Las negociaciones de paz entre el gobierno de Colombia y el grupo insurgente ELN han tocado su punto más precario desde su inicio el año pasado. Una oleada de violencia recientemente llevó a Ecuador a declinar su participación como garante de las discusiones. Y los resquemores por la implementación de un acuerdo de paz firmado en 2016 con los “primos” del ELN, la exguerrilla de las FARC, han minado la confianza del grupo en las actuales conversaciones. InSight Crime habló con miembros del ELN y con residentes de comunidades donde opera el grupo, para tener una mejor idea de la dirección que puede tomar el tambaleante proceso.

En un lugar aislado del empobrecido departamento de Chocó, en el oeste de Colombia, una guerrillera limpia su arma con orgullo.

“Hace seis años que me uní a la guerrilla”, dice la mujer, que responde al alias de “Yomira”.

“Entré para luchar por el pueblo”, añade. “Porque la verdad es que la gente es quien resulta afectada. Me alegra unirme a la lucha”.

Yomira pertenece al poderoso Ejército de Liberación Nacional (ELN), que vigila las selvas de Chocó.

Hay una rutina estricta para quienes hacen parte de las filas del ELN. El día comienza con una inspección a las 6 a.m., seguida de cursos sobre temas de actualidad, ideología marxista y adiestramiento en manejo de explosivos. La tarde se dedica a ejercicios militares. El día termina a las 6 p.m. con otra inspección y el canto del himno del ELN, que incluye la repetición de la consigna: “¡Ni un paso atrás! ¡Liberación o muerte!”

Los habitantes de la población de Santa María de la Loma de Bicordó expresan una simpatía remisa a la causa de los guerrilleros, así como un profundo miedo.

“Somo pobres, entonces esta gente es la única que puede ayudarnos. Pero sabemos que en realidad no son nuestros amigos”, comentó un habitante a InSight Crime. “Tengo un hijo joven. Me aterroriza que se lo lleven y lo obliguen a luchar”.

No hay más de 100 personas en este pueblo. No hay agua corriente, y la electricidad está racionada. Solo cuentan con ella por unas horas en la noche.

Aunque el pueblo está atascado en la pobreza, el río San Juan sobre el que se asienta hace parte de una industria de varios millones de dólares. La inmensa vía fluvial es una ruta estratégica para los narcotraficantes, que conectan las zonas cocaleras con la costa Pacífica de donde salen cargamentos de cocaína hacia los mercados internacionales.

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Los Urabeños, un poderoso grupo criminal conformado por fuerzas exparamilitares, controla la parte norte del río San Juan. El Bloque Pacífico del grupo mantiene un guarda armado permanente en el pueblo de Dipurdú, aguas abajo del nacimiento del río. Los camuflados y los rifles de los miembros de Los Urabeños pueden verse desde las barcazas que pasan.

La parte central del río pertenece al ELN. Pero en el delta al sur, donde el río desemboca en el océano Pacífico, el ELN y Los Urabeños se pelean por el control del territorio que anteriormente controlaban las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), desmovilizadas en su mayoría.

Atrapadas en el fuego cruzado están las comunidades ribereñas.

“Con el proceso de paz [con las FARC], esperábamos que se construyeran escuelas y hospitales. Pero todo lo que tuvimos fue más violencia”, se lamentaba un líder comunitario de Cabecera, que solicitó no ser mencionado por su nombre.

Las experiencias de los habitantes luego del acuerdo de paz con las FARC en 2016 no han inspirado confianza sobre lo que pueda lograrse con los diálogos con el ELN.

“Si la paz con las FARC nos trajo más guerra, ¿qué nos traerá la paz con el ELN? ¡Ni hablar!”

Revolucionarios versus realidad

La participación del ELN en los diálogos de paz con el gobierno indica una voluntad de eventualmente deponer las armas. Pero algunos jefes se muestran recelosos de hacer demasiadas concesiones al gobierno.

Un mando del Frente de Guerra Occidental, que se presenta con el alias de “Estasio”, cree que las FARC negociaron un mal acuerdo.

“Traicionaron todos sus principios. El gobierno los dejó en ridículo”, afirmó. “Nosotros no vamos a caer en eso”.

Inspirado en la Revolución Cubana y la Teología de la Liberación, promovida por algunos sacerdotes católicos en la década de 1960, el ELN afirma que lucha por una reforma social radical.

“Se lo hemos dicho al gobierno antes”,  puntualizó un comandante del Frente de Guerra Occidental, que usa el alias de “Uriel.” “Si quieren librarse de la guerrilla, deben librarse de las razones por las que existimos”.

Uriel observa que los negociadores del gobierno están evacuando con demasiada premura la agenda oficial sin considerarla a fondo.

“Quieren pasar a los últimos puntos, olvidando el primero, que para nosotros es el más importante”, apuntó.

El primer tema de discusión es quizás el más controvertido de los seis de la agenda. Gira en torno a “la construcción de la paz”, que la guerrilla interpreta como un proceso de reforma social.

“El ELN ha dicho en repetidas ocasiones que para ellos la paz implica un cambio profundo. La pregunta es hasta dónde quiere llegar el gobierno”, opinó Luis Celis, exguerrillero convertido en defensor de la paz.

Estasio, el mando del Frente de Guerra Occidental, dice que su lucha es larga.

“Estoy listo para entregar mis armas y pagar mi sentencia si podemos alcanzar el cambio por el que luchamos”, dijo, empuñando su rifle. “Pero soy realista. Eso no pasará aún, no con estas negociaciones”.

Parece haber poco deseo de comprometerse. Por lo que los críticos desconfían. Existe el temor de que algunos elementos del ELN estén dando prioridad a sus intereses criminales. Puede ser difícil abandonar las lucrativas redes de narcotráfico y minería ilegal que hay en Chocó.

Diálogos de paz como ‘prueba’

Uriel, el comandante del ELN, describe las negociaciones de paz como una “prueba”.

“Estamos analizando la intención del gobierno para ver si es genuina”, señaló. “Por ahora, con la implementación de los acuerdos suscritos con las FARC en La Habana, vemos que no. Eso no nos da esperanza. El gobierno no se ha puesto a la altura de nuestras expectativas”.

El Frente de Guerra Occidental ha manifestado una oposición frontal a lo que llaman “la paz neoliberal” que, según dicen, se centraría en “el silenciamiento de las armas” y no en el cambio social. Esto ha motivado acusaciones de disenso dentro del ELN, pero el grupo guerrillero no es una estructura vertical. Cada uno de sus ocho frentes es autónomo, lo que complica los intentos de tomar decisiones unificadas sobre los diálogos de paz.

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El Frente de Guerra Occidental no es el único de los ocho sin representación en la mesa de negociaciones. Pero Uriel niega que haya divisiones dentro del ELN. Afirma que los medios han malinterpretado y exagerado las diferencias internas.

Celis, el combatiente convertido en defensor de la paz, también advirtió sobre la magnificación de las diferencias.

“Es demasiado pronto para hablar de disenso”, señaló. “Las negociaciones están en una exploración. Aún no hay un acuerdo sobre la mesa, así que lo más seguro es que haya distintas opiniones”.

Más allá de un cese al fuego

El ELN anunció un cese unilateral al fuego por cinco días para la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia, que tuvo lugar a finales de mayo. El anuncio se conoció justo después de la quinta ronda de diálogos de paz, que se abrieron el 10 de mayo en La Habana, Cuba. (Ecuador, el garante original de los diálogos, se retiró como país anfitrión en abril, luego de una ola de violencia ligada a la presencia del ELN en el país).

El gobierno colombiano ha aclarado que preferiría un cese al fuego bilateral y permanente, pero esa será una propuesta mucho más difícil de pactar para los negociadores del ELN frente a sus combatientes rasos, sin ninguna concesión del gobierno.

Los comandantes del Frente de Guerra Occidental dicen que quieren una prueba definitiva del compromiso del gobierno con una paz que se extienda más allá de un cese al fuego y de la desmovilización. Están obstinados en que quieren promesas de reforma social y revisión estructural.

“Si quieren librarse de la guerrilla, entonces deben librarse de las razones por las que existimos”.

En el campamento improvisado a las orillas del río San Juan, los insurgentes se congregan para su conferencia semanal por radio. Es una oportunidad para que los distintos bloques que conforman el Frente de Guerra Occidental discutan sobre estrategia, y hay solo un mensaje. Entre el siseo de la interferencia, las ondas de radio transmiten una directriz desalentadora: “No tenemos interés en una solución política. No nos interesa la desmovilización en lo absoluto”.

Uriel es inflexible en la posición de que el Frente de Guerra Occidental no cambiará su posición. “Si todo lo que el enemigo quiere es desmovilizarnos, entonces estamos perdiendo el tiempo”, dice.

Esto da pie al pesimismo, tanto dentro como fuera de las filas del ELN. “El futuro tiene que ser la guerra, no la paz”, afirma Estasio. “Nuestra lucha continuará. Debe continuar”.