Aunque según todas las evidencias El Salvador registrará otro récord en el descenso de los homicidios este año, hace pocas semanas el país se vio sacudido por una oleada de homicidios que duró tres días, un sangriento recordatorio de que la paz recién alcanzada avanza sobre terreno quebradizo.

Por 72 horas, del 9 al 11 de noviembre, El Salvador contabilizó 46 homicidios. El segundo día, cayeron muertas 22 personas, el peor saldo diario en lo corrido del año, según informó La Prensa Gráfica.

Lo extraño es que los homicidios pararon tan repentinamente como empezaron. El país registró cero homicidios el 12 de noviembre, según la Policía Nacional Civil (PNC). Al día siguiente, el único homicidio registrado fue el descubrimiento de una cabeza en una bolsa negra arrojada a la orilla de un río.

El presidente Nayib Bukele atribuyó el fin de la violencia a su Despliegue Nacional, destacamentos de soldados y policías armados hasta los dientes en las calles del país.

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“Después de casi 24 horas de haber lanzado el #DespliegueNacional, podemos anunciar que hemos contenido el alza de violencia de los últimos días”, escribió Bukele en Twitter.

Bukele atribuyó los homicidios a “enemigos antiguos”, una referencia en clave a las pandillas callejeras del país, que según él ahora se han aliado con “nuevas fuerzas oscuras y financiamiento externo”.

En cuestión de días, Douglas García Funes, subdirector de inteligencia de la Policía Nacional Civil, anunció la captura de varios peligrosos líderes de pandillas, a quienes señaló como los responsables de la ola de la violencia, sin revelar mayores detalles. Algunos oficiales de policía también aseguraron que las muertes eran el resultado de guerras territoriales.

Pero algunas de las víctimas no parecían tener vínculo con las pandillas, algo que notó La Prensa Gráfica. Fuentes de seguridad revelaron al medio que se había dado “luz verde” para los ataques, incluidos los ataques a civiles. Varias de las matanzas también tenían el sello de asesinatos selectivos. Entre los homicidios denunciados por El Diario de Hoy hubo una víctima que recibió un disparo mientras iba en un vehículo, otra fue abaleada cuando conducía un autobús y una tercera fue ultimada dentro de su casa.

Pese a la oleada de violencia, el país registró solo 15 homicidios más en noviembre en comparación con el año anterior. El país también se dirige a anotarse otra baja de sus homicidios en 2021. Entre enero y noviembre, las autoridades registraron 936 homicidios, una baja de 15 por ciento en relación con los 1.100 asesinatos ocurridos en 2020.

“Venimos de ser el país más violento del mundo y ahora no estamos ni por cerca en esos números, no estamos ni siquiera en el top 10”, reiteró Bukele a finales de noviembre.

Análisis de InSight Crime

El reciente pico de homicidios en El Salvador no solo fue un mensaje directo para Bukele, quien le ha apostado su mandato a la reducción de los homicidios, pero también a encerrar a los líderes de las pandillas, quienes presuntamente se han beneficiado de varias negociaciones secretas con delegados del gobierno.

La evidencia de las entrevistas entre funcionarios de la administración Bukele y los líderes en prisión de las tres principales pandillas callejeras del país solo se conoció hace poco. Aunque aún no hay claridad sobre lo que se negoció, tal parece que los líderes de la Mara Salvatrucha (MS13), Barrio 18 Revolucionarios y Barrio 18 Sureños accedieron a reducir los homicidios a cambio de mejores condiciones de reclusión y otros privilegios, como acceso a teléfonos móviles, trabajadoras sexuales y pollo frito.

Las ventajas, sin embargo, nunca fueron extensivas a los pandilleros en libertad. Los tres días de asesinatos fueron un mensaje teñido de sangre que dice que también ellos merecen consideración, en opinión de Juan Martínez d’Aubuisson, antropólogo, periodista y curtido investigador sobre las pandillas de El Salvador.

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Una facción de la MS13 dio rienda suelta a los asesinatos y los demás siguieron el ejemplo, afirma Martínez y señala que la mayoría de los homicidios ocurrieron en la capital San Salvador o en sus alrededores. Diferentes clicas, o células pandilleras, se coordinaron, dice, en especial las que operan en el Distrito Italia, sector de Tonacatepeque, al norte de la capital. Este distrito es un fortín de la clica de la MS13, conocida como Ciudad Paraíso.

“Por primera vez en la historia, los pandilleros en la calle tienen una manera para presionar los líderes en la cárcel”, comentó Martínez en entrevista con InSight Crime. Anteriormente, dijo, había sido al revés.

Hace varios años, las pandillas aprendieron que los cadáveres les dan poder de negociación frente al gobierno. La última vez que el gobierno retiró la tregua en 2012 —una tregua negociada inicialmente por varios intermediarios con el respaldo del gobierno— arreció la violencia entre pandillas y fuerzas del orden. En un periodo de 20 meses, entre 2015 y 2016, hubo más de 1.000 tiroteos en las calles. El Salvador fue declarado el país sin guerra declarada más peligroso del mundo, con cerca de 20 homicidios diarios.

“Desde 2012, las pandillas y el Estado se comunican a través de muertos”, comentó Martínez.

Después de un pico en 2015, los homicidios empezaron a bajar.

Hace dos años, Bukele llegó al poder con un discurso populista, prometiendo guerra sin cuartel contra las pandillas. Su primera medida fue el despliegue de soldados y policías a los fortines de las pandillas, como parte de su llamado plan de control territorial.

Los homicidios cayeron aún más, hasta llegar a pisos impensables en el pasado. En 2020, El Salvador registró 1.322 homicidios, una caída de cerca de 45 por ciento sobre el piso anterior de 2.398 en 2019.

Bukele se ha llevado el crédito de arrebatar el control del país a las pandillas. Y en los casos en que ha habido un repunte en los homicidios, como el mes pasado, ha respondido con una exhibición de fuerza.

Después de un periodo de cuatro días de derramamiento de sangre en abril de 2020 cuando el país registró 76 víctimas de homicidio, Bukele autorizó a las fuerzas de seguridad el uso de “fuerza letal”. Su gobierno publicó imágenes de pandilleros privados de la libertad apiñados y sentados en masa, semidesnudos, con la cabeza inclinada.

Todo eso mientras al parecer se celebraban negociaciones secretas con la ranfla en prisión, según la evidencia de una investigación descartada de la Fiscalía General de la Nación y de recientes declaraciones oficiales del Departamento del Tesoro estadounidense anunciando sanciones a varios funcionarios salvadoreños.

Ya antes Bukele había usado las negociaciones con las pandillas para ayudarse en el avance de su agenda. InSight Crime relató cómo, en su paso por la alcaldía de San Salvador, su equipo usó las asociaciones de proveedores como intermediarias con las pandillas para que permitieran la limpieza y modernización del Centro Histórico de la ciudad, cuyos laberínticos y congestionados mercados callejeros llevaban largo tiempo bajo el control de las pandillas.

Y estas, en especial la MS13, se han especializado en el uso de la violencia al servicio de sus intereses, señaló Martínez. Los conflictos entre la MS13 y las facciones del Barrio 18 son raros. Los homicidios por lo general se infligen como castigo dentro de la misma pandilla o como resultado de disputas internas.

El patrón de picos de homicidios reportado en las últimas semanas, seguido de una paz total, bien puede haberse convertido en norma, concluyó Martínez. Es una forma como las pandillas hacen sentir su presencia sin interferir demasiado en sus demás actividades criminales, que abarcan desde la extorsión y el narcomenudeo en las calles hasta la venta de agua.

“Es una violencia utilitaria, es decir, que sirve para algo”, señaló.

Y los cadáveres siguen apilándose, como moneda de cambio.