Jhon Viáfara, itinerante centrocampista de la selección nacional de fútbol de Colombia, fue detenido por sospechas de que intentó introducir cocaína a Estados Unidos. Este es el más reciente de varios casos de futbolistas colombianos, algunos de ellos pertenecientes a las élites del país, que se han involucrado con el narcotráfico después de retirarse del deporte.
Se sospecha que la banda de Viáfara hace parte de una red transnacional vinculada con Los Urabeños, una de las principales organizaciones criminales de Colombia. Se cree que Viáfara y sus socios transportaron cargamentos de cocaína por el océano Pacífico mediante lanchas a motor, semisumergibles y otros tipos de embarcaciones entre 2008 y 2018, aparentemente con destino a Estados Unidos. Al parecer, Viáfara estaba a cargo de coordinar el envío de los cargamentos y de pagarles a quienes realizaban el transporte.
La Corte del Distrito Este de Texas ha solicitado su extradición, junto con otros cuatro integrantes de la misma banda.
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Viáfara comenzó su carrera en el Deportivo Pasto en 1998, después de lo cual inició una carrera internacional, jugando para Portsmouth y Southampton en el Reino Unido y para la Real Sociedad en España. Jugó 43 veces para el equipo colombiano y participó en la Copa América de 2004 y 2007.
Análisis de InSight Crime
Viáfara no es el único futbolista latinoamericano que ha pasado del deporte a la actividad criminal.
Edinho, uno de los hijos de Pelé, fue arrestado varias veces por tráfico de drogas y lavado de dinero. El mexicano Rafael Márquez jugó en la Copa Mundo en Rusia en 2018, mientras estaba siendo investigado por sus vínculos con el narcotraficante Raúl Flores. El portero Omar “el Gato” Ortiz, vinculado a Los Urabeños, se declaró culpable de haber participado en al menos dos secuestros. Adriano, la exestrella de Brasil y del Inter de Milán, estuvo vinculado a narcotraficantes de Río de Janeiro.
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Aunque jugadores de toda Latinoamérica han estado vinculados a actores criminales, como parte de un fenómeno regional, desgraciadamente Colombia sobresale en este sentido.
Generaciones de los principales jugadores colombianos, como Albeiro Usuriaga, Andrés Escobar, Wilson Pérez, René Higuita, Freddy Rincón, Felipe Pérez, Juan Guillermo Villa y Elson Becerra, han estado relacionados con organizaciones narcotraficantes colombianas.
En febrero, Diego León Osorio, quien jugó por un corto tiempo en la Selección Colombia, fue condenado a cinco años de prisión domiciliaria por tratar de contrabandear un kilo de cocaína en un vuelo a España en 2016.
El crimen organizado y el fútbol han tenido estrechos vínculos en Colombia, donde muchos capos de la droga se han involucrado con los clubes de fútbol, especialmente durante las décadas de los ochenta y los noventa.
Envigado FC pertenecía en gran parte a Gustavo Upegui, de la Oficina de Envigado. El club Atlético Nacional, de Medellín, fue usado para lavar dinero por su presidente, Hernán Botero, desde 1970 hasta 1984, cuando Botero fue extraditado a Estados Unidos. El famoso narcotraficante Pablo Escobar también estuvo relacionado con este club, e invitaba a los futbolistas a jugar con él en La Catedral, la prisión que él mismo se hizo construir. El club América de Cali fue apoyado financieramente por los hermanos Rodríguez, quienes estaban al frente del Cartel de Cali. Phanor Arizabaleta, uno de los líderes de dicho cartel, estuvo involucrado con Independiente Santa Fe hasta finales de los años ochenta.
En años recientes, los principales criminales de Colombia han buscado tener un perfil más bajo, sobre todo para evitar las evidentes conexiones que los líderes de los carteles tenían con los clubes de fútbol. La nueva generación de narcotraficantes, conocidos como "los invisibles", han aprendido que el anonimato es su mejor protección.
Sin embargo, ejemplos como los de Viáfara indican que estos dos mundos siguen estando interconectados.