Dairo Antonio Úsuga, alias “Otoniel”, era el hombre más buscado en Colombia hasta hace unos días. Su arresto se consideraba tan importante, que se llegó a ofrecer una recompensa de US$5 millones por su cabeza. Ahora espera a ser extraditado a Estados Unidos para enfrentar una larga lista de cargos federales.

Sin embargo, después de años de huir de las autoridades, Otoniel ya no es la amenaza que fue alguna vez. Si bien debe responder por sus crímenes, una pregunta queda en el aire: ¿tiene su captura todo el peso y las consecuencias inmediatas para el narcotráfico colombiano que señalan las autoridades?

A continuación, InSight Crime examina tres aspectos importantes del arresto de Otoniel: su lugar en la historia del narcotráfico, la cantidad de hombres y dinero que se invirtieron en su captura, y las consecuencias para la vasta red criminal que dirigía.

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1. Otoniel no era Escobar

Varias horas después de la captura de Otoniel, el presidente de Colombia, Iván Duque, afirmaba jubiloso: “Este es el golpe más duro que se le ha asestado al narcotráfico en este siglo […] y solo se compara con la caída de Pablo Escobar en la década de los noventa”.

Aunque la historia de ambos hombres comparten algunas similaridades, Otoniel no es lo que fue Pablo Escobar para el narcotráfico en Colombia.

Por un lado, es cierto que hubo semejanzas en la forma en que ambos cayeron. Los dos capos de la droga estaban siendo perseguidos por comandos especiales. El Bloque de Búsqueda fue creado en 1986 para acabar con Escobar. Tardó siete años y requirió una fortuna para cumplir su misión. Otoniel, por su parte, fue perseguido por un comando especial de miles de soldados como parte de la Operación Agamenón, conformada en 2015 para luchar contra Los Urabeños. Tardó seis años y, como el Bloque de Búsqueda, requirió una fortuna para cumplir su misión.

Ambos hombres dirigían grandes organizaciones narcotraficantes que ya estaban debilitadas al momento de su muerte o captura. El poder del Cartel de Medellín, fundado por Escobar, ya había comenzado a declinar para 1993, cuando él fue baleado en una azotea. Previamente, la atención de las autoridades había llevado a la captura y el asesinato de otras figuras importantes del Cartel de Medellín, lo que había debilitado a la organización desde su interior. La presión del Cartel de Cali, que estaba listo para llenar el vacío en el narcotráfico, apresuró su desaparición.

Los Urabeños de Otoniel tampoco son lo que solían ser. Después de la desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) en 2006, Los Urabeños se separaron y se extendieron rápidamente por todo el país. Hacia 2012, eran la principal organización de narcotráfico en Colombia. Sin embargo, la producción de cocaína del país era tal que Los Urabeños nunca tuvieron el monopolio que alguna vez tuvo el Cartel de Medellín. La organización de Escobar llegó a manejar el 80 por ciento de la cocaína del mundo. Los Urabeños, en cambio, han tenido que competir por el control del territorio con otros grupos criminales como el ELN y Los Caparrapos.

Si bien el grupo mantiene una extensa presencia en todo el país, y maneja cantidades enormes de cocaína, la naturaleza horizontal de su estructura de mando implica que Otoniel no ha tenido el poder absoluto que Escobar ejerció en el Cartel de Medellín. Bajo el control de una “junta directiva”, los líderes de Los Urabeños enviaron lugartenientes para que iniciaran sus propias operaciones de narcotráfico en toda Colombia, buscando tener el control de los cultivos de coca, así como la producción y distribución de cocaína, bien fuera mediante alianzas o con el uso de la violencia.

Esta forma de control horizontal funcionó perfectamente para el grupo durante su ascenso. Y si bien Los Urabeños siguen siendo una de las principales amenazas criminales de Colombia, es probable que Otoniel ya no estuviera en condiciones de ejercer un control directo sobre estas facciones, dado que pasó los últimos años huyendo constantemente.

2. El costo de capturar a Otoniel

Pero todos esos años en fuga no han sido baratos para nadie. Desde febrero de 2015 la Policía Nacional viene persiguiendo a Los Urabeños, o Clan del Golfo, bajo el marco de la operación más grande contra el crimen organizado en el país: Operación Agamenón.

Aunque inicialmente se trazó como una estrategia corta y que buscaba dar un golpe contundente en poco tiempo, Agamenón desplegó 1.200 hombres en las principales zonas de Urabá con dos propósitos claros: desmantelar a los Urabeños y capturar a Otoniel.

Dos años después y sin lograr sus objetivos, la operación tuvo que ser renovada. Agamenón II incluyó a otras dependencias de la Fuerza Pública y entidades judiciales como el ejército y la Fiscalía, además de incluir apoyo internacional, en aras de expandir la capacidad militar contra la banda criminal más grande del país.

La Operación Agamenón, al igual que Los Urabeños, continuó creciendo con los años. Según el general Fernando Murillo Orrego, director de la Policía Judicial, Dijin e Interpol, a inicios de este año 3.000 miembros de la Fuerza Pública trabajaban en la operación para disminuir al grupo encabezado por Otoniel que, a diferencia de unos años atrás, ya contaba con 1.700 hombres armados. De acuerdo con las cifras del general, en entrevista con el diario El Tiempo, 4.013 personas habían sido capturadas hasta enero de 2021 y 1.420 operaciones se habían realizado en los departamentos de Antioquia, Córdoba, Chocó y Sucre.

Con la meta de desmantelar uno de los grupos criminales más poderosos del continente la operación Agamenón implicó un despliegue de fuerza nunca antes visto en Colombia. Después de casi siete años, y probablemente con una inversión de dinero -cuya cantidad no ha sido revelada hasta hoy- Agamenón ha logrado uno de sus objetivos con la captura del máximo cabecilla de los Urabeños. Sin embargo, tiene otra tarea pendiente: la desarticulación del grupo, su meta principal.

Además de los remanentes de las estructuras leales a Otoniel, aún hay cerca de 2.000 combatientes de Los Urabeños que se mueven en distintas partes del país y que, desde hace años, no eran leales sus directrices. Por lo tanto, aunque el presidente insista en que se trata del “final del Clan del Golfo”, es poco probable que esto ocurra en el futuro cercano.

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3. ¿El fin de Los Urabeños?

Las autoridades colombianas lograron la captura de Otoniel luego de años de persecución. Pero, ¿la presión de Agamenón será suficiente para desmantelar al resto de Los Urabeños?

La naturaleza horizontal de Los Urabeños significa que líderes regionales pueden ver la captura de Otoniel como una oportunidad. Es posible que mandos medios de la organización busquen hacerse con el control del grupo.

Wilmer Antonio Giralda Quiroz alias “Siopas”, identificado como el segundo al mando, podría intentar tomar las riendas del grupo desde su fortín en Chocó. Sin embargo, puede encontrar un rival en Ávila Villadiego, alias “Chiquito Malo”. Villadiego, quien fue aliado de Otoniel por casi 20 años, presuntamente coordinó las operaciones de narcotráfico del grupo y es requerido por los Estados Unidos.

Asimismo, hay varios factores en juego que hacen improbable la desaparición de Los Urabeños: rutas, armas, hombres y contactos que sostienen el imperio criminal del grupo, además de 5 estructuras armadas alrededor de departamentos como Antioquia, Chocó, Sucre, Bolívar y Córdoba y que sus comandantes -todos cercanos a Otoniel- intentaran mantener.

Aunque las estructuras principales pueden comenzar una sangrienta lucha por el poder, las regiones donde Los Urabeños habían desplegado sus franquicias podrían jugar un rol aún más violento. Las franquicias, modelo instaurado por el grupo para cooptar bandas a nivel local en enclaves criminales alrededor del país, ya no tienen un líder directo ante el cual deben responder. Aunque la relación entre estos grupos y el mando central de los Urabeños ya estaba desgastada y solo funcionaba cuando los intereses de ambos lados se alineaban, ahora es probable que cada quien busque su propia carrera criminal.

Así, en regiones como Norte de Santander, donde el grupo libra una lucha a sangre y fuego con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), buscará acomodarse criminalmente a su gusto. Lo mismo podría pasar en Nariño, Cauca y en el norte de Colombia, donde sus franquicias se disputan el control de ciudades como Santa Marta o Barranquilla, por su posición estratégica y los puertos de salida al mar. Estos grupos, que en algún momento fueron los satélites criminales de los Urabeños, probablemente seguirán teniendo su nombre, pero no su lealtad.