobreza, por lo que comunidades indígenas cazan ilegalmente estas aves ante la demanda de las redes de tráfico.

Un indígena de la etnia Warao que vive en Delta Amacuro explicó a InSight Crime que las comunidades son visitadas cada dos semanas por traficantes originarios de Trinidad y Tobago y de Guyana que compran aves y otros animales que suelen encargar previamente.

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Una pequeña porción de las aves capturadas ilegalmente se vende en el mercado negro local, indica la investigación venezolana, mientras la mayoría son traficadas a Colombia, Brasil, Guyana y las islas del Caribe, desde donde pueden ser enviados a Estados Unidos, Europa e incluso Asia.

La ruta predilecta para el traslado de las aves en Venezuela se realiza por tierra desde los estados en que son capturados hasta la frontera con Colombia o Brasil. Por mar se envían animales escondidos en buques que parten desde Puerto Cabello, uno de los puertos más importantes del país en Carabobo, un estado central costero. Los animales también son traficados por avión.

El impacto de la caza ilegal de aves en Venezuela ha reducido la población de varias especies, en especial la del cardenalito, un pequeño pájaro rojo y negro en peligro de extinción tras haber sido traficado por décadas, según Red Siskin Initiative.