El número de reclusas en Brasil se ha disparado, un ejemplo del gran impacto de las políticas punitivas a las drogas en las mujeres, en detrimento de la captura de líderes más poderosos de las redes de crimen organizado.
El número de reclusas en prisiones de Brasil se elevó en 567 por ciento entre 2000 y 2014, para llegar a una población total de 37.380 internas, según un informe del Ministerio de Justicia del país. Los hombres siguen representando la mayoría de reclusos, con más de 540.000 presos, pero la población de reclusos crece a la mitad del paso con que crece la población femenina en las cárceles.
En especial, el informe del ministerio halló que 68 por ciento de las mujeres tras las rejas en Brasil están pagando penas por narcotráfico a baja escala, como transporte y almacenamiento de drogas.
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Las cifras del informe ministerial son más recientes que las publicadas por la organización no gubernamental (ONG) mexicana Colectivo de Estudios Drogas y Derecho (CEDD) en otro estudio divulgado el 3 de noviembre. Dicho estudio sólo incluye los datos hasta 2013, pero muestra muchas de las mismas tendencias: de diez países latinoamericanos, Brasil ha experimentado el mayor incremento de mujeres encarceladas por delitos de drogas.
Según un informe de 2015, realizado por el Institute for Criminal Policy Research (ICPR), Brasil tiene la quinta mayor población femenina en prisión del mundo, mientras que Estados Unidos ocupa el primer lugar.
Análisis de InSight Crime
Las políticas punitivas contra las drogas han recibido grandes críticas por desencadenar el encarcelamiento de cientos de pequeños expendedores de drogas, mientras que los narcotraficantes de más alto perfil evaden, o escapan, las penas en prisión. Como lo había hecho notar anteriormente la Oficina de Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA por sus iniciales en inglés), esto afecta a las mujeres de manera desproporcionada: las Américas tienen la mayor población femenina en prisión del mundo, con 12,15 por 100.000 habitantes, según el ICPR.
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Las mujeres se han hecho cada vez más valiosas para los narcotraficantes en muchos países latinoamericanos, pues son reclutas fáciles debido a la falta de oportunidades y de educación. La posible creencia entre los narcotraficantes de que las autoridades creen que las mujeres son menos sospechosas de cometer crímenes lleva a que éstas sean usadas muchas veces como mulas.
El número de expendedores menores en prisión refleja en parte la debilidad de la judicatura en muchos países latinoamericanos. Con mucha frecuencia los fiscales y la policía sólo pueden construir casos sólidos si atrapan a alguien en flagrancia. Con contadas excepciones, los investigadores han tenido menos éxito en la preparación de casos más complejos por narcotráfico y crimen organizado.