La desaparición y presunta muerte de 43 manifestantes estudiantiles en Iguala, Guerrero, ha generado preocupaciones de una nueva oleada de guerrilleros en el sur de México, pero ¿qué tan probable es esto?.

La situación en Guerrero claramente ha provocado una crisis democrática. El alcalde de Iguala y su esposa, acusada de supervisar el masivo asesinato de los manifestantes, fueron detenidos tras permanecer ocultos durante varias semanas. El gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre, renunció en medio de las protestas. Y los activistas dentro de Guerrero, incluyendo familiares de los estudiantes desaparecidos, están haciendo un llamado a boicotear todas las elecciones hasta que se encuentren los alumnos. Un portavoz habló ominosamente de “pensar en las acciones sobre las que no queremos estar pensando”.

Por lo tanto, no es una sorpresa que algunos medios de comunicación estén reportando un aumento en las actividades de los grupos guerrilleros locales. Esto no hace del regreso de un gran movimiento insurgente una conclusión inevitable, y siguen siendo considerables las barreras para que México descienda hacia un conflicto civil sostenido. Sin embargo, es difícil imaginar un conjunto de circunstancias en el México moderno que sean más propicias para fomentar la oposición civil armada contra el gobierno.

Muchos de los factores son históricos: el sur de México, y Guerrero particularmente, ha sido durante décadas un caldo de cultivo insurgente. Gran parte de eso radica en la persistente desigualdad que se encuentra en el sur; un problema social que se correlaciona fuertemente con los movimientos insurgentes. Guerrero fue el segundo estado con mayor desigualdad en el país, según un estudio reciente realizado por el gobierno mexicano, y ese estatus es de larga data.

Durante la Guerra Sucia de México en los años setenta y ochenta, varios de los grupos de izquierda más prominentes que se ganaron la ira del gobierno se establecieron fuera de Guerrero. Muchas de las desapariciones que tuvieron lugar en esa época estuvieron concentradas en el estado y el blanco era el Partido de los Pobres. Una de las figuras más infames de la época, el maestro de escuela que se convirtió en revolucionario, Lucio Cabañas, operó desde las montañas de Guerrero, financiando las actividades de su grupo a través de secuestros y robos a bancos. Cabañas murió en un tiroteo con el ejército mexicano en 1974.

Pero esto no es simplemente una reliquia histórica; el legado de la Guerra Sucia también afecta al Guerrero moderno. No es una coincidencia que los grupos actuales como el EPR (Ejército Popular Revolucionario), el ERPI (Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente), las FAR-LP (Fuerzas Armadas Revolucionarias – Liberación del Pueblo), y el PROCUP-PDLP (Partido Revolucionario Obrero Clandestino Unión del Pueblo – Partido de los Pobres) hayan llamado a Guerrero su hogar durante muchos años. Estos son los herederos ideológicos de Cabañas y sus aliados, la evidencia de la eterna sospecha de la estructura política de México dentro de la región. Y más al grano, ellos representan un público prefabricado para los mensajes en contra del gobierno que hay detrás de cualquier movimiento insurgente.

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El paisaje del crimen organizado en Guerrero es un factor que complica aún más la situación. Con su amplia línea costera y la proximidad al masivo mercado local de drogas en Ciudad de México, el territorio siempre será codiciado por los narcotraficantes. En el Guerrero de hoy, el panorama criminal es extremadamente fracturado. Un análisis reciente de Víctor Sánchez en Animal Político calculó no menos de nueve grupos criminales diferentes operando en el estado: el Cartel Independiente de Acapulco, los Caballeros Templarios, los Guerreros Unidos, el Cartel Jalisco-Nueva Generación, los Rojos, la Familia Michoacana, La Barredora, los Ardillos, y los Granados. En la mayor parte del estado, hay varios grupos operando en el mismo territorio.

La constelación de grupos rivales es de por sí un obstáculo, porque sus conflictos generan derramamiento de sangre y hacen que gobernar sea un desafío. Como resultado, tienden a abrir un espacio para grupos extralegales que canalizan la frustración popular, y proporcionan a los locales alguna esperanza de defenderse de un grupo criminal aparentemente implacable. Las tácticas específicas utilizadas por muchos de los grupos criminales, que asedian a los civiles más que muchas organizaciones tradicionales como el Cartel de Sinaloa, sólo empeoran el conflicto. Los grupos criminales en Guerrero, para tomar un ejemplo, fueron pioneros en extorsionar a los maestros.

Un elemento clave de esto es que todos los principales partidos políticos parecen estar comprometidos, ya sea por su apoyo político a los protagonistas de los asesinatos en Iguala o por su excesiva incapacidad para asegurar soluciones significativas. El PAN y el PRI son dos partidos mexicanos de la clase dirigente adinerada, y ambos generan sospechas e incluso hostilidad en el sur rural y pobre de México. Pero es revelador que la principal voz de los marginados de México, Andrés Manuel López Obrador, al parecer fuera un partidario del alcalde de Iguala José Luis Abarca y de Aguirre. (Él niega tener estrechos vínculos con Abarca.) Si incluso López Obrador es visto como insuficientemente leal a las masas pobres, entonces no hay nadie a favor de ellos dentro del sistema político establecido.

En resumen, Guerrero parece un polvorín, y las desapariciones en Iguala podrían servir como fósforo. No obstante, sigue siendo poco probable que se de un conflicto civil.

El gobierno federal de México, cualquiera que sean sus defectos, sigue siendo mucho más fuerte que sus contrapartes de Colombia del siglo XX o Guatemala. No hay patrocinador extranjero que financie a los guerrilleros locales con el fin de hacer miserable la vida del gobierno, como es el caso típico de las insurgencias más robustas. La proliferación de grupos insurgentes también habla de su debilidad y falta de organización, una barrera clave. Y si bien hay una gran sospecha popular frente al gobierno en México, eso no significa que habría compasión por aquellos que tomen las armas en contra del Estado.

Pero Guerrero está coqueteando con las circunstancias que podrían provocar un movimiento insurgente, un camino peligroso y perjudicial, incluso en ausencia de una rebelión armada.