La masacre, en Junio de 2019, de 10 miembros del Clan Rotela a manos de individuos que hacían parte del Primer Comando de la Capital (PCC) en la prisión de San Pedro de Ycuamandiyú, en Paraguay, arrojó aun más luz sobre la situación crítica del sistema penitenciario en el país.

Antes de su renuncia en Octubre, InSight Crime conversó con Jorge Fernández, quien era el director de la prisión de Tacumbú. La cárcel es conocida por sus altos niveles de hacinamiento, malas condiciones de reclusión y por la presencia de miembros del Clan Rotela y del notorio PCC de Brasil.

Antes de salir de su cargo, Fernández aseguraba que ambos bandos coexistían pacíficamente, pero el asesinato de un miembro del Clan Rotela a principios de noviembre, cuenta una historia muy diferente.

InSight Crime (IC): ¿Cómo es el día a día en la prisión?

Jorge Fernández (JF): El día a día acá nunca es normal. En cualquier momento puede surgir un problema, por cualquier índole, por la sobrepoblación que hay. El lugar es para 1.500 internos y hay casi 4.000.

Idealmente deberíamos contar con 100 guardias por turno. Ahora mismo tenemos entre 40 y 43 por turno, y eso se divide a la vez en dos, porque un grupo trabaja mientras el otro descansa. O sea, en determinado momento de la noche y de la madrugada hay entre 20 y 22 guardias para los 4.000 internos.

Los guardias prácticamente no descansan, es muy difícil. Hay sectores donde están asignados dos guardias y en ese lugar hay 700 internos, o sea, lo que pueden hacer en un momento dado es cerrar el portón y correr hacia acá, porque ¿qué más van a hacer?

IC: ¿Cómo se organiza la cárcel?

JF: Esta cárcel es muy atípica, porque aquí hay pabellones donde puede haber 50 internos en un solo lugar, todo con cámaras, cama doble y triple. También, están mezclados los condenados y no condenados. Están mezclados los diferentes delitos. No hay forma de dividir los diferentes sectores, separarlos y decir, “acá hay solamente asesinos, acá solamente hay violadores”.

De los 4.000, nosotros solamente tenemos a 956 condenados, el resto son todos procesados. Después tenemos pabellones cristianos, que son los que realmente funcionan, pero esos también están sobrepoblados.

IC: ¿Cómo son los pabellones para “cristianos”?

JF: Hay tres pabellones cristianos. Son pabellones que hablan de la “palabra de Dios”. Hay adventistas y católicos. Lo básico para entrar es hablar, ellos tienen su reglamento. Cuando alguien quiere ingresar a esos pabellones, el pastor encargado les lee el reglamento, si aceptan, entran y si no aceptan, no pueden entrar. Si fallan, también los echan.

Acá básicamente en todos los pabellones hay tranquilidad, se vive y se come bien, acá la comida se hizo una prioridad. Cuando nosotros entramos hicimos una intervención de la intendencia, porque los internos no estaban comiendo bien y eso hacía que se levantaran.

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IC: Es un trabajo con muchos desafíos …

JF: Acá no hay un lugar donde se estudie para ser el director de una cárcel, uno lo va aprendiendo acá. Con los internos, en la medida que ellos se porten bien, nunca van a tener problemas conmigo. Si ellos se “portan mal”, yo tengo los mecanismos (para castigarlos). No hace falta que yo venga a gritarles o a aislarles. Yo solo tengo que firmar un papel y ellos se van de acá.

IC: O sea, que si usted traslada hoy a un interno, es porque se comportó mal y sabe que no va a ver su familia.

JF: Claro. Porque el problema que tenemos son los “pasilleros,” que son los que entran y salen (frecuentemente) por delitos menores. Ellos se hacen delincuentes por el tema de la droga, roban algo para comprar la droga. Son casi 1.000 internos que están bajo un tinglado, ese es su “mundo”, se levantan, se les hace limpiar todo el lugar y después se quedan ahí y comen. Ellos están al día a día para armar cualquier lío.

Aquí no hay un centro de adicción, y estos centros son los que realmente se tienen que crear, para que estas personas que roban por consumir drogas, puedan estar en otra parte. Pero lo primero que los jueces dicen es que vengan acá.

IC: Y una vez que están en la cárcel, ellos igual necesitan conseguir drogas. ¿Cómo hacen? ¿Cómo consiguen la plata?

JF: Vos les das un colchón y luego lo venden, o sino trabajan dentro del penal haciendo limpieza o cualquier otra cosa. Acá necesitan menos de un dólar para drogarse, un dólar es mucho, sólo se necesitan 500 guaraníes para comprar el “crack”, con eso ya tienen para drogarse todo un día.

IC: ¿El “crack” es la sustancia que más se usa?

JF: Ya hemos encontrado marihuana, coca (cocaína) y crack. Ahora mismo se están intensificando los controles, pero no tenemos la infraestructura necesaria para enfrentar todo el fenómeno. Ahora tenemos una nueva administración que está viendo la forma de conseguir la tecnología necesaria para detectar estupefacientes. Nosotros no tenemos escáner para el pabellón de varones, solamente con las mujeres funciona nuestro escáner.

Los escáners para ver bolsos por si hay algo son “a pulmón”. Creo que Paraguay es el único país en donde en las cárceles se permiten 4 visitas semanales. Son martes, jueves, sábados y domingos. En un día normal entran 850 visitas, un jueves entran 900, y el sábado y el domingo unos 2.000. Hay sábados y domingos en los que hay entre 6.000 y 7.000 personas acá.

IC: Con tantas visitas a la semana se puede llegar a entrar una gran cantidad de contrabando, de comida, de armas, etc.

JF: El interno puede recibir comida de su familia. Hasta las 7:00 de la noche le pueden traer una pizza o carne. Eso se controla y luego se le da en la mano al interno. Pero en los días de visita hay familias que utilizan hasta a los chicos para meter drogas. Lo que nos preocupa es el tema de las armas, y que nuestro control es “a pulmón” (uno a uno y con contacto físico). No hay escáner, y tienes que revisarle, y sí o sí van a meter cosas.

IC: ¿Cómo funciona acá el tema del contrabando?

JF: Nosotros hacemos requisas constantes y lo que más encontramos son cuchillos caseros. Lo que es el alcohol y las drogas, la mayoría de veces caen en la entrada. Pero sabemos que algunos guardias están metidos en eso, porque solamente necesita uno para que esas cosas entren.

IC: ¿Qué estrategias tienen para luchar contra eso? 

JF: Teniendo la tecnología indicada, será más fácil luchar contra eso. Porque acá tenemos una sola entrada y una sola salida, no es complicado. Pero, por ejemplo, yo pedí ayuda a la SENAD (la Secretaria Nacional Antidrogas), con los perros antidroga, pero ellos también están agotados de trabajo, solo pueden venir una vez a la semana.

La mayoría de los guardias tiene entre 20 y 25 años de antigüedad. Entraban con su cédula, su carné de servicio militar y su partida de nacimiento. Esos eran los tres requisitos, porque antes, sólo había ladrones y asesinos, y este lugar era para 700 personas. Esto era nada más el fondo y la entrada, y después se fue construyendo hasta que llegó hasta donde estamos. Esto es una doble avenida, que ahora se clausuró y al frente tenemos un río y unos asentamientos. Muchas veces hasta se vende droga en frente del penal, es casi como una mini ciudad, no es normal.

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IC: Debe ser una cárcel muy atípica.

JF: Sí. Es como un mercado, hay cantinas y hay gente que también trabaja honestamente, ponen una cantina y venden comida, y eso se les permite. Por ejemplo, si yo soy un interno que tiene poder económico, puedo pagar lo que quiero comer. Y si no, está la comida que nosotros hacemos. Ahora eso también se renovó. Cuando nosotros llegamos se cocinaba a leña, ahora la cocina es de primera. También se arregló “la Cuadra”, donde duermen los guardias, que era una pocilga. Se caía todo el techo, goteaba todo. La orden del presidente es que se humanicen las cárceles. Y eso es lo que se pudo hacer con la plata que había. Los medicamentos los manejo yo (están guardados en su oficina), o si no todo se va para el mercado negro.

IC: ¿Cuántos reos han muerto este año?

JF: Por ahí unos 15 o 18.

Más de la mitad fueron muertes naturales y los otros por “grescas” (peleas). Todos tienen sus diferentes modos, por ejemplo, si le clavan un cuchillo en las nalgas o en las piernas, es señal de que fue por alguna deuda. Siempre se van a mantener callados, “no fue una pelea”, jamás van a decir quién fue.

IC: ¿Qué más ocurrió? ¿Qué otros motivos hay?

JF: Esos son la mayoría de los motivos. Después vino el tema de los clanes que no se llevan bien con el PCC. Pero esos fueron muy aislados. Lo de San Pedro (dónde hubo la masacre en junio) fue grande, porque fueron dos grupos grandes. Nosotros acá estamos manejando esa situación porque este es un lugar atípico, porque saben que este problema no le conviene a nadie. Porque la mayoría de los internos trabajan, y si hay un lío grande a todos los afecta.

Yo les dije que, si había un problema grande, entra el ejército y ellos van a tener un problema grande. O sea, les digo que utilicen su cabeza. Yo siempre estoy dialogando con ellos, controlo, hago mi recorrido, porque así hacen caso. A veces les hago la sanidad, a veces no hay pastillas para dolores de dientes. Solamente hablando con ellos vos sabes las cosas que necesitan. No siempre me va a llegar la información. Entonces tienes que ir a hablar con ellos.

IC: ¿Acá hay miembros del PCC y del Clan Rotela?

JF: Sí. Están separados, identificados y hablados entre ellos.

IC: ¿Hablan entre ellos?

JF: Sí, tienen diálogo, pero hasta cierto punto. Si tienen problemas, hacemos reunión con las dos cabezas y nosotros participamos en la reunión. Le preguntamos cuál es el problema y cuál es la solución. Ellos saben que no les conviene matarse entre ellos.

IC: ¿Cómo ven los otros reos a esos grupos más organizados? ¿Se han involucrado?

JF: Ahí nadie se mete, cada uno en su mundo. Cuando quieren pasar la raya, hacemos las reuniones y ya. No siempre se puede, porque estos grupos también bautizaron a muchos jovencitos que representan la clase obrera para ellos.

IC: ¿Puede dar un ejemplo de los problemas que se resolvieron diplomáticamente?

JF: Una vez tuve información de inteligencia de que iba a haber un ataque de un pabellón a otro pabellón. No te puedo decir quiénes eran los clanes, pero se iban a atacar el uno al otro. Entonces les llamamos a los cabecillas y les hicimos hablar ahí, ellos, mi jefe de seguridad y yo.

Eso fue después de San Pedro. Hablamos mi jefe de seguridad y yo, después le cedimos la palabra y ahí empezaron a decirse “yo tal cosa, vos tal otra”, determinamos que el problema iba a ser más grande por un chisme de un integrante. Un chisme que se fue hacia allá, se agrandó, y después terminó, se abrazaron y les hicimos pasar entre la población, fue como de película.

* La transcripción de la entrevista fue editada para mayor claridad y brevedad.