Los niveles de homicidios, y más recientemente, el hallazgo de las fosas comunes clandestinas, impulsan el debate sobre el éxito o el fracaso de la tregua entre pandillas en El Salvador, pero también ocultan algunas verdades importantes acerca de por qué la tregua se está erosionando de manera constante y por qué su fin ha llegado a ser casi inevitable.

Las últimas fosas comunes descubiertas son algunas de las peores que este país ha visto desde la guerra civil. Nada menos que 44 cuerpos han sido encontrados en la provincia de Colón, según La Prensa Gráfica. El jefe del Instituto de Medicina Legal (IML) dijo al periódico que temía que podría haber muchas más. Y la Fiscalía General de la República confirmó esto, diciendo a InSight Crime que puede haber hasta ocho fosas más.

Los datos provenientes de la policía también parecen estar en línea con este temor. Las desapariciones se duplicaron en 2013, en comparación con 2012. Para empeorar las cosas, hay un lento, pero constante, crecimiento al alza en los niveles de homicidios.

La tregua, y el poco apoyo político que se le ha dado, están estrechamente ligados a esos homicidios, los cuales cayeron en picada de forma notable tras la firma del acuerdo entre dos pandillas más destacadas del país, la Mara Salvatrucha (MS13) y el Barrio 18, en marzo de 2012.

El miedo, y tal vez la realidad, es que si regresan siquiera cerca a los niveles previos a la tregua, entre 12 y 14 homicidios al día, es que el proceso habrá terminado oficialmente, según uno de los artífices de la tregua, Raúl Mijango.

“Ese día daría por fracasado el esfuerzo”, dijo Mijango a El Faro. “Porque yo sentiría que ya no tenemos nosotros qué hacer en esa parte, porque lo identificaría como que las pandillas desisten de la voluntad que expresaron cuando originamos este proceso”.

Ese día parece acercarse rápidamente. Incluso los partidarios de mucho tiempo de la tregua, como el periodista Paolo Luers, parecen frustrados por las fisuras que aparecen entre las pandillas, al interior de éstas, y entre las pandillas y las comunidades a las que pretenden apoyar.

Análisis de InSight Crime

Hay dos grandes razones que explican esta lenta tendencia al alza en los asesinatos y la aparición de las fosas comunes. La primera es que los líderes de las pandillas ya no pueden tener bajo control a sus comandantes de nivel medio y esta lucha se ha renovado entre ellos, y, tal vez, al interior de estas pandillas. La segunda razón es que las pandillas nunca han tenido una tregua; la cual están utilizando como una oportunidad para fortalecer su posición política y sus empresas criminales.

Y mientras que estos son sin duda puntos importantes a considerar (y que InSight Crime ha considerado extensamente a lo largo de la tregua), hay otros que han sido encubiertos por nuestro enfoque casi singular en los niveles de homicidios y ahora en las fosas comunes. Lo que es más, este enfoque ha creado una profecía propia de que la tregua terminará.

En el mejor de los casos, la tregua es una ventana de oportunidad, que puede no presentarse de nuevo por un largo tiempo. Estas dos pandillas han demostrado que se consolidaron y disciplinaron lo suficiente para reducir la violencia y cambiar el énfasis hacia donde el debate en El Salvador tiene que ser: a la falta de oportunidades sociales, económicas y educativas en el país (y de hecho en la región) que ha jugado un papel en su crecimiento.

No han, hasta donde sabemos, demandado clemencia o amnistía. Han pasado meses hablando entre sí, miembros de las familias, líderes de las pandillas en otros países, funcionarios públicos, políticos, periodistas y representantes multilaterales acerca de lo que puede tomar integrar a los jóvenes afectados por las pandillas -que podría llegar a los cientos de miles de personas- en la sociedad.

Hay algunos que han visto por mucho tiempo la tregua de esta manera, el principal de ellos es el representante de la Organización de Estados Americanos (OEA) para las conversaciones, Adam Blackwell. Mientras Blackwell puede parecer ingenuo (y he tenido mis discrepancias públicas con él), tiene un enfoque bastante realista acerca de la tregua: es la mejor oportunidad para reducir los niveles de violencia. Como se pregunta con razón, ¿qué más ha funcionado?

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Los artífices de la tregua -Mijango, el exguerrillero que se volvió asesor de seguridad, David Munguía Payes, el exministro de seguridad y actual ministro de defensa y el obispo católico Fabio Colindres, quien juega el papel de promotor legítimo- parecen estar llegando al mismo lugar al que Blackwell está ahora, incluso si no han empezado allí (para los efectos de este artículo, vamos a dejar de lado la cuestión de las ambiciones políticas individuales).

Su problema es que ninguno de ellos tiene el capital político para presionar a los jugadores necesarios para que esto se sienta lo suficientemente real para los líderes de las pandillas o para sus comandantes de nivel medio. Mijango y Munguía Payes, han sido dejados de lado; Colindres es un segundo jugador de nivel en la jerarquía de la Iglesia, la OEA es una institución débil con poca credibilidad. Y es esa falta de legitimidad la que está contribuyendo a la erosión constante de la tregua y haciendo de su fin un hecho consumado.

El presidente Mauricio Funes nunca ha aceptado la tregua ni tampoco la ha rechazado. Esta danza ha sido exasperante para aquellos cerca a las conversaciones que entienden que sin él, hay pocas posibilidades de alineación de asistencia social, económica y educativa para las comunidades en manos de las pandillas.

Esta posición también ha hecho el proceso opaco y exclusivo, dejando de lado las voces críticas y a los actores que podrían haber dado mayor credibilidad.

La ironía es que el presidente no puede tenerlo de las dos formas: tomar crédito cuando las tasas de asesinatos caen, y luego salir corriendo (y nombrar a un ministro de seguridad, y apoyar a un fiscal general, que son todos, pero saboteando abiertamente la tregua) cuando la violencia se aumenta otra vez. Su legado será, en parte, basado en los resultados de la tregua, le guste o no.

Lo que es peor, la postura tibia de Funes está haciendo que sea imposible “institucionalizar” el proceso. El Salvador se encuentra en medio de una elección presidencial apretada esta primavera, y los candidatos están legítimamente huyendo de este pacto impopular entre los grupos criminales.

Pero si el nuevo presidente quisiera continuar con el proceso ¿A través de qué institución canalizaría sus esfuerzos? ¿Quién sería el interlocutor? ¿Qué credibilidad tendría esa persona o institución que no tuvo por meses contactos formales e informales, conversaciones e interacciones con los líderes de las pandillas?

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La Iglesia Católica ha jugado un papel igualmente ambiguo. Altos mandos de la Iglesia rechazaron las propuestas de Mijango al comienzo del proceso, por temor a que la Iglesia estuviera siendo utilizada como un sello de legitimidad. Y, en gran medida, esa sensación se justifica cuando los artífices eligieron a Colindres, el capellán militar, para intervenir en las conversaciones.

Sin embargo, eso fue hace casi dos años y los altos funcionarios, entre ellos el obispo Gregorio Rosa Chávez, todavía están actuando como si hubieran sido menospreciados y se han cerrado al proceso. La Conferencia Episcopal tiene que exigir un asiento en la mesa, incluso si no le gusta el hecho de que un obispo en segundo nivel de jerarquía haya conseguido toda la atención del público hasta el momento y que parece ser el único en la Iglesia que cree que todas las vías hacia la paz necesitan ser exploradas, independientemente de los posibles obstáculos.

Lo que es más, la tregua necesita de la Iglesia, no de un obispo. La Iglesia ofrece la infraestructura, programas de trabajo, el acceso a las comunidades y proveerá al proceso de legitimidad. Sin la jerarquía de la Iglesia Católica, el apoyo público a una solución negociada será imposible.

Finalmente, el gobierno de Estados Unidos ha desempeñado un papel crítico al mantener la tregua marginada. Abrazar la tregua es un terreno resbaladizo, para estar seguro. Las pandillas han victimizado a miles de personas y el reconocimiento de este tipo ha reforzado más que a un grupo criminal, contribuyendo a aumentar en poder en lugar de disminuirlo o integrarlo hacia más canales legales. Y no estoy sugiriendo que debe tomar una fuerte posición pública.

Pero los canales extraoficiales están disponibles y podrían dar a la Presidencia la confianza que necesita para avanzar y aceptar un papel más importante e invertir algo de dinero en estas débiles comunidades, así como la comunidad empresarial, para proporcionar el impulso necesario para crear programas económicos. Además, es hipócrita hacerse a un lado por completo, sobre todo cuando las treguas entre pandillas han sucedido en Los Ángeles y otras ciudades en Estados Unidos, y el gobierno de Estados Unidos está apoyando tan fuertemente los esfuerzos de Colombia para negociar un acuerdo con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

No se trata de ser ingenuos acerca de quiénes son los miembros de las pandillas y lo que hicieron. Las treguas entre pandillas son casi imposibles de sostener, y ésta lleva más equipaje que la mayoría. Es necesario que existan normas claras sobre lo que esta tregua es y lo que no es, y las consecuencias para los que optan por no tener en cuenta esas reglas.

Sin embargo, también es necesario que haya un mayor reconocimiento de que las opciones son limitadas y las oportunidades escasas. La tregua no es perfecta, pero esta es una oportunidad que puede no presentarse de nuevo.

Steven Dudley is the co-founder and co-director of InSight Crime and a senior research fellow at American University’s Center for Latin American and Latino Studies in Washington, DC. In 2020, Dudley...

2 respuestas a “Las fosas comunes entierran la verdad sobre la tregua de pandillas en El Salvador”