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Enero se inició con una serie de macabros asesinatos y cadáveres mutilados. Las imágenes circularon entre los habitantes, pasaron de un teléfono a otro por las redes sociales. El mensaje era claro: a pesar de un despliegue militar sin precedentes, la región limítrofe de Esmeraldas sigue siendo territorio de narcotraficantes y grupos armados.

En la provincia ecuatoriana de Esmeraldas sobre el litoral Pacífico de la frontera con Colombia, 2019 inició con una advertencia de que los horrores del año anterior no eran nada fuera de lo normal.

Enero se inició con una serie de macabros asesinatos y cadáveres mutilados: un cuerpo con la lengua arrancada desde la garganta, otro con la cara partida por un machetazo y los brazos cercenados al lado. Las imágenes circularon entre los habitantes, pasaron de un teléfono a otro por las redes sociales. El mensaje era claro: a pesar de un despliegue militar sin precedentes, la región limítrofe de Esmeraldas sigue siendo territorio de narcotraficantes y grupos armados.

En la isla de Palma Real, en la punta oeste de la frontera, la calma aparente se ve desbordada por el miedo y la paranoia. Los habitantes no hablan con libertad, a pesar de la presencia permanente de una unidad de las fuerzas especiales. El crimen tiene ojos y oídos en cada esquina, aseguran.

*Este artículo hace parte de una investigación de InSight Crime sobre cómo Ecuador se convirtió en uno de los principales puntos de despacho del comercio mundial de cocaína.

La ubicación de Palma Real en la desembocadura del río Mataje hace de esta población un centro de inteligencia para el narcotráfico, y la isla y sus pescadores son usados por los narcos para mantener vigilados los movimientos a lo largo de una de las arterias de tráfico más importantes de la región. Su aislamiento, por otro lado, hace de esta un refugio propicio para el hampa.

Las señales de la influencia del narcotráfico que se dejan entrever crean fisuras en la apariencia idílica de este pueblo. Flamantes lanchas nuevas se balancean junto a los gastados y abollados barcos que constituyen la mayoría de la flota en la isla —son barcos comprados por quienes han hecho recorridos con drogas a Centroamérica, según los rumores locales. Los bares en pequeñas chozas con ruidosos parlantes que bordean la calle camino al muelle están bien aprovisionados de marcas caras de whisky para satisfacer las demandas de los narcotraficantes que llegan en barco a festejar.

Pero la señal más clara de que las cosas no andan bien en Palma Real son los acentos colombianos que se escuchan de forma esporádica. En marzo, más de 150 colombianos del municipio limítrofe de Tumaco llegaron de un momento a otro a Palma Real. Los colombianos, provenientes de varios caseríos ubicados en las riberas de una importante arteria del narco, habían sido expulsados de sus hogares por los combates entre grupos criminales rivales.

El enfrentamiento estalló cuando los narcos a quienes los lugareños estaban acostumbrados a ver pasar fueron emboscados por otro grupo, fuertemente armado y portando uniformes militares.

“Nos levantamos en paz y en la noche estábamos en guerra”, comentó uno de los desplazados, que no quiso ser identificado, en entrevista con InSight Crime.

Durante más de dos semanas, el conflicto se extendió de pueblo en pueblo, dejando a sus habitantes pegados del suelo y escondidos debajo de los colchones.

Los narcotraficantes originales finalmente repelieron el ataque y la lucha fue amainando, pero la mayoría de los desplazados tenían pocas intenciones de regresar. Pese a lo sobrecargada que ya estaba la desesperada infraestructura en Palma Real, esa postura es entendible para un habitante, quien habló con InSight Crime a condición de que se mantuviera su anonimato. «Es como un terremoto, el primer temblor pasa, pero siempre habrá réplicas», fue la analogía que usó.

El conflicto detrás del desplazamiento se presenta como un apéndice de la violencia que arrasó a Esmeraldas en 2018.

Empezó en el destartalado villorrio costero de San Lorenzo. En enero de 2018, explotó un carro bomba afuera del cuartel de policía, que dejó 28 heridos, entre ellos varios agentes. El ataque se atribuyó al Frente Óliver Sinisterra (FOS). Este es la nueva encarnación de la facción narco de la desmovilizada columna móvil Daniel Aldana de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Estos actuaban bajo las órdenes de un ecuatoriano que pronto se convertiría en la figura criminal más notable en Colombia: Walter Patricio Arizala, alias “Guacho”.

Nexos criminales del Frente Óliver Sinisterra (Ex-FARC mafia)

“Son disidentes, pero no son como los demás… son narcotraficantes”, señaló la fuente en Palma Real, e identificó al FOS como los narcos que según las víctimas de desplazamiento habían sido atacados en Tumaco.

La explosión fue apenas el comienzo. Durante los cuatro meses siguientes, el FOS emboscó a las fuerzas de seguridad y voló parte de la infraestructura eléctrica. Protagonizaron dos secuestros que terminaron en homicidio, con la infame retención y posterior ejecución de dos periodistas ecuatorianos y su conductor, quienes se encontraban cubriendo la crisis de seguridad.

La violencia marcó un agudo contraste con lo que hasta entonces había sido una convivencia pacífica entre Guacho y el estado ecuatoriano.

La toma de la región por el FOS había sido imperceptible en un comienzo. Cooptaron las antiguas redes de apoyo de las FARC, que suministraban inteligencia y rutas para el trasiego de drogas, precursores y armas. Las redes de apoyo también proveían depósitos de armas, refugio para las unidades del FOS y asistencia en la planeación y ejecución de ataques. Las investigaciones revelaron que un pequeño grupo de milicianos ecuatorianos del FOS eran quienes coordinaban esas acciones.

Aunque las fuerzas del FOS se concentraban en Colombia, se movían con libertad por las comunidades ecuatorianas en Esmeraldas y Carchi, ganándose a las comunidades con regalos y fiestas, según fuentes de la región.

El FOS también heredó el pacto de no agresión entre las FARC y las autoridades ecuatorianas en la región fronteriza. No es claro si se trataba de una alianza por la que se había pagado, como afirmaron múltiples fuentes que hablaron con InSight Crime, o si había algún acuerdo tácito. Fuera cual fuera el arreglo, sin embargo, en enero de 2018 Guacho consideró que este ya no servía más.

La campaña de Guacho, y en especial el secuestro de los periodistas, rompió todas las reglas. La violencia era excesiva para no responder. Esto provocó una respuesta militar masiva a ambos lados de la frontera, y Ecuador y Colombia iniciaron una colaboración estrecha para cazar a Guacho y al FOS.

En Ecuador, los investigadores empezaron a separar su red, y eventualmente llegaron a hacer 75 capturas de presuntos miembros de la milicia del FOS y de sus redes de apoyo, 62 de ellos eran ecuatorianos. En Colombia, entretanto, le seguían la pista a la presa mayor: el mismo Guacho, a quien ultimaron en diciembre de 2018.

El mando del FOS pasó a Carlos Arturo Landázuri, alias “El Gringo», pero ya empezaban a verse las fisuras en la organización que había heredado. Fuentes locales relataron que miembros del FOS se separaron para unirse a un grupo comandado por Mario Cabezas Muñoz, alias “Mario Lata”, otro excombatiente de las FARC con una larga historia en el tráfico de drogas. Lata y su ejército criminal reforzado emprendieron un ataque contra el FOS, apoderándose de territorio en Colombia y avanzando hacia Ecuador.

Las primeras señales de cómo sería la nueva época fueron los brutales homicidios de año nuevo. En un caso, el cuerpo horriblemente mutilado fue arrojado deliberadamente en un punto por el que acababa de pasar una patrulla de policía y por donde pronto volvería.

La policía cree que es muy posible que se hubiera identificado a las víctimas como informantes, pero aunque no son claros los motivos precisos de las matanzas, los investigadores no albergan duda de que la brutal violencia empleada debía servir como mensaje.

“Esos asesinatos tenían un objetivo duro”, comentó un fiscal local, que habló a condición de que se mantuviera su anonimato. “Esto crea temor entre la población, y ahora nadie quiere decir nada”.

Ese miedo permea a Palma Real. Los habitantes dicen que las fuerzas de Mario Lata ya llegaron a la frontera, y en Palma Real hizo desertar a los colaboradores del FOS y los puso a trabajar buscando asegurar una posición segura en la isla. Hay pocas posibilidades de que haya combates como los que se vivieron en Tumaco, o los espectaculares ataques lanzados por Guacho. Pero los líderes comunitarios expresaron otro temor: que ellos terminen siendo el próximo mensaje.

*La reportería adicional fue realizada por Mayra Alejandra Bonilla.

*Este artículo hace parte de una investigación de InSight Crime sobre cómo Ecuador se convirtió en uno de los principales puntos de despacho del comercio mundial de cocaína.