El 30 de abril de 1984, el Mercedes en que el ministro de Justicia de Colombia, Rodrigo Lara Bonilla, se dirigía a casa después del trabajo, fue ametrallado por los temidos sicarios del narcotraficante Pablo Escobar. El Cartel de Medellín había declarado la guerra al Estado. Y esa guerra iba a poner en marcha una extraña serie de acontecimientos que iniciarían el tráfico de cocaína hacia Europa.

El asesinato de Lara Bonilla, uno de los pocos políticos que desafiaron el poder de los carteles de Medellín y Cali a principios de la década de los ochenta, provocó una reacción del Estado colombiano, que hasta entonces había permanecido amedrentado. Inmediatamente firmó la ley de la peor pesadilla para los narcotraficantes: la extradición a Estados Unidos.

*Este artículo hace parte de una investigación de otro capítulos que sigue la evolución del tráfico europeo de cocaína y las redes criminales latinoamericanas y europeas que lo han configurado. La serie es el producto de trabajo de campo e investigaciones a lo largo de dos años en más de 10 países de Latinoamérica, el Caribe y Europa. Lea los demás capítulos de la investigación aquí o descargue el informe completo aquí.

El miedo a la captura y la extradición generó un éxodo de los principales narcotraficantes a sitios más seguros. Pablo Escobar huyó a Panamá, protegido por su amigo, el dictador general Manuel Noriega. Otros, como el capo del Cartel de Medellín, Jorge Ochoa Vázquez, y el jefe del Cartel de Cali, Gilberto Rodríguez Orejuela, eligieron España. 

Vivían en el lujo, pero a las sombras, amparados en nombres falsos, acumulando suntuosas propiedades y vehículos de alta gama en Madrid, según informes de los medios de comunicación de la época. Pero en noviembre de 1984, ambos fueron arrestados y enviados a la temida prisión de Carabanchel.

Los dos principales traficantes colombianos, que se convertirían en rivales acérrimos, compartieron prisión no solo entre ellos, sino además con los principales contrabandistas de España, de la región de Galicia, entre ellos el legendario contrabandista José Ramón Prado, más conocido por su alias, “Sito Miñanco”. 

Los colombianos pronto se dieron cuenta de que los gallegos eran exactamente lo que necesitaban para expandir su negocio en Europa. Estos contrabandistas les podían proporcionar los vehículos y barcos para traer de forma segura cualquier cosa a lo largo de las largas y rocosas costas de Galicia. También les podrían ofrecer una de las ventajas criminales más codiciadas: redes de corrupción que penetraban profundamente en las élites locales.

El tiempo que permanecieron juntos en prisión dio origen a una alianza criminal que se convertiría en el centro del tráfico de cocaína a gran escala a Europa. Además, llevó a que España se convirtiera en el principal punto de entrada de la cocaína colombiana a Europa y la base de operaciones del crimen organizado latinoamericano en ese continente.

El nacimiento del tráfico de cocaína europeo y el movimiento aguas abajo

A diferencia de Estados Unidos, donde la explosión del crack había expandido el consumo de cocaína y alrededor del seis por ciento de la población reportaba el consumo regular de dicha droga, el mercado europeo de la cocaína a principios de la década de los ochenta era pequeño, según el Centro Nacional de Información Biotecnológica ubicado en Estados Unidos. Pero los colombianos vieron un enorme potencial de crecimiento en este pequeño mercado —y en sus altos precios—.

Además, en la década de los ochenta, Estados Unidos estaba empezando a intensificar su “guerra contra las drogas” mediante el fortalecimiento de organismos como la Administración para el Control de Drogas (Drug Enforcement Administration, DEA), desarrollando herramientas como la extradición y aumentando su presencia en los mares. Los europeos no estaban tomando tales medidas.

Con las condiciones propicias para los colombianos, los gallegos ofrecieron un puente seguro hacia el corazón de Europa.

Galicia, con sus 1.500 kilómetros de costa entre Portugal y Francia, ha sido un paraíso para los contrabandistas durante siglos. El periodista Nacho Carretero, en su libro sobre el nacimiento del tráfico de cocaína en España, titulado Fariña, describe cómo el contrabando ni siquiera era un delito penalizable hasta 1982, y cómo incluso después de esta fecha era una profesión socialmente aceptada. En la década de los sesenta, el negocio del contrabando de cigarrillos se convirtió en el mayor mercado ilícito de Galicia, y en la década de los ochenta llegó a ser un negocio multimillonario que corrompía a agentes de aduanas, policías y políticos de la región.

Farina narra además cómo se hicieron los primeros contactos entre los contrabandistas gallegos y los traficantes de cocaína colombianos en Panamá, a donde los gallegos iban a lavar sus ganancias de contrabando de tabaco. Juntos organizaron algunos cargamentos de prueba. Pero fue en la prisión de Madrid donde se concretaron los arreglos para el contrabando de cocaína a gran escala hacia España.

Para llevar las drogas, los barcos pesqueros gallegos navegaban hasta Colombia y regresaban; a su regreso, entregaban la cocaína en alta mar, según cuenta Carretero. De allí la droga era llevada a tierra en lanchas rápidas y en otros barcos pequeños.

Ambas partes mantenían a un miembro del otro grupo como rehén hasta que las drogas fueran entregadas de nuevo a los colombianos, quienes se encargaban de la distribución al por mayor a grupos criminales europeos, entre los que se encontraban organizaciones mafiosas italianas como Camorra y ‘Ndrangheta. Por su parte, cuenta Carretero, los gallegos obtenían el 30 por ciento de las ganancias.

El impacto del nuevo vínculo que se desarrolló entre colombianos, gallegos e italianos pronto se hizo evidente. Los datos recopilados por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD) indican que en los años ochenta y noventa hubo un aumento gradual pero constante del tamaño del mercado europeo, en tanto las incautaciones subían y los precios bajaban.

Sin embargo, Galicia fue solo el comienzo.

Comenzaron a abrirse nuevas rutas por toda España. A mediados de la década de 2000, el país registró la tercera incautación de cocaína más grande del mundo, según la ONUDD. Y cada vez se empezaron a realizar más incautaciones por fuera de Galicia, en lugares como Andalucía, Valencia y Barcelona, ya que los traficantes comenzaron a utilizar otros modus operandi, especialmente los contenedores de transporte marítimo.

Por otro lado, el creciente negocio mayorista europeo les exigía a los colombianos establecer operaciones en el continente. España, con su misma lengua y sus lazos comerciales y culturales, les resultaba bastante cómodo. Y a medida que el mercado europeo se volvía más importante para los colombianos, también creció la presencia de estos en España.

En la década de 2000, las autoridades se dieron cuenta de que esta presencia de colombianos incluía no solo las redes de tráfico, sino también las oficinas de cobro, como llamaban a las estructuras criminales colombianas dedicadas a prestar servicios a los narcotraficantes, sobre todo el cobro de deudas y los asesinatos.

Una de las oficinas colombianas más destacadas que operaba en España era conocida como los “Señores de ácido”, y estaba ubicada en Madrid. El periódico colombiano El Espectador informó cómo los colombianos establecieron dicha red con el fin de exportar a España el modelo de crimen organizado de la Oficina de Envigado, la oficina original en Colombia, que fue creada para cobrar deudas de Pablo Escobar y su Cartel de Medellín.

Los Señores de ácido eran dirigidos desde Colombia por Luis Dávalos Jiménez, alias “Pampo”, miembro de la dirección del Cartel del Norte del Valle (CDNV). Los sicarios de la oficina cometían secuestros, asesinatos por encargo, cobro de deudas y extorsiones. El grupo se ganó su nombre después de disolver en ácido el cadáver descabezado de uno de los parientes de un narcotraficante que tenía una deuda pendiente.

Pero los peones del tráfico de cocaína no fueron los únicos que se establecieron en España.

En 2006, uno de los traficantes más buscados de Colombia, Leonidas Vargas, fue detenido en Madrid. En 2009, fue puesto en libertad bajo fianza debido a motivos de salud, pero fue asesinado en su cama de hospital mientras las batallas del cartel colombiano se libraban en suelo español.

Desde entonces, los grandes traficantes de algunas de las más conocidas redes colombianas de tráfico de cocaína, como Los Urabeños y la Oficina de Envigado, también han sido capturados en España, incluso en un caso al parecer viviendo en la misma unidad cerrada en la que viven estrellas del fútbol del Real Madrid como Cristiano Ronaldo y Fernando Torres.

España en la nueva era de la cocaína

En 2019, la policía española dio con una de sus ballenas blancas, que habían estado persiguiendo durante más de una década: un semisumergible lleno de drogas que había cruzado el Atlántico.

La nave había transportado tres toneladas de cocaína por 9.000 kilómetros a lo largo del río Amazonas y había atravesado el océano, pero la tripulación se vio obligada a abandonarla frente a la costa de Galicia tras sufrir problemas mecánicos, según una investigación de El País.

Fuentes policiales españolas dijeron a InSight Crime que los traficantes han utilizado semisumergibles para llevar cocaína a España desde mediados de la década de 2000. El narcotraficante colombiano Diego Pérez Henao, alias “Diego Rastrojo”, de Los Rastrojos, fue uno de los pioneros en esta técnica, y solía operar desde Venezuela, donde fue capturado en 2012.

El descubrimiento del navío permitió identificar una nueva generación de traficantes gallegos de bajo perfil que ahora dominan el negocio.

“Los grupos españoles que utilizan semisumergibles están invirtiendo en estas operaciones”, dijo a InSight Crime el comisario en jefe Antonio Martínez Duarte, jefe de la Brigada Central de Estupefacientes de la policía española.

La vieja guardia de los gallegos sigue activa en el comercio de cocaína. Una red de más de 30 gallegos, presuntamente dirigidos por Sito Miñanco, fue desmantelada en 2018 durante la mayor operación policial contra el narcotráfico en Galicia desde 1990. El grupo criminal estaba vinculado a un cargamento de cuatro toneladas y a una incautación de 616 kilogramos realizada en un contenedor encontrado en Hoorn, Países Bajos, ambas cosas en 2017.

Sin embargo, los principales actores del actual tráfico de cocaína en España no buscan el legendario estatus de sus predecesores, sino que prefieren protegerse en el anonimato, llevando una vida de bajo perfil e inmiscuidos entre las élites locales.

“[Estos traficantes] son parte de la alta sociedad y llevan una vida normal. Algunos envían a sus hijos a las mismas escuelas a las que van los hijos de los jueces aquí”, dice Víctor Méndez, autor del libro Narcogallegos, que trata sobre el tráfico de drogas en España. 

“Sus vidas no son súper lujosas, pero tienen mucho dinero, buscan no llamar la atención y no poseen autos de lujo”.

Los traficantes colombianos continúan participando profundamente en el tráfico de cocaína en España, camuflados en una diáspora que ha pasado de cerca de 10.000 personas en 1998 a 270.000 en la actualidad. La importancia de España para sus operaciones se refleja en las cifras: el 85 por ciento de los colombianos condenados por narcotráfico en Europa están encarcelados en el país ibérico, según la Oficina Colombiana de Estadística.

Madrid es considerada como una importante base operativa, dijo el inspector en jefe Emilio Rodríguez, del Grupo de Respuesta Especializada contra el Crimen Organizado (GRECO), en comunicación con InSight Crime. Los hoteles de lujo de la capital se utilizan para hacer reuniones con socios, y los puntos de recepción ubicados en la costa son de fácil acceso desde la ciudad.

Según Rodríguez, los principales narcotraficantes colombianos que trabajan en Europa utilizan a España. Muchos han establecido células en el país, aunque los rangos más altos de las organizaciones solo van a supervisar las etapas finales de los acuerdos de tráfico.

“En el país hay representantes permanentes y de bajo nivel, pero si arrestamos a un tipo importante de uno de estos grupos, siempre es durante la última fase de una operación [de narcotráfico]”, explica Rodríguez.

Los colombianos suelen enviar cargamentos con múltiples propietarios, agrega el jefe de policía. Parte de los cargamentos les pertenece, y la venden en el mercado mayorista. El resto pertenece a otros traficantes tanto de Europa como de América Latina que les pagan a los colombianos para que consigan y transporten su cocaína.

Las oficinas de cobro colombianas continúan operando, vigilando y protegiendo los intereses de los traficantes. Si bien algunas están aliadas con grupos específicos, suelen trabajar como sicarios para los mejores postores.

Aunque hay muchas organizaciones criminales colombianas que utilizan España, hay un grupo en especial que ha llamado la atención de la policía española.

“Tenemos todo tipo de grupos colombianos [en Madrid], pero últimamente vemos muchos miembros de Los Urabeños”, dice Martínez, el comisario en jefe.

Los Urabeños venden cocaína al por mayor, ofrecen servicios logísticos a traficantes independientes y utilizan a España para operaciones de lavado de dinero.

Las rutas que recorren estos traficantes ya no se concentran en Galicia, sino que pasan por las costas, islas, puertos y aeropuertos de España por todo el país.

La mayoría de las incautaciones se realizan en buques o en puertos como los de Algeciras, Barcelona y Valencia, donde se estima que llega entre el 40 y el 50 por ciento de toda la cocaína que ingresa a España. Y los cargamentos son cada vez mayores, como lo demuestra la incautación de casi nueve toneladas en Algeciras en 2018 —un récord de las incautaciones en España—.

Además, se han abierto otras rutas, como las líneas de tráfico de hachís que van desde Marruecos hasta las playas en la Costa del Sol, así como a otros destinos en Europa.

“La completa infraestructura, las lanchas y otros tipos de barcos usados para el hachís se utilizan para transportar la cocaína que entra a través de África”, dice Rodríguez, el inspector en jefe.

Sin embargo, España ha sido desplazada como el principal punto de entrada de cocaína a Europa, y ha sido remplazada por Bélgica y su puerto de Amberes, lo que demuestra el papel fundamental que cumple actualmente el transporte marítimo en este tráfico.

Y aunque año tras año España aparece entre los tres principales países europeos en cuanto a las incautaciones, recientemente ha habido una fuerte disminución: de un máximo de 50 toneladas en 2018 pasó a solo 21 toneladas en los primeros 10 meses de 2019.

La policía cree que esto es un indicio de que, si bien la importancia estratégica de España continúa, su importancia como ruta de tráfico está disminuyendo.

“Las organizaciones colombianas utilizan España como punto de encuentro con organizaciones de Serbia, Europa del Este y África, pero ya no es el principal punto de llegada de las drogas”, explica Martínez, el comisario en jefe.

Estos traficantes internacionales, junto con otras redes de crimen organizado de los Balcanes, las islas británicas, los Países Bajos y otros lugares, también manejan ahora sus propias redes en España. Y aunque pueden seguir trabajando con los colombianos y los gallegos en aguas españolas, cada vez hay más de estos grupos que también operan desde América Latina, siguiendo el rastro de otro de los principales socios de los colombianos desde la era de los carteles: la mafia italiana.

*La investigación para este artículo fue realizada por James Bargent, Maria Fernanda Ramírez y Owen Boed.