Actualmente hay más de 500 pandillas callejeras en las seis ciudades más grandes de Colombia, según información recolectada por las autoridades locales. Esta situación demuestra la magnitud de una amenaza a la seguridad que está estrechamente relacionada con los cambios en el hampa colombiana.
La policía y las alcaldías de Bogotá, Medellín, Cali, Bucaramanga, Barranquilla y Cartagena identificaron 517 pandillas activas en estas ciudades, informó El Tiempo.
Bogotá tiene la mayor cantidad de pandillas, 107 en total, aunque la policía afirma que sólo 30 de ellas estarían involucradas en crímenes graves, mientras que las demás, compuestas principalmente por jóvenes, están dedicadas a la delincuencia común.
Quizá las ciudades con mayores problemas de pandillas son Cali, donde la policía identificó 105 bandas, y Medellín, donde se contabilizaron 90. Las pandillas ejercen un fuerte control territorial y se dedican a la extorsión, venta de drogas, asesinatos, entre otras actividades ilícitas; muchas de ellas ofrecen sus servicios a organizaciones criminales de mayor tamaño.
En contraste, la policía afirma que en las ciudades colombianas de menor tamaño, como Bucaramanga, Barranquilla y Cartagena, las pandillas identificadas están compuestas principalmente por adolescentes dedicados a la delincuencia común, y se relacionan en menor medida con las grandes redes criminales.
Análisis de InSight Crime
La proliferación de pandillas callejeras en las ciudades más grandes de Colombia ilustra los grandes cambios en el hampa del país. Los nexos entre la delincuencia común y las grandes redes del crimen organizado datan de la época de Pablo Escobar y el Cartel de Medellín, que contrataban jóvenes pandilleros como sicarios y para poner bombas.
Sin embargo, desde entonces las estructuras criminales colombianas se han fragmentado en células más locales y de menor tamaño. Este modelo se presta para desarrollar una especie de tercerización criminal, del cual Escobar fue pionero, dado que es más fácil y seguro para estas células criminales contratar pandillas urbanas para realizar el trabajo sucio —como almacenar cargamentos de droga o perpetrar asesinatos—.
Al igual que durante la época de Escobar, los jóvenes reclutados en barrios humildes resultan atractivos porque son considerados prescindibles —generalmente no saben mucho de quién los contrata y, si son capturados, es poca la información que pueden suministrar a la policía—.
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Las pandillas urbanas actuales —especialmente en Medellín y Cali— toman la decisión de establecer alianzas con grandes grupos criminales, como Los Urabeños, basándose especialmente en los beneficios económicos que puedan obtener. En el pasado, los cambios que se presentaban en este tipo de alianzas contribuyeron en gran medida a la violencia en estas ciudades (sin embargo, por diversas razones los homicidios en las áreas urbanas de Colombia disminuyeron significativamente el año pasado).
Recientemente se han presentado algunas señales de que el hampa de México estaría evolucionando de forma similar a lo que ocurre en Colombia —y si esto continúa, las pandillas callejeras en ese país también proliferarán y se convertirán en una gran amenaza para la seguridad ciudadana, tal vez incluso más que el crimen organizado transnacional—.