Si el presidente Iván Duque pretende complacer a Donald Trump, va a tener que hacerlo en detrimento de Colombia. Y estará condenado al fracaso.

La semana pasada, Trump lanzó una diatriba diplomática contra Colombia y el presidente Duque.

“Déjenme decirles algo: Colombia tiene un nuevo presidente; es realmente un buen tipo. Yo lo conocí, vino a la Casa Blanca. Dijo que iba a detener las drogas. Pero actualmente están saliendo más drogas de Colombia que antes de que él llegara a la presidencia —entonces no ha hecho nada por nosotros—”, le dijo el presidente de Estados Unidos a un grupo de periodistas en Florida.

El señor Trump tiene razón al afirmar que están saliendo más drogas de Colombia ahora que cuando Duque asumió el cargo; de hecho, del país están saliendo más drogas que nunca antes en su historia. En su mayor parte se trata de cocaína, que ha alcanzado niveles récord de producción, pero además se encuentra el famoso tipo de marihuana colombiana conocido como “cripa”, que está llegando a Suramérica al igual que a Centroamérica y el Caribe, en crecientes cantidades.

*Este artículo fue publicado originalmente por Semana y fue reproducido por InSight Crime con permiso. Vea el original aquí.

Durante mucho tiempo, Colombia ha sacrificado su política antinarcóticos por los intereses estadounidenses. ¿A qué ha llevado esto al país? Al parecer, hasta el punto de producir más drogas que nunca.

Lo que se necesita es cambiar la forma en que se mide el éxito en la guerra contra las drogas y distanciarse del trípode de tácticas que ha sostenido el pensamiento colombiano en este sentido: erradicación, incautación y búsqueda de capos. Para Estados Unidos, el objetivo es reducir el flujo de drogas que llegan a sus costas. La estrategia antinarcóticos de Colombia no debe centrarse en esto último, sino que debe ser mucho más amplia, tratando de acabar con las condiciones que facilitan la producción de droga, desmantelar las redes criminales que administran esta economía ilegal, arrestar y condenar a los principales miembros de esas redes, identificar a los actores estatales corruptos que protegen la industria y, quizá, lo más importante de todo: seguir, rastrear y confiscar el dinero que sustenta todo este proceso.

Hasta ahora los principales indicadores para medir el “éxito” de la guerra contra las drogas han sido la cantidad de hectáreas de cultivos de coca, las incautaciones de cocaína y la extradición de los principales narcotraficantes. Todo esto está muy bien, pero solo se ocupa de ciertos eslabones de la cadena de la droga, que son en general los menos lucrativos. Y la obsesión con estos indicadores ha puesto a Colombia en lo que Juan Manuel Santos denomina una “bicicleta estática”, en la que se pedalea intensamente, pero en última instancia no se llega a ninguna parte.

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No estoy abogando por la legalización total del comercio de drogas. Esta no es una decisión que Colombia pueda tomar por cuenta propia y tendría poco impacto, a menos que haga parte de un proceso internacional. Pero se puede cambiar la manera como se lleva a cabo la guerra contra drogas. Se trata de un negocio, y probablemente abordarlo como un negocio permitiría cambiar la manera de pensar dicha guerra.

Colombia invierte la mayor parte de sus recursos de la guerra contra las drogas en los primeros eslabones de la cadena: los productores de coca y los grupos armados que controlan la producción de cocaína. Sin embargo, esta es la parte menos lucrativa de la cadena de la cocaína, puesto que las ganancias raramente exceden el 150 por ciento. Incluso el negocio de las ventas en los países de destino solamente genera alrededor del 300 por ciento de las ganancias. Claro está que estos son márgenes de ganancia estupendos para cualquier negocio legal, pero el verdadero dinero de la industria de la cocaína llega a las manos de quienes compran la cocaína en Colombia y la entregan en los países consumidores (Estados Unidos, países de Europa, Asia y Oceanía), donde se les vende al por mayor a los minoristas. En este eslabón de la cadena, los ingresos son hasta del 3.000 por ciento. Y mientras que los mexicanos dominan dicho eslabón, en el mercado estadounidense los colombianos son dueños del suministro a Europa, Asia y Oceanía.

Los traficantes de drogas a nivel internacional son el verdadero motor del negocio de la cocaína. Además de ganar mucho dinero, son ellos los que lo utilizan para financiar la corrupción y la violencia que resquebraja la gobernanza, no solo en Colombia sino en todo el mundo. Sin embargo, ¿qué porcentaje de los recursos de Colombia en la guerra contra las drogas se concentra en este eslabón de la cadena? Me atrevería a afirmar que menos del 15 por ciento. Aun así, son los cocaleros que se ganan la vida arrancando las hojas de las ásperas matas de coca sobre los que recae todo el peso del Estado colombiano.

Lo que Duque debería hacer es cambiar la forma en que se lucha la guerra contra las drogas y no caer en la trampa de las cifras, en la que el éxito se mide en hectáreas erradicadas, toneladas confiscadas y capos muertos. No debe pensar en la mejor manera de complacer a Trump, quien suele decepcionar a sus aliados y al parecer carece de estrategias en sus declaraciones o incluso en su política exterior. Si el presidente Duque pretende en serio controlar la situación de las drogas en su país, necesita concentrarse en las prioridades de Colombia, y no en las de Estados Unidos.

*Este artículo fue publicado originalmente por Semana y fue reproducido por InSight Crime con permiso. Vea el original aquí.

Jeremy McDermott is co-founder and co-director of InSight Crime. McDermott has more than two decades of experience reporting from around Latin America. He is a former British Army officer, who saw active...