En una entrevista con los principales miembros de los Caballeros Templarios de México en 2012 -incluyendo Nazario Moreno González, alias “El Chayo”- el alcance territorial de la organización había aparentemente llegado a su cénit. Su confianza al afirmar “aquí, nosotros somos la ley”, provenía de una sensación de control sin precedentes de un grupo que se había forjado una identidad única gracias al liderazgo mesiánico de un supuesto “narco-santo”.

En el momento de la entrevista, la “sangrienta batalla para expulsar a los Zetas” -como lo llamaba “El Chayo” en su autobiografía en 2010, “Me Dicen: El Mas Loco”- había sido ganada. La lucha interna contra José de Jesús Méndez, alias “El Chango”, un antiguo aliado y cofundador de los predecesores de los Caballeros, la Familia Michoacana, se había ganado después de dos meses de “limpieza”.

Según Servando Gómez Martínez, alias “La Tuta” -el hombre ampliamente sospechado de liderar a los Caballeros después de la muerte de El Chayo– El Chango había cometido una traición al negar su apoyo durante la ofensiva federal de diciembre del 2010, la cual dio lugar a la primera “muerte” de El Chayo, y al posteriormente intentar “hacerse cargo” de la organización. El Chango también fue acusado de no acatar la proclamada prohibición del grupo de ejercer prácticas predatorias como el secuestro extorsivo.

Esta era, según los líderes, la principal motivación del movimiento para reinventar la organización como los Caballeros Templarios -para “deshacerse del manchado nombre” de La Familia. El desafío planteado por el Cartel de Jalisco-Nueva Generación (CJNG) -su más reciente rival por el control territorial en Michoacán- no representa gran motivo de preocupación. “A ellos los podemos manejar”, dijo La Tuta.

Después de seis años de oposición frontal y animosidad personal al partido del presidente Felipe Calderón del Partido de Acción Nacional (PAN) y su notable “guerra contra las drogas”, en 2012 el clima político mostró signos de mejora para los Caballeros. Apoyando el regreso del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en busca de anhelados tiempos más tranquilos. “Si tienes tres piezas de juego [y] sabes que una va a perder, una que no puedes respaldar, y que una va a ganar: ¿por quién apuestas?” dijo El Chayo. En palabras de La Tuta, se había llegado a “un acuerdo”.

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Los Caballeros, y la Familia antes de ellos, sobrevivieron y prosperaron a través de sus propios métodos. La presencia disfuncional de un Estado ampliamente percibido por la población local como corrupto, abusivo, y poco dispuesto a dar soluciones a la inseguridad pública y la pobreza, sirvió de base para el avance de un proyecto de gobierno alternativo. Al asumir funciones como la administración de la “justicia”, la mediación de conflictos, y la provisión de apoyo material a las comunidades locales, los Caballeros se comprometieron a ser percibidos como “la solución menos mala” para el orden social. “Somos un mal necesario… los protegemos [a los civiles] y nos protegemos”, dijo La Tuta.

La Tuta culpó a los miembros jóvenes, más difíciles de controlar, de las desviaciones de las normas y la ideología profesada por los Caballeros: “no podemos curar todos los muchachos” dijo. A pesar de los abusos, una parte significativa de las poblaciones locales mostró una postura de tolerancia pragmática combinada con inercia: “Por lo menos los conocemos…y si no se mete con ellos, no se meten con usted”, dijo uno lugareño.

Los Caballeros también sirvieron como un vehículo para que el entusiasmo de El Chayo reconociera lo que él vio como un “llamado divino” -“curando” a la sociedad de la misma manera en que se había curado a sí mismo. Incluso si eso significaba que tenía que “matar para hacer el bien”. “¿Cuántos ha matado, dijo, es entre Dios y yo”.

Un entusiasta seguidor de los ideales evangélicos que supuestamente le ayudaron a superar vicios, como una severa adicción a las drogas y una propensión a la violencia, El Chayo ofreció seminarios de auto-fortalecimiento a los lugareños. Conocido por algunos nativos de Michoacán, así como por los miembros de bajo rango de los Caballeros, como “El Señor”, El Chayo parecía en parte haber logrado el reconocimiento por el que tanto se esforzaba.

En 2010, la reportada muerte de El Chayo sirvió como un elemento clave en la estrategia de los Caballeros de tomar su legitimidad al siguiente nivel. Consciente de la interceptación por parte del Estado, El Chayo instruyó a miembros del grupo para difundir la noticia de su muerte a través de la radio tras el tiroteo con las fuerzas del gobierno, y abstenerse de la generalmente aplicada codificación lingüística. El gobierno federal no se hizo esperar para tomar la carnada y reclamar una victoria muy necesaria contra las organizaciones criminales del país, y la presión del gobierno sobre los Caballeros fue mitigada efectivamente como se planeaba.

Después de su “muerte” El Chayo diseñó su propia santificación. Santuarios equipados con estatuas de “San Nazario” –diseñado a la imagen de El Chayo- se establecieron en toda la región y fue creada una oración que alaba sus poderes: “Dame la protección bendita…Protector de los más pobres, Caballero de las personas…Danos vida, Oh sagrado señor eterno…Danos salud y más trabajo, abundancia en nuestras manos, que nuestro pueblo sea bendito, te pido, San Nazario.”

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Esta inigualable auto-santificación seguía, según el (entonces) santo en vida, una lógica de tres vertientes: Satisfacer la necesidad de los lugareños de tener un espacio para pensar, apoyando su misteriosa aura (“la gente dice que estoy en todas partes y en ninguna”), y mostrarle al gobierno “lo jodidamente fuerte que somos [sic] y la cantidad de apoyo que tenemos”.

Este punto álgido discursivo conoció un adelanto en la autobiografía de El Chayo. Interpretado como una publicación póstuma, la muerte de El Chayo es presentada como el último sacrificio, concluyendo inevitablemente una vida dedicada al “bien común”. Sin embargo, El Chayo se dio cuenta hace poco, según fuentes locales con acceso a los Caballeros, del escaso éxito de su auto-santificación, con los lugareños burlándose que “esta vez, de verdad se pasaron de la raya”.

Sin embargo, él también buscó una segunda vía para satisfacer su ego, y parecía estar listo para establecerse a sí mismo como un héroe revolucionario. “Lo que poca gente sabe, pero que es realmente importante para mí: Yo solía ser un soldado. Sigo pensando como tal y me veo principalmente como una mente militar”, dijo. Recientemente eligió el seudónimo de Ernesto Morelos Villa, reclamando un lugar en la historia entre los revolucionarios latinoamericanos, como Ernesto “Che” Guevara, Francisco “Pancho” Villa y José María Morelos.

El Chayo, llegó incluso al extremo de retirarse a las montañas para formar un grupo guerrillero entrenado por expertos de todo el continente americano. Su objetivo, como se afirma en su autobiografía, fue utilizar a los Caballeros para unir “todas las luchas sociales aisladas en desarrollo en México y otros países…para hacer un solo, poderoso e inexorable terremoto social, el cual liberaría una vez por todas a todos los pueblos del mundo”.

Aunque tal objetivo era digno del ego mesiánico de El Chayo, seguramente murió con él. Todo lo que queda ahora es ver si el modelo de una mafia basada en las enseñanzas espirituales de los Caballeros Templarios también morirá junto con el patrón narco-santo de la organización.

Incluso si los Caballeros pueden soportar la presión conjunta de la rápida proliferación en la región de las milicias de autodefensa y las fuerzas federales, la muerte de su autor intelectual y arquitecto organizacional probablemente se traduzca en una disminución en las influencias ideológicas. Estas no son compartidas en el mismo grado por otras figuras clave. Es revelador que en la entrevista de 2012, el hombre que heredó desde entonces la posición de El Chayo, La Tuta, se haya nombrado a sí mismo un “narco de corazón” y refirió las preguntas acerca de la religión y la ideología a “nuestro jefe [quien sabe más] sobre esas cosas”.

* Falko A. Ernst es un candidato para doctorado en el Centro de Criminología de la Universidad de Essex y miembro del comité directivo del Grupo Permanente ECPR sobre crimen organizado.

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